Martes 28 de octubre del 2025. Un grupo de investigadores paranormales, tres influencers y el equipo periodístico de La Nación, nos aventuramos a recorrer pasadas las 11 p. m. un edificio icónico en San José: el Mall San Pedro. Nuestro objetivo era buscar una explicación a los fenómenos reportados por trabajadores y visitantes del lugar, tales como visiones, voces, fríos estremecedores y olores particulares. El centro comercial, según dicen, está ocupado por entes que no son de este mundo.
Hace exactamente siete años, me aventuré a visitar por dos noches el Cementerio de Obreros en compañía de expertos y practicantes de la santería para buscar una posible explicación a lo que a muchas personas les causa intriga: el fenómeno paranormal. Aquella curiosidad periodística se terminó convirtiendo en una de las experiencias más impactantes de mi carrera.
Esas dos noches, entre tumbas y rituales respetuosos de la muerte, me marcaron para siempre. Tanto, que quise volver a vivir una experiencia similar de nuevo, así que con la complicidad del grupo de investigación paranormal del especialista Israel Barrantes, me aventuré a hacer una nueva investigación en el Mall San Pedro, icónico centro comercial ubicado en Montes de Oca.
A continuación, les contaré una experiencia muy personal sobre lo que viví en un recorrido por el parqueo del quinto piso y una de las salas de cine del centro comercial. Lo que narraré son mis vivencias, lo que sentí en mi cuerpo, cómo reaccioné física y mentalmente a lo que presencié; esta es la crónica de una persona que no cree, pero que tampoco deja de creer.
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Sé que el tema es tabú y que hay opiniones divididas sobre si este tipo de experiencias son reales o no. En ese sentido, cabe aclarar, que desde lo periodístico y personal, las experiencias que voy a narrar fueron reales para mí y eso no quiere decir que lo sea para todos, cada quien es libre de aceptar o no el contenido de este artículo. En resumen, este texto es una crónica de lo que sucedió esa noche en la soledad del mall, aunque, irónicamente, estoy segura de que no estábamos solos.
Les adelanto que las emociones fueron tantas y tan pesadas para mí, que durante la jornada lloré tres veces.
Cuando el Mall San Pedro se cierra...
Llegué temprano al Mall San Pedro como a eso de las 7 p. m. y todo transcurría como siempre. En uno de los food courts la gente comía, conversaba o veía un partido de tennis que se transmitía por las pantallas.
En los pasillos, como es usual, me encontré con el barullo normal de los clientes, quienes pasaban frente a las tiendas deteniéndose para ver las decoraciones de Halloween o los surtidos escaparates de las tiendas. Había personas con paquetes y bolsas de compras, otras comiéndose un helado o, simplemente, conversando relajados en las bancas.
Nadie allí, posiblemente, podría advertir las inexplicables situaciones que suceden cuando las tiendas cierran, la gente se va y las luces se apagan, condenando al lugar a un sombrío silencio.
A las 11:29 p. m. nos reunimos siete personas en la entrada del parqueo del quinto piso, a un lado de las salas de cine. Justo allí se encuentra el ingreso a la denominada ‘casa de sustos’, que el centro comercial tiene a disposición para asustar a sus clientes.
Israel Barrantes y Marco Molina, del grupo de investigadores fueron nuestros anfitriones. Israel tiene más de 10 años de experiencia en estos temas e investigaciones, cuenta con un robusto equipo técnico y aparatos especializados para realizarlas, lo que sumado a su sensibilidad, es pieza clave para establecer las conexiones que andábamos buscando.
Nos acompañaron tres jóvenes influencers que vivían por primera vez una experiencia de esta talla. Al final, quedaron tan sorprendidos como nosotros.
Todo estaba cerrado, sin rastro de clientes, pues la seguridad del lugar tenía instrucciones estrictas de no permitir que nadie subiera. La quietud del lugar, los pasillos desiertos y el eco de nuestros pasos creaban un escenario que ya de por sí se sentía extraño.
Nuestro recorrido comenzó en grupo, esa es la primera regla de una investigación paranormal: nadie debe separarse o estar solo...
Caminamos junto a Israel, quien encendió el primero de los aparatos: el Kinect, una consola que registra imágenes de cuerpos (incluso los nuestros). Su compañero ya había colocado en el parqueo varias cámaras de visión nocturna y sensores de movimiento. “No siempre se da algo, no siempre se ve algo. Hay que estar atentos a manifestaciones muy sutiles”, nos dijo Israel.
