Ahora, que ya terminó el proceso electoral, todo el mundo tiene su teoría sobre por qué ganó Chaves y por qué Figueres perdió: que es que Chaves logró interpretar el malestar ciudadano, que su estrategia de comunicación fue impecable; que, en cambio, Figueres cometió errores gruesos en ese campo, que los números nunca iban a darle al perdedor debido a su mala imagen pública, que Chaves logró capitalizar el deseo del cambio y la ruptura con el statu quo.
En estos días esas y otras explicaciones han circulado ampliamente. Hay, pues, de todo para todos los gustos. Confieso que, en lo que a mí respecta, todavía no tengo la información para formarme un juicio más fundamentado.
Aún no sé identificar las causas inmediatas del triunfo de un candidato sin partido que, como Chaves, logró despuntar entre veintitantos aspirantes. ¿Por qué él y no los otros? ¿Por qué él, a pesar de ser un candidato con mucho lastre?
La ausencia de vínculos de lealtad partidaria en más del 70% del electorado y la extrema debilidad de las organizaciones partidarias ayudan a entender la volatilidad de las preferencias ciudadanas y el hecho de que, como varios observadores sugirieron hace meses, el resultado electoral fuera impredecible hasta el puro final.
Sin embargo, eso no explica la razón por la que, por ejemplo, Feinzaig y Villalta se quedaron en la primera ronda y Chaves pasara, para luego ganar apretadamente en el desenlace.
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Ese apretado resultado final no me sorprendió, pues así lo sugerían las encuestas más serias. Confieso, empero, que no tenía idea sobre quién ganaría, pues sabía que muchas personas tomarían su decisión en las últimas horas.
La única real sorpresa fue que el abstencionismo aumentara apenas tres puntos porcentuales en relación con febrero (un 43%). Fue alto, pero creí que estaría en alrededor del 50%. Ese súbito y postrero interés quisiera entenderlo bien.
Todo resultado electoral genera pasiones y sentimientos encontrados. Luego viene la resaca y, una vez disipados los humos, se asienta la dura realidad de gobernar una sociedad harta de promesas incumplidas.
Mientras pasamos esta fase y empezamos a ver por dónde enfila el nuevo gobierno, hay una cosa clara: la gestión electoral del Tribunal Supremo de Elecciones fue excelente. Dio un mentís a quienes azuzaron rumores maledicentes sobre un posible fraude. Esa mala fe fue derrotada.
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El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.