Los tres patitos y el cero podrían ser un código secreto para avanzar hacia lo que los intelectuales de la Ilustración llamaban ‘la felicidad de los pueblos’
¡Cómo ha costado cerrar este 2021, el año que, con tanto brinco y salto, nunca parecía terminar! Si tuviera que pensar en una imagen que capture su esencia, pensaría en un día ventoso con cielo gris, encapotado y olor a temporal fresco. Tormentoso o, mejor dicho, atormentado. Muy distinto, por cierto, al 2020, año que nunca pensamos llegaría, pero llegó y nos puso patas para arriba.
En este 2021, nuestro bicentenario vino y se fue, como el agua que se escurre entre las manos. No estábamos para celebraciones, menos para las importantes. Doscientos años en los que pasamos de ser una de las misérrimas colonias del Imperio español a uno de los países avanzados de América Latina en desarrollo humano: ¡Nada mal, había bastante para celebrar!
Nada mal, cierto, pero no estamos ni cerca de donde pudimos estar, si en las últimas décadas hubiésemos logrado ponernos de acuerdo en una ruta socialmente compartida para remover obstáculos al progreso económico, para reducir las tremendas inequidades sociales que hemos creado (y que a muchos les parece lo más natural y justificado del mundo) y, por supuesto, para reducir nuestra huella ambiental. Esa es la tensión en la que nos movemos, la desconexión entre la renovación de los logros y el lastre de los rezagos acumulados.
Mirado así, podría agregar que fue un año anticlimático, no la cima de un camino, sino el tránsito por el barreal de una hondonada. Porque eso fue lo que hicimos: batir y batir barro para sacar la carreta del atascadero. Ya dirán los historiadores del futuro si lo logramos o, por el contrario, terminamos hundiéndola. En este momento estamos en un punto de inflexión, dirían los matemáticos. Uso este concepto en su sentido literal, no como una metáfora.
Pero estamos vivos. Es 30 de diciembre y seguimos siendo una sociedad llena de vida. Queremos un 2022 mejor y, mientras ese deseo esté ahí, los tres patitos y el cero podrían ser un código secreto para avanzar hacia lo que los intelectuales de la Ilustración llamaban “la felicidad de los pueblos”.
¿Y por qué no tener ese sueño de opio? Quién quita un quite. Sin embargo, quizá sea más sabio pensar más modestamente y proponernos, como piezas que somos de una sociedad que es más que la suma de sus partes, levantar nuestras miradas del interés gremialista y darle chance a la carreta común. Es mi deseo de año nuevo.
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