
Entre los lamentables récords con que el presidente Rodrigo Chaves terminará su mandato destaca uno particularmente importante en el ámbito internacional: nunca haber asistido como representante nacional al debate general que, durante 80 años, ha inaugurado cada periodo de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas. En esta oportunidad, al cumplir ocho décadas la organización, estar allí era particularmente importante.
Su primera ausencia, en setiembre de 2022, fue justificada: severas inundaciones y un trágico accidente que habría podido evitarse en la Interamericana Norte, a la altura de Cambronero, donde murieron nueve personas. En la segunda oportunidad, el viaje fue cancelado a última hora, en lo que pareció más una excusa que una razón. El mismo día, domingo 17 de setiembre, en que debía subir al avión hacia Nueva York, la Presidencia emitió un escueto comunicado, que en su parte sustantiva dijo lo siguiente: “El mandatario presenta una condición de salud leve, pero que amerita reposo, según su médico personal”. No hubo más detalles.
Para los siguientes dos años, ni siquiera se han ensayado explicaciones. En todos los casos, la delegación nacional ha debido ser encabezada por el canciller, Arnoldo André Tinoco.
La importancia de esa actividad es universalmente reconocida. Por algo asisten tantos jefes de Estado y de Gobierno. Allí estuvieron esta vez, entre muchos otros, no solo los presidentes de Brasil y Estados Unidos, por tradición primer y segundo oradores cada año, sino también los de Argentina, Chile, Colombia, Francia, Perú y Uruguay, y los primeros ministros de China, España, Israel, Japón y el Reino Unido.
Que el máximo representante estatal de un país se prive de participar en lo que algunos han calificado como la “copa del mundo” de la diplomacia multilateral, es mucho más que un traspié simbólico. Implica replegarse en el activismo internacional de Costa Rica, particularmente importante dada nuestra pequeñez, debilidad intrínseca y ausencia de fuerzas armadas. Además, desaprovecha la oportunidad que otorga la presencia de tantos líderes mundiales para concertar reuniones con algunos de ellos y, de este modo, ahondar relaciones bilaterales de importancia.
Debido a nuestras vulnerabilidades tangibles, la buena diplomacia, como potenciadora del “poder inteligente” o soft power, amasado por Costa Rica durante décadas, reviste particular valor. Por un lado, constituye el principal frente para la defensa de nuestra soberanía e integridad territorial; por otro, acrecienta una buena voluntad que se traduce en beneficios tangibles en comercio, inversiones, turismo y cooperación.
Al decir lo anterior, no desdeñamos el desempeño del canciller como sustituto. De hecho, en general sus discursos ante la Asamblea General, así como otras actividades en las que ha participado, han estado apegados a la corrección y los pilares de nuestra política exterior, entre los que destacan la paz, los derechos humanos, el ambiente, el derecho internacional y la democracia. Gracias a la solidez de esos principios, decantados como una política de Estado, y a la estabilidad de nuestro cuerpo diplomático, que el canciller ha respetado en buena medida, no hemos tenido grandes traspiés en las Naciones Unidas.
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Sin embargo, una cosa es cumplir y otra, ser proactivos y generar impacto. Uno de los factores para lograrlo es contar con la representación del mayor nivel. Pero esta no basta. Más importante aún es que exista clara correspondencia entre lo que impulsamos y pregonamos en la escena internacional y lo que practicamos en la nacional. Esto es algo en lo que hemos retrocedido notablemente durante la actual administración, sobre todo en las agendas de ambiente, impulso a los derechos humanos, apego minucioso a la democracia y respeto al Estado de derecho.
Aparte de las limitaciones que pueda sentir para conducirse en tales ámbitos, las ausencias del presidente en la ONU evidencian los retrocesos que hemos mencionado. También, constituyen señales de un desdén por el avance de nuestras relaciones internacionales. Esto, a su vez, refleja su indiferencia por la política sustantiva en general, tanto externa como interna.
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Ya no hay marcha atrás en tales sentidos durante lo que queda de gobierno. Lo que sí existe, con mayor fuerza que antes, es la necesidad de mirar hacia delante, recargar nuestro debilitado liderazgo y comprender que el proceso de impulsar el desarrollo y bienestar requiere una alta, digna y eficaz representación en el mundo.
