Me había propuesto dedicar esta columna a un asunto realmente importante. Mientras releía la Constitución, busqué los casos en que esta se refiere de modo explícito a las obligaciones a que estamos sometidos como miembros de nuestra comunidad.
Dada la finalidad de la búsqueda, excluí del inventario los supuestos en que el término empleado en la carta fundamental tiene un contenido emotivo menos intenso que obligación, como las voces deber o deberes. A pesar de que todas estas palabras comparten en gran medida paridad de sentido, a mi modo de ver tienen distinto énfasis compulsivo y no sería correcto interpretarlas y aplicarlas eludiendo este hecho.
Además, recordé que la misma carta se vale, por una sola vez, de otra expresión relacionada con las anteriores, que según ha hecho notar la jurisprudencia posee el mayor nivel emotivo. Es la voz forzosa, empleada para calificar la naturaleza de la contribución del Estado, los patronos y los trabajadores a los seguros sociales.
Confirmé que el texto concibe obligatorios el sufragio y la educación preescolar y la general básica. Esto tiene sentido: cierto grado de educación provee a la formación de personas mejor informadas, más aptas para la participación cívica. En esta perspectiva, el empobrecimiento de la educación marca el destino que espera a nuestra democracia.
En tema tan respetable estaba cuando un amigo solícito, que dice haber asistido a una de las últimas peleas de Cassius Clay o Mohamed Alí, como se prefiera llamarle, me recomendó que leyera Vida de Alí, de Jonathan Eig. Le hice caso: abandoné la educación y la formación ciudadana y en estos días hostiles al aburrimiento preferí emplear mi tiempo en saber más acerca del púgil y su época.
Sobre Alí se ha escrito mucho, sin que falten los escritores serios. Recuerdo El combate, de Norman Mailer, fallido premio nobel de literatura. La de Eig no es una biografía frívola, al estilo de las que suelen escribirse sobre los famosos. Tampoco es una obra laudatoria, seducida por aquel personaje promisorio, heroico, confuso, contradictorio y decadente.
Es tanto la biografía de quien decía haberse dado cuenta de que los combates eran solo la forma que tenía de presentarse al mundo, como un primer plano de su medio, de su tiempo, de las convulsiones que muy atenuadas yo percibía entonces en mi modesta circunstancia.
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.