
La turbulenta crisis política que padece Francia, sin precedentes desde la fundación de su Quinta República, en 1958, tuvo el jueves un pequeño respiro. Sin embargo, el costo acumulado es enorme; el retroceso en políticas públicas de calidad, notable, y difícilmente lo ocurrido dará paso a la estabilidad. Los factores que desencadenaron esta crisis permanecen vivos e incluso podrían agudizarse en los próximos meses.
Tales factores son, en esencia, la fragmentación de su Asamblea Nacional, sin acuerdos viables desde junio de 2024; la creciente impopularidad del presidente Emmanuel Macron; la pérdida de