¿Cómo no recordarla y admirarla por casi seis décadas, si su voz, ese 12 de febrero de 1966, actuó casi como un bálsamo en mi sensibilidad de tímido y abatido adolescente, recién separado de dos de sus seres más queridos?
En ese momento yo era víctima de una historia recurrente, con modalidades diversas, en los exilios: el hijo pequeño que salió de Cuba con su papá, porque la “edad militar” del hermano mayor (15 años) lo forzó a quedarse en la isla, y mi mamá con él. Dos años después salieron hacia Costa Rica como ciudadanos españoles, pero la expectativa, entonces, era una separación de 12 años.
En medio de ese dolor, y del cambio de vida que vendría, Inés: su cuerpo treintañero, erguido, casi rotundo; su pelo negro intenso, ondulado, impecable; su voz cálida, nítida, precisa, envolvente, que se derramaba con cincelada dicción para darnos la bienvenida. Y yo, envuelto, casi seducido, por sus palabras, antes de abandonar, junto a otros compañeros de exilio, la cabina del cuatrimotor DC9B, fletado a Lacsa por familiares en Costa Rica, que nos trajo desde Miami tras abandonar Cuba.
Casi 24 horas antes habíamos viajado hacia Estados Unidos desde el aeropuerto en la playa de Varadero, en uno de los entonces llamados “vuelos de la libertad”.
Ya en la aduana, desde el otro lado de una vidriera, el grito de un entrañable amigo, dirigido a mi papá: “¡¿Y Emma?!” Y de nuestro lado, su respuesta, que más visible no pudo ser: las primeras lágrimas que le había visto derramar en mi vida.
Pero allí estaba Inés, orientando, tranquilizando, consolando. Y allí yo, no sé si mirándola, pero sí sintiéndola.
A partir de entonces, las viñetas se acumulan, no diría con rapidez, porque han pasado 53 años, pero sí con constancia. Inés de visita, Inés en tertulias, en actos patrióticos, en ayuda a otros que llegaban, en campañas, misas y oraciones.
Inés multicanal, productora, directora y conductora: chispeante en Las Estrellas se Reúnen, junto a Santiago Ferrando; inagotable, empática y tenaz en Teleclub del Hogar, cuando su récord Guinness no era ni siquiera un sueño.
Inés cotidiana y compañera solidaria, superando un infarto, enterrando a su esposo, amando a sus hijas. Inés premiada, condecorada, elogiada, querida y admirada. Inés plena, tenaz, siempre joven. Inés de raíces diversas y profundas: la de dos patrias naturalmente integradas, como yo. Inés ícono y símbolo; estímulo y memoria.
“Soy lo que soy y en lo que estoy”, dijo hace 11 años en una entrevista con La Nación. Hoy ya no está, pero aún es, y seguirá siendo.
Inés Sánchez de Revuelta ha muerto a sus 91 años de plenitud. ¿Cómo no recordarla, admirarla y respetarla, esculpida en mi memoria?
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