“No conozco Guanacaste con rótulos en inglés” es una frase que se canta a viva voz en Costa Rica desde hace más de 15 años. Este verso de la canción Hila y reta de Malpaís (incluida en el álbum Un día lejano, 2009) resuena hoy en el debate público, quizá como nunca antes, debido a las discusiones sobre la gentrificación que azota las costas del país.
Como probablemente ya lo ha oído o investigado en otras fuentes, este fenómeno implica una reestructuración socioeconómica de las comunidades. Extranjeros de un capital elevado se instalan en estas zonas, adquieren propiedades y esto produce una transformación en el estilo de vida de estos sectores, que termina elevando el costo de vida y por ende, expulsando a los locales.
Pero esta problemática social no es nueva, y por supuesto, no fue una revelación premonitoria lo que se apoderó de Jaime Gamboa Goldenberg para escribir aquella letra; sino la indignación, la misma que, confiesa, le puso a dar vueltas a corazón y cabeza antes de esta entrevista.
Porque sí, los rótulos en inglés pueblan los rincones guanacastecos desde hace tiempo, pero sobre todo, son solo un símbolo de quiénes sí y quiénes no son bienvenidos en estas tierras actualmente.
“El progreso no está mal, quiero dejar muy subrayado eso. Pero el progreso que destruye cultural y ambientalmente un pueblo es el peor de todos, porque, realmente, no hay progreso”, comentó Gamboa.
El bajista y compositor dice tener el cordón umbilical en Nicoya, a pesar de que toda su vida radicó en la Gran Área Metropolitana (GAM). Su abuelo, Jaime Goldenberg llegó a la pampa a principios del siglo XX proveniente de Bielorrusia, cuando todavía era parte de la Gran Polonia.
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Su antepasado se dedicó a vender, a ser “lo que se conoce popularmente como un polaco”, y se casó con Esperanza Guevara, una guanacasteca de cepa, hija de una maestra de escuela que enviudó y vivió en la pobreza.
Con el tiempo el matrimonio Goldenberg Guevara compró una propiedad en Nicoya, donde Jaime, Fidel y sus hermanos pasaban las vacaciones, entre subirse a los palos, mejenguear, cantar parranderas y recitar retahílas.
Es por eso que a los 61 años, el líder del grupo Malpaís retiene en sus pupilas más de cinco décadas de historia de Guanacaste, su gente, recovecos y cambios. Es todo este trasfondo el que lo motivó a escribir Hila y reta, que según cuenta, es “hila” porque lo une a sus raíces y “reta” porque inquieta y pone a pensar.
“A mí me tocó ver un fenómeno que luego hasta terminó en estrados judiciales, con el manglar de Sámara que fue envenenado. Había familias que vivían ahí, yo los conocí; nosotros íbamos al rancho de la familia dentro del manglar. A punta de bala y de envenenar el manglar los echaron. Te estoy hablando de Costa Rica, no del viejo oeste. Los echaban porque ahí querían construir un hotel. Esas cosas lo indignan a uno y le dejan una huella muy negativa”, relató.
—Supongo que, más allá de lo que vio, pudo descubrir, a través de sus abuelos, otras décadas pasadas de una Guanacaste que era todavía más distinta, ¿qué le fue transmitido de esa otra parte de la historia?
—Las historias de mi abuela (Esperanza Guevara), por ejemplo, que era de Guardia de Liberia, tienen dos partes. Una es gloriosa, de lo que era Liberia a inicios del siglo XX, con su cuartel, comandante de plaza y su tropa. Había teatros y llegaban compañías de opereta de Europa; la gente se trajeaba con su ropa engominada para ir a la función. Ellos sentían que aunque estaban en el fin del mundo, en una provincia olvidada, pues tenían dignidad.

“Por otro lado, las historias de ella son de la profunda miseria en la que vivía ese Guanacaste. Mi bisabuela, Isolina (Centeno) La Chola, era maestra y tuvo que alimentar a sus hijos, porque se quedó viuda. Realmente vivieron en la más profunda miseria cerca del río Tempisque. Si no hubiera sido, decía ella, por la buena voluntad de las otras familias que no iban a dejar que la maestrita y sus hijas se murieran de hambre, muchas veces no hubieran podido comer”.
—¿A partir de qué momento notó que la provincia y sus dinámicas ya no eran las que conoció?
—No te podría decir un momento específico porque es un proceso. Por ejemplo, yo entré a la universidad en los años 90 y pasé un tiempo sin ir (a Guanacaste) y de repente vuelvo tres años después y noto un cambio muy importante. Como te digo, he visto 50 años de historia, pero los cambios han sido aceleradísimos en los últimos 20. Hay muchas cosas que siguen, por dicha, siendo las que son, pero en muchas regiones y sobre todo en las más turísticas, en las más bonitas, en donde más nos gusta ir, es donde más duele.
— ¿Cómo surgió Hila y reta? ¿Qué momento atravesaban al componerla?
—Ya habíamos compuesto Contramarea, que alude a otros temas como la migración y también canciones como Rosa de un día, que habla de lo que se ha perdido y de la ciudad de San José... Estábamos en esa onda de crítica de problemas sociales y la retahíla nació como parte de esa camada.
“La canción tiene otra frase que dice: “aquel que olvida su historia no merece compasión”. Está hablando ya no solo de los rótulos en inglés, si no pues yo diría de alguna manera de los cómplices locales. Gente sin la cual este tipo de cosas no ocurren y que terminan sirviendo en bandeja todo ese modelo de exclusión”.
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—A veces se pierde de vista la afectación de las comunidades que han sufrido un abandono histórico del estado y se centra todo en que las playas son muy caras para los del Valle Central, ¿Cree que desde la GAM hemos contribuido a la gentrificación?
—La gentrificación también trae este otro tipo de problemas, ¿verdad? Que es que al final los locales ticos también salimos expulsados de nuestro propio territorio nacional, porque se nos hace impagable el acceso a bienes y servicios en lugares que han sido totalmente cooptados por un modelo de desarrollo turístico ajeno y excluyente. Yo lo que siento es, sobre todo, que el problema está en la falta de planificación por parte del Estado.
“El asunto es que tenemos un Estado que realmente no sé en qué está y menos ahora. Pero realmente esas cosas se podían gestionar correctamente si el Estado, junto con la empresa privada responsable, hicieran planes de desarrollo para que todos pudiéramos acceder a la belleza de nuestro país”.

—Mucha gente se ve obligada a vender sus tierras y a la vez, algunos sectores señalan que no hay mayor problema en esto. Convirtiendo otra frase de la canción en pregunta, ¿a dónde meten sus chuicas los que venden su terruño?
—Mira, es muy triste vender el terruño, yo lo sé, porque nuestra familia al final terminó teniendo que vender. Uno lo hace con una sensación de que estás perdiendo algo querido, donde tener la raíz. Esa tristeza podría compensarse un poquito si uno sintiera, por lo menos, que el terruño le queda a gente que lo respeta, lo quiere y lo cuida. Que respetan las normas ambientales, convierten los lugares, pues, qué sé yo, hasta en centros culturales o negocios enfocados por lo menos en respetar la idiosincrasia, la tradición y la forma de ser de un pueblo. Pero desgraciadamente eso no es lo que está pasando.
“Lo que vemos es un modelo de desguanacastequización”, concluyó el músico.