Cabe resaltar que, tal como en la primera investigación de la que fui parte hace siete años, no viví experiencias traumáticas o de sustos que me hicieran gritar. Nadie me tocó, no escuché susurros... pero sí una conexión inexplicable que narraré más adelante.
El primer contacto de la noche: Lloré por primera vez
Al principio del recorrido, los aparatos parecían no funcionar, algo muy común, según explicó Israel. Las energías de entes extraños a veces no se llevan bien con los aparatos electrónicos.
Pero de pronto, cuando nos ubicamos junto a uno de los muros del parqueo, se dio el primer contacto.
Israel, sentado en el suelo, utilizó el Ghost Meter (mi dispositivo favorito de la jornada), que se usa para hacer preguntas cerradas, es decir, que se responden con un sí o un no. Con este aparato, el ente responde por medio de movimientos: la aguja del artefacto y sus luces reaccionan una vez cuando la respuesta es afirmativa, si es negativa, se activan dos veces seguidas.
La conversación fue corta, pero intensa. Se trataba de un ente femenino. Aunque manifestó que no estaba contenta con nuestra presencia, afirmó que no le estorbábamos.
“¿Eres una mujer que anda rondando por acá, que falleció acá?”, preguntó Israel.
“Sí”, fue la respuesta.
Yo estaba ubicada justo al lado del especialista y, en cuanto el ente reafirmó que había fallecido en el mall, mis ojos inmediatamente se cargaron de lágrimas y comencé a llorar. No era un llanto de dolor, de tristeza o preocupación, solo puedo decir que las lágrimas comenzaron a brotar, sin poder contenerlas.
-“¿Tu nombre es María?"
-“No”.
Y el ente se desconectó.
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Yo estaba de cuclillas. En cuanto la conexión se acabó, traté de ponerme de pie, pero me costó. Sentí como si la energía de mi cuerpo se hubiera escapado por unos breves segundos. Cuando me reincorporé, pasó algo que tratamos de explicarnos, pero que no logramos: el lugar donde estábamos estaba a oscuras, todas las luces a nuestro alrededor estaban apagadas, pero una en un pasillo que conducía al piso superior se encendió y se apagó a los pocos segundos.
Fui a ese lugar acompañada por uno de los muchachos que estaban con nosotros para verificar si se activaba la luz, si tenía algún sensor de movimiento. Caminamos casi hasta el piso de arriba, pero nada, nunca se activó. Motivados por la búsqueda de una respuesta hicimos el recorrido, pero pronto caímos en cuenta de que nos habíamos separado del grupo, algo que podría ser un gran error, así que regresamos con nuestros compañeros.
Para mí esas fueron las dos primeras manifestaciones de la noche.
Después de estos intercambios, avanzamos unos 10 o 12 metros y nos ubicamos en otro lugar. Aquí se dio, posiblemente, el contacto más intenso y largo de la noche.
Mi conversación larga y tendida con varios entes: el Spirit Box y el Ghost Meter
Marco accionó el Spirit Box con la intención de tener una conversación más amplia con algún ente presente en el parqueo. Este aparato es como un radio de transistores, hace un barrido en ondas radiales para registrar psicofonías (voces atribuidas a espíritus).
El experto realizó varias preguntas. Debo confesar que para el Spirit Box no soy buena y me cuesta entender las palabras que parecen escucharse en el aparato; sin embargo, en esta ocasión logré captar algunas voces.
Escuché a una mujer murmurar y responder a algunas de las preguntas con palabras cortas, como sí y no.
Con mucha ansiedad y ganas de que siguiéramos teniendo conexiones, tomé con mis manos el Ghost Meter y empecé a hacer preguntas.
-“Hola. ¿Hay alguien aquí que nos esté acompañando?"
De inmediato, sin siquiera haber terminado yo de hablar, el ente dio una respuesta positiva en el aparato: la luz roja se encendió y la aguja se movió una vez. “Sí”.
Pregunté si era hombre, la respuesta fue afirmativa. Este ente era muy intenso, contestaba rápido y dijo estar contento de que estuviéramos ahí.
Después de esta manifestación, seguí con el aparato y hubo otras conexiones, no eran los mismos entes, según me dijeron. Noté en cierto momento que algunas entidades parecían querer hablar solo conmigo. Yo era la única mujer en el grupo, no sé si eso influyó, pero Israel me explicó que muchas presencias son empáticas con la voz de la persona que perciben más sensible.
