En 1982, llegué por segunda vez a la Asamblea Legislativa. Era presidente de la Republica don Luis Alberto Monge. Yo era jefe de una fracción parlamentaria bastante más numerosa que la que habían calculado las encuestas. El país atravesaba la crisis económica más seria de la historia moderna y el presidente Monge nos pidió ayuda. Había que sacar adelante a Costa Rica.
Junto con mis compañeros lancé la consigna que caracterizó la vida de nuestro partido durante muchos años: los socialcristianos haríamos gobiernos eficientes y oposición responsable. Ayudamos al presidente Monge en todo lo necesario para reconstruir el país. La siguiente fracción socialcristiana mantuvo esa actitud durante la administración de don Óscar Arias.
Fuimos generosos en la aprobación de leyes muy importantes, pero fuimos duros en el juzgamiento político de esa administración, porque oposición responsable no es entreguismo, sino apoyar lo bueno y criticar lo malo. Eso nunca enturbió ni debilitó nuestra posición de colaborar en las cosas importantes del país.
A partir de ahí, mi vida política la he consagrado a buscar acuerdos, conseguir coincidencias, construir, nunca a destruir, y si algo queda y deseo que quede es el recuerdo de la necesidad de mantener siempre abierta y clara la negociación política.
Pertenezco a la generación de socialcristianos que hicimos de la negociación política un instrumento para el desarrollo del país. Ejercí mi función política fundamentalmente en la época del bipartidismo. Cometimos errores, pero reclamo para la historia las grandes realizaciones de esos años. Nosotros conversábamos con los compañeros, fundamentalmente del Partido Liberación Nacional, tratábamos de construir un país mejor entre todos y logramos cosas muy importantes.
Fue la época en que los políticos nos poníamos de acuerdo, fue la época en que los políticos entendíamos que los problemas del país eran más importantes que las divisiones pasajeras. Lo anoto para la historia: no recuerdo en todas mis actividades públicas haber tocado la puerta de mis compañeros del Partido Liberación Nacional y que las puertas no se abrieran cuando se trataba de asuntos importantes para el país.
A esa Costa Rica quiero regresar. Estoy muy preocupado por lo que pasa en el país, donde observo un ambiente de crispación innecesaria. En América, un huracán populista amenaza la existencia de las instituciones democráticas y republicanas. El futuro y el presente de cualquiera de las fuerzas políticas democráticas dependerán de la capacidad de pasar las páginas de la polarización y, sobre todo, dependerán de ideas, de propuestas, de la calidad de las relaciones que establezcan los costarricenses.
Al contar mis experiencias, hago un llamado para que volvamos a ponernos de acuerdo, para que volvamos a conversar y dialogar, no de cualquier manera ni a cualquier precio, sino con el propósito de ser libres, ser justos y tomar decisiones que mantengan a Costa Rica como una nación de oportunidades y bienestar. Es un llamado a terminar con la polarización, es un llamado a que acabemos con la Costa Rica de los malos y los buenos, es un llamado a la unidad.
Durante los últimos 20 años de mi vida pública he venido proponiendo un gran acuerdo nacional que nos permita coincidir en las cosas más importantes. Ese acuerdo es hoy más necesario que nunca. Coincidamos más y discrepemos menos. Identifiquemos al enemigo común y volvamos a unirnos en defensa del país.
No quiero para mis hijos, para mis nietos ni para mis conciudadanos gobiernos que se inmiscuyen en la vida privada de la gente para dañar a quienes consideran que no son sus amigos políticos.
No quiero para mi país gobiernos que pretendan ahogar económicamente a los medios de comunicación que no les son afines. Cuando nosotros discrepamos de la prensa, siempre respetamos su existencia y su libertad.
No quiero que se dinamiten los puentes del entendimiento. Quiero que se refuercen y se construyan más puentes de unidad. Esa fue la Costa Rica de la que me enamoré, la Costa Rica en que el diálogo era importante. Hace pocos días visitó el país el escritor y comentarista peruano Jaime Bayly, cuyo programa me deleito en oír cada vez que puedo.
Regresó a Miami, donde reside, y se deshizo en elogios para Costa Rica, para nuestra democracia, para un país sin ejército, con justicia social. También elogió la bondad de nuestro pueblo, pero nos hizo una advertencia: “Costarricenses, cuiden su democracia”.
Para proteger la democracia, quienes creemos en estos principios debemos ponernos de acuerdo y hacer un gran frente nacional. No permitamos las divisiones y los odios. Olvidemos las viejas rencillas.
Volvamos a la Costa Rica grande, a esa Costa Rica que hizo posible, después de la guerra civil de 1948, que un Congreso con mayoría liberacionista declarara benemérito de la patria al fallecido Dr. Calderón Guardia y, cuando don Pepe falleció, que un gobierno calderonista decretara la construcción de un monumento. Esa es la Costa Rica que quiero para mis hijos, para mis nietos y para mis conciudadanos. Unámonos para mantenerla.
El autor fue ministro de la Presidencia y diputado.