Cuesta ser exagerado al aclamar las virtudes del emprendimiento en las sociedades modernas. El emprendimiento fue la punta de lanza para que en 1775 James Watt inaugurara una senda de crecimiento económico exponencial –conocida como Revolución Industrial– con una máquina de vapor más eficiente. La innovación de Watt permitió superar las limitadas fuerzas humanas en la producción y el transporte por medio de fábricas y ferrocarriles.
No se habían terminado de capitalizar estos avances cuando aparece la electricidad, los motores de combustión interna y la plomería interna de agua potable y servida entre 1870 y 1900, pero con alcances en términos de productividad que perduraron todo el siglo XX.
Sin embargo, quizá lo más significativo del emprendimiento sean las barreras que ha roto en otros frentes. Antes de realizar sus 1.000 infructuosos intentos, el persistente Thomas Edison tuve que arreglárselas con su madre para que la rígida educación formal no abatiera su genialidad.
Curiosamente, un Thomas Edison consagrado en la escalera corporativa desempeñó un papel importante en el advenimiento de la producción serial de automóviles tal como la conocemos hoy al apoyar los inicios de la carrera de Henry Ford, manifestando el claro altruismo que se suele dar entre genios.
Otra forma de trabajar. Rompimientos de moldes de igual tenor se dan en la meca del emprendimiento actual, en Silicon Valley, donde la “competencia” se lleva a cabo en un ambiente de “confraternidad”, cambiando fábricas por cómodos cafés de San Francisco, con una marcada tolerancia a inmigrantes, la comunidad LGTBI y a los códigos abiertos en programación como mecanismo de movilidad social.
También está ejemplificada por la historia de cooperación y rivalidad en dos de sus icónicas empresas, Apple y Google. En esta zona se borran las fronteras entre lo público y lo privado, así como entre lo territorial y extraterritorial, y de la mezcla surgen bienes públicos de alcance mundial.
Por ello hacemos uso gratuito de sus numerosos frutos como Google, Facebook y WhatsApp a un costo fraccional de los servicios que vienen a sustituir, como en el caso de Netflix. Tampoco tuvimos que poner un colón para que la pantalla táctil del Consejo Europeo de Investigación Nuclear (CERN) o el GPS de las fuerzas aéreas de los Estados Unidos fueran inventados y, posteriormente, agregados a nuestros teléfonos inteligentes.
No todo son buenas noticias. El uso de combustibles fósiles en el transporte es una causa importante del cambio climático. Asimismo, de Silicon Valley surgen los algoritmos capaces de automatizar más de la mitad de las tareas que realizamos actualmente. ¿Cómo enfrentaremos como sociedad estos desafíos en Costa Rica, con un Gobierno en aprietos fiscales y con presiones de mayor bulto en seguridad social y previsional en el futuro?
Sin lugar a dudas, las soluciones a estos problemas todavía son desconocidas, pero lo que sí podemos intuir es que el emprendimiento tendrá que desempeñar un papel protagónico, como la historia reciente de la humanidad se empeña una y otra vez en demostrar.
En este ascenso del emprendimiento como actor social, inevitablemente se deberá replantear el rol del Estado costarricense, según se hará referencia en un segundo artículo.
El autor es economista.