
El otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a la líder opositora venezolana María Corina Machado ha sido una decisión poco convencional, pero altamente merecida.
Poco convencional, porque Machado es una luchadora por la democracia, con un proyecto político en una coyuntura nacional, y no es usual que el galardón se otorgue en tales casos; sin embargo, tampoco es inédito: recordemos el de la perseguida líder birmana Aung San Suu Kyi, en 1991. Altamente merecido, porque el signo de su lucha ha sido la movilización cívica y pacífica para restaurar los derechos de la población, conculcados por una dictadura corrupta, violenta y represiva. Por esto lo celebramos.
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Al anunciarlo, el presidente del comité noruego encargado de la decisión destacó que fue premiada “por su incansable trabajo de promoción de los derechos democráticos para el pueblo de Venezuela, y por su lucha por lograr una transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia”. El comunicado oficial la calificó como una “valiente y comprometida campeona de la paz... una mujer que mantiene encendida la llama de la democracia en medio de una creciente oscuridad”.
El mensaje de fondo es claro. Además de reconocer la valentía, tenacidad y fuerza inspiradora de una persona ejemplar, el comité resalta la estrecha vinculación que existe entre democracia y paz. Porque cada uno de estos principios se entrelaza y depende del otro para existir con plenitud, tanto en ámbitos locales como globales.
Las fuerzas antidemocráticas están ganando ímpetu en el mundo, reconoce el comunicado. Y es precisamente en coyunturas de esta índole cuando “resulta crucial reconocer a los valientes defensores de la libertad que se levantan y resisten”.
“La democracia –añade– depende de gente que se niega a mantenerse en silencio, que se atreve a dar un paso adelante a pesar de graves riesgos, y nos recuerda que la libertad nunca debe considerarse garantizada, sino que siempre debe ser defendida”. Y, precisamente, “María Corina Machado ha mostrado que las herramientas de la democracia son también las herramientas de la paz”.
Queda así en evidencia que su premio trasciende el ámbito venezolano, al que sin duda se debe, y se proyecta como un llamado de alcance global, con relevancia en múltiples latitudes; incluso, la nuestra.
La trayectoria de lucha cívica de Machado ha sido fiel reflejo de su compromiso con la democracia, la paz y la justicia en Venezuela. No hay que suscribir todas sus ideas ni avalar todas sus declaraciones para reconocerlo. Lo esencial de su aporte ha sido su capacidad y arrojo para desarrollar un movimiento democrático ciudadano, que logró superar fracturas opositoras y proponer a un candidato unitario, de una agrupación distinta a la suya –Edmundo González Urrutia–, como representante en las elecciones presidenciales del 28 de julio del año pasado.
Este esfuerzo colectivo, articulado desde el liderazgo también generoso de Machado, doblegó mediante los votos la candidatura de Nicolás Maduro. Y si el dictador se mantiene en el poder, es porque desconoció la voluntad soberana de su pueblo expresada en las urnas, y la sustituyó por un recrudecimiento de la arbitrariedad y la represión, acompañadas de más miseria, más corrupción y mayor cinismo.
El papel crucial de la galardonada en esta cruzada arrolladora y a la vez pacífica la condujo a la clandestinidad en diciembre pasado. En tales condiciones, recibió la llamada desde Oslo que le comunicó su escogencia. “Este inmenso reconocimiento a la lucha de todos los venezolanos es un impulso para concluir nuestra tarea: conquistar la libertad”, reaccionó casi de inmediato en la red social X. En una declaración más amplia, dijo que lo recibía en nombre de ese pueblo, que ha luchado “con admirable coraje, dignidad, inteligencia y amor“.
Que, con posterioridad, añadiera en su dedicatoria a Donald Trump, no la descalifica para nada. Más bien, el gesto puede considerarse como una decisión estratégica para aplacar la obsesión del presidente estadounidense con el Nobel y, así, mantenerlo de aliado coyuntural en la lucha por la democracia. No extraña que quienes la critican por esto sean, en su mayor parte, dirigentes políticos que han mantenido actitudes complacientes o cómplices con la dictadura. Por esto, carecen de autoridad para desconocer su heroísmo y erigirse en jueces de su conducta.
Resulta muy difícil predecir cuánto podrá influir el premio en la posible articulación de una salida pacífica a la situación actual de Venezuela. Si bien carece de consecuencias fácticas directas, posee enorme poder simbólico, y los símbolos cuentan mucho en la política.
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Además, al fortalecer la figura cívica de Machado ante un régimen carcomido desde su interior y sometido ahora a gran presión externa, el impacto podría ser real y producir un cambio sin intervenciones armadas. Sería el mejor homenaje no solo para Machado, sino también para el binomio paz-democracia que tanto merece el pueblo venezolano.
