Hay algo particularmente especial en la música de Malpaís. Algo viene con ella que, cuando se le escucha en vivo, genera un efecto en los recuerdos, donde parece extenderse por la eternidad.
El grupo en concierto logra que la audiencia sienta cada canción como única y, evidentemente, como memorable.
¿En 20 años, cuántas personas habrán sido impactadas por una sensación así? ¿Cuántas veces le pasó a cada una? Cada quien podrá sacar sus cuentas de dónde y cuándo habrá visto a Malpaís, de cuál canción le resulta particularmente emotiva y con cuál de sus relatos cantados siente mayor apego.
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La celebración de dos décadas de existencia era un homenaje a un amplio cancionero, al poder creativo de sus miembros, a la añoranza de sus inicios y a su vigencia.
Podría verse también como un agradecimiento al hilo que conecta a la banda con su audiencia. Con Malpaís hay una relación de fidelidad banda-público. El cariño es mutuo, largo en el tiempo y extenso en territorio.
En el fondo, el concierto ya se sabía que sería disfrutable, incluso, antes de que hubiera empezado. La sola posibilidad de su realización era un recordatorio valioso del ingenio musical de Fidel Gamboa, tangibilizándose en su legado vivo. Además, significaba una nueva oportunidad para disfrutar de todo lo que conlleva Malpaís: los paisajes que se retratan en sus melodías, el recorrido por Guanacaste, la conexión con la naturaleza, el repaso de incontables ritmos criollos, así como el humor y conciencia presente en sus letras.
Pocas bandas tienen la capacidad de convocatoria de artistas de renombre en el ámbito local como Malpaís. Con mucha razón Luis Montalbert-Smith describió la ocasión como un “concierto inclusivo”. Esto tiene un peso importante, hasta emocionante puede ser haber visto en tarima a una paleta artística de invitados unida al final de la noche.
Aparecieron Bernal Quesada, Max Goldenberg, Éditus, Son de Tikizia, Los Tenores, Gandhi y un ensamble de cuerdas. Además, se invitó a tarima a dos proyectos alternos de sus integrantes (Andrés Cordero y la desaparecida banda Octavia).
El concierto no fue un repaso continuo de la música propia, sino que se estableció con alternancia entre las composiciones de Malpaís, el relato de anécdotas o curiosidades y la presencia de todos esos artistas-amigos invitados.
Desde la butaca el fondo se vio afectado por la forma. Durante la velada tantas entradas y salidas se fueron comiendo el tiempo. La variedad atentó contra la efectividad. La música de Malpaís vino a cuentagotas, diluyéndose en el cronograma y generando un poco de confusión auditiva.
Hubo cortes que se sintieron atinados, como la yunta con Gandhi, en una versión roquera de Otro Lugar y una adaptación especial de Estréllame. Fue hermoso estar ahí para escuchar un arreglo de siete voces cantando Presagio junto a Los Tenores, pero ¿cómo se digiere Nessum Dorma en medio de un concierto de Malpaís? Uh… todavía no lo sé.
El formato fue diferente a lo que estamos acostumbrados como audiencia; disruptivo, si se quisiera decir. Es cierto que fue introspectivo pues permitió acercarse más a la visión de mundo de cada músico del grupo y a la familia extensiva de la banda, pero, a la vez, le comió minutos valiosos a lo esperable: más música de Malpaís.
De todas formas, entre lo memorable, el concierto trajo momentos que se quedarán para la posteridad como la aparición sorpresiva de Manuel Obregón en tres hologramas simultáneos o la intervención tan sabrosa de Max Goldenberg.
Al final, sobrevive el agradecimiento de poder disfrutar la música de Malpaís una vez más, la posibilidad de recordar dónde estuvo el grupo en nuestro pasado y las ganas de imaginar dónde podrán estar en el camino hacia adelante donde puedan coincidir la banda y nuestros oídos.
EL CONCIERTO
Artista: Malpaís e invitados
Lugar: Anfiteatro Coca.Cola, Parque Viva.
Fecha: Sábado 27 de julio