Más adelante, haciendo uso del mismo aparato, contacté con una mujer mayor de 50 años, quien dijo había fallecido en el mall. Era una presencia distinta, con una energía diferente.
Cuando terminé de hablar directamente con ellos, el Ghost Meter se apagó y yo con él. Mi cuerpo experimentó una pesadez que ya había sentido aquella vez en el Cementerio de Obreros. Me costaba dar pasos y, cuando lo hacía, sentía que pesaba tres veces lo normal. Las lágrimas de nuevo cayeron mientras intentaba caminar hacia la salida del parqueo. Pasado un breve tiempo, me recuperé.
Aunque ninguno de los entes que logramos contactar quiso manifestarse con un sonido o movimiento, nos sentimos satisfechos con lo que para nosotros fueron pruebas sutiles.
Para ese momento ya teníamos poco más de una hora de recorrido y de conexiones. Israel nos recomendó hacer una pausa para descansar. Era necesario y me cayó muy bien.
Nos sentamos afuera del cine en unos sillones y sentí que recuperé la energía.
La sala de cine y cuando Lourdes nos echó del lugar
Después del descanso y de recuperar energías, Israel nos invitó a entrar a una de las salas de cine. Se dice que en este lugar los entes abundan y lo logramos comprobar con el Kinect.
Aunque costó que se conectara, cuando lo logró, el aparato mostró dos “anomalías” ubicadas en las butacas del cine. Perfectamente se veían en la pantalla dos figuras y, para terminar de comprobar, Marco se sentó en una de las sillas y tuvo interacción con una de ellas.
Marco se ubicó, extendió su brazo y en la pantalla del Kinect se vio cómo una de las entidades lo tocaba. La verdad, fue muy emocionante.
Mientras esto sucedía, Israel conectó el Spirit Box para tratar de entablar una conversación con el ente. Por más de cinco minutos hizo preguntas pero no obtuvo respuesta. Yo me envalentoné, tomé el radio, me senté en una butaca y comencé la conversación. A mí sí me respondió, breve, pero conciso.
“¿Cuál es su nombre?“, dije.
Las ondas radiales se escuchaban en un barrido intenso. De pronto se escuchó la voz de una mujer, sonó leve, clara, algo tímida y dijo: “Lourdes”.
Se me erizó la piel, me volví a desestabilizar, por dicha estaba sentada. Una vez más, las lágrimas brotaron. Fue un llanto silencioso, las gotas solo caían y caían. No me sentí triste. Era una mezcla de emoción con incredulidad.
“¿Te gusta que yo esté aquí? Parece que tenemos una conexión bonita", dije.
Lourdes respondió que sí.
Fuimos más allá y me motivaron a preguntarle si nos daba una señal de su presencia, pero creo que eso la molestó, porque no quiso responder.
Le pregunté entonces si quería que siguiéramos allí. No respondió.
“¿Quieres que nos vayamos?“, insistí. Su respuesta fue que sí. Así que hicimos caso.
Al salir del lugar la pesadez en mi cuerpo volvió. Jorge Navarro, el fotógrafo que me acompañó esta vez (y también hace siete años al cementerio), me confesó que en la sala de cine sintió ganas de vomitar y la necesidad de salir del lugar.
La suma de esas sensaciones la tomamos como un advertencia. Cerramos la investigación de la noche con la alerta de que ya no debíamos estar ahí. Aceptamos, hicimos caso y respetamos el espacio. No queríamos molestar a nadie.
Esa madrugada, salir del Mall San Pedro fue para mí fue como despertar de un sueño intenso. La experiencia no fue de sustos, luces o aparatos que registran ondas; fue sentir la presencia de algo que se escapa a la explicación racional, reconocer la conexión emocional con entidades que, al final, parecen tan humanas y al mismo tiempo tan fuera de tiempo y espacio.
Es curioso, porque uno podría esperar que estos encuentros sean fríos o científicos, pero al final se vuelven profundamente humanos: las lágrimas, la piel erizada, el cansancio y la empatía; todo eso me hizo pensar que aunque no podamos ver o encontrar una explicación, hay algo.
Esa noche, en un centro comercial vacío, comprendí una vez más que lo paranormal puede ser un misterio, pero que también es un espejo de nuestra sensibilidad y la capacidad de sentir lo que otros, simplemente, no pueden.
