El otro día oí una curiosa afirmación: “Las pistolas no hacen daño, son las personas las que matan”. La aseveración es incontrovertiblemente cierta: todo objeto inanimado es por definición inerte, inofensivo hasta que un ser viviente lo accione por motivaciones ofensivas, defensivas, por accidente o por ninguna razón en particular. Llevando el argumento al extremo, lo mismo podría decirse de una bomba atómica: es absolutamente inofensiva, ni buena ni mala (eso sí, mientras a nadie se le ocurra usarla).
Lo curioso de esa afirmación, repito, no es que sea falsa, sino que es falaz como justificación para dejar a la libre la compra y portación de armas entre los individuos. La Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés), principal lobby a favor de las armas en Estados Unidos, se basa en esa aseveración para decir que, como no son ni buenas ni malas, hay que des-regular su adquisición, y que el tema es educar a las personas para que hagan un buen uso de ellas. Muy persuasiva la retórica, pero más truculenta que un billete de un millón.
Del hecho cierto de que un objeto inanimado sea inerte, libre de pecado y de inocencias, no puede concluirse que, por tanto, no pueda ser peligroso. No existe una separación absoluta entre objeto (arma) y sujeto (persona) pues uno y otro se presuponen: ¿no es el arma una herramienta, es decir, un artefacto que solo tiene utilidad cuando está a disposición de las personas? Como tienen, por su naturaleza, la finalidad de herir, poseen un potencial letal que no puede dejarse a la libre en manos de cualquiera. Y, cuanto más letales sean y más capacidad destructiva tengan, mayor debe ser el interés de la sociedad en regular más estrictamente su adquisición. No por casualidad hay un esfuerzo internacional por evitar la proliferación de las bombas nucleares y de las armas químicas, objetos, todos, ni buenos ni malos per se .
Por dicha, en Costa Rica no existe ningún derecho ciudadano a portar armas, sino que el Estado, como expresión de la voluntad general, es el que otorga (o no) los permisos para tenerlas. En los últimos años ha habido presiones para instaurar ese “derecho” bajo el argumento de que las personas decentes lo necesitan para defenderse de los delincuentes. Hay otras maneras de enfrentar la delincuencia –mediante políticas públicas preventivas y represivas–, en vez de proseguir armándonos hasta los dientes. Armas por doquier son como gasolina regada. Más bien, pienso que campañas activas de desarme de la población ayudarían a una convivencia más pacífica.