Con excepción del mes de abril, Costa Rica lleva diez meses consecutivos en los que el número de turistas que ingresan al territorio nacional decrece; en mayo, la caída fue de un 5% en comparación con el mismo mes del año anterior. En otros tiempos, estas cifras habrían sido suficientes para que todas las alarmas se activaran y, finalmente, hubiera una reacción efectiva por parte de las autoridades de gobierno. Sorprendentemente, sin embargo, lo único que se escucha de estas son excusas y justificaciones de muy difícil aceptación.
Prueba de ello es que el ministro de Turismo, William Rodríguez, insiste en afirmar que “la explicación está en el cielo”, al atribuir la disminución de visitantes a la reducción en el número de asientos asignados para los vuelos hacia Costa Rica. Esto puede tener algo de cierto, pero la razón de esta reducción es consecuencia de la programación que hacen las aerolíneas en anticipación de la demanda esperada, por lo que lo señalado por el ministro sería más bien el efecto y no la causa del problema. Además, en mayo de este año hubo un crecimiento de 3,94% en el número de asientos registrados con respecto al año anterior.
También es solo parcialmente cierto que la guerra comercial lanzada por el presidente Trump, así como los conflictos en Oriente Medio y otros lugares, sean la causa de la disminución del turismo en Costa Rica.
Sin duda, la incertidumbre que prevalece entre los estadounidenses los hace ser más cautelosos en sus gastos y esto inevitablemente afecta el presupuesto familiar destinado a viajar al exterior. Sin embargo, las cifras indican que, mientras en Costa Rica el ingreso de turistas provenientes de los siete países prioritarios ha bajado en un 3,7% en los últimos cinco meses, a nivel mundial el turismo ha crecido en un 5% –y un 2% en el caso de las Américas– durante los primeros meses de este año.
Asimismo, la incertidumbre en Estados Unidos no explica la caída de turistas provenientes de Francia (–12,1%), Alemania (–7,8%), Reino Unido (–8,8%) o España (–4,5%). En el caso de Canadá, la caída es particularmente llamativa (–4,8%) porque el trato que la actual administración estadounidense le ha propiciado a ese país está provocando un boicot de los turistas canadienses a territorio estadounidense, al punto de que el turismo entre ellos ha sufrido una reducción del 15% y los canadienses han estado buscando destinos alternativos. Por lo visto, Costa Rica no ha podido aprovechar esa coyuntura a pesar del aumento significativo de la inversión con fines promocionales que el ICT asignó a ese mercado.
En la acera de enfrente, los representantes del sector turístico no dudan en apuntar hacia causas más terrenales y señalan la creciente percepción de inseguridad –respaldada por un incremento en la violencia y la criminalidad– y el tipo de cambio como los culpables más sobresalientes de la caída.
No es la primera vez que se subrayan esos factores, junto con el surgimiento de una mayor competencia (como El Salvador o Colombia), una importante pérdida de competitividad y problemas que se arrastran desde la pandemia. Tampoco es la primera vez que esta administración decide ignorar los llamados del sector a la acción y, como ya se ha hecho costumbre, ha preferido optar por achacarles a terceros ajenos al gobierno la responsabilidad de todos los males.
Pero seguir escondiendo la cabeza debajo del suelo y culpar a las aerolíneas, a la geopolítica o a la administración Trump, sin reparar en las verdaderas causas del problema que estamos padeciendo, no nos llevará a ninguna parte. Está bien explorar nuevos mercados, aumentar el presupuesto de publicidad o apelar al turismo local para contrarrestar lo que está aconteciendo, pero todo parece indicar que las causas de nuestros problemas en este sector son más profundas y requieren atención inmediata.
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El turismo es una actividad que genera alrededor de $5.500 millones de divisas al año y brinda trabajo directo e indirecto a miles de personas, particularmente en las muy necesitadas zonas costeras. Así, es indispensable corregir los problemas que lo están impactando antes de que sea demasiado tarde.
En vez de seguir mirando al cielo para encontrar culpables, el ministro debería poner los pies en la tierra, arremangarse la camisa y ponerse a trabajar junto con el sector.

