La democracia preilustrada responde a una concepción precrítica de la democracia. Para que esta democracia tenga éxito se debe contar con una sociedad homogénea en muchos aspectos, como en la antigua Grecia.
Es una democracia excluyente, en la que no hay respeto por las minorías o por aquellos que quedan fuera del conjunto de individuos con los cuales sentimos una afinidad muy fuerte (endogrupo).
Una democracia ilustrada, por el contrario, está pensada para una sociedad heterogénea, por lo cual el principio de gobierno de la mayoría con respeto de las minorías es una condición sine qua non. Una democracia ilustrada es liberal, no por definición, pero sí por conveniencia.
Una democracia preilustrada es iliberal. No está basada en máximas universalizables, y su constitución expresa una concepción de justicia muy pobre, a la medida del endogrupo.
La concepción de justicia en la constitución de una democracia liberal es producto de una etapa más avanzada del desarrollo moral, en términos del psicólogo del desarrollo Lawrence Kohlberg, pues es construida sobre la base del pensamiento posconvencional, por ejemplo, cuando no aceptamos normas morales impuestas por la sociedad sin cuestionamiento y análisis previos. En este momento, la moral se ha convertido en ética porque superó el filtro de la razón.
Cuando un fundamentalista religioso o un fundamentalista de mercado pretende hablar en nombre de la democracia, si es que lo hace, se está refiriendo, muy probablemente, a una democracia iliberal, basada en una concepción muy pobre de la justicia. Su usual referencia a los derechos naturales y no a los humanos refleja esta pobreza.
La constitución, así, no es producto de un ejercicio imparcial, sino de una naturalización desvergonzada de los prejuicios de la época. Por más que hablen de la necesidad de imparcialidad en las instituciones políticas, no alcanzan a entenderla, porque las instituciones políticas seculares no están asentadas ni en la familia ni en el mercado, que es la vara con la que miden todo lo demás.
Para ellos, ser imparcial es omitir la crítica a las instituciones aparentemente previas a la comunidad política, pero resulta que es en la comunidad política o polis donde es posible, por primera vez en la historia, instaurar una concepción de justicia e imparcialidad que ya no está al alcance de la simple moral del endogrupo y, por tanto, de su pensamiento precrítico o convencional.
El problema reside en que la democracia, en principio, tolera que las personas entren al espacio público político para defender sus intereses privados, sean relativos a sus familias o empresas, como en el mundo real, pero si la defensa de esos intereses está teñida de un pensamiento precrítico que legítima las jerarquías y el trato desigual entre personas dentro de las instituciones sociales, entonces, ¿cuán constructivo resulta defender por medios democráticos acciones antidemocráticas?
Por el contrario, si por medios democráticos defendemos la democratización de las estructuras de la familia y de la empresa, porque la democracia no se limita a reflexionar sobre su propia estructura, no hay restricción conceptual para ello, ¿no es cierto que esto se considerará antidemocrático por quienes buscan, por medio de la democracia, defenderse de la extensión de la democracia (del gobierno del pueblo)?
¿Son conscientes tanto los demócratas liberales como los demócratas iliberales de los límites de la acción política, hasta dónde tiene sentido limitarla y hasta dónde tiene sentido extenderla para que la democracia sea sostenible en el tiempo?
Las soluciones a tales problemas pueden presentarse por una minarquía o por una poliarquía. En el primer caso, decantándose por la edificación de un Estado lo más pequeño posible, controlado por tecnócratas; en el segundo, por la edificación de un Estado lo más plural posible para contrarrestar el poder de las élites, entre ellas, a los tecnócratas.
El autor es filósofo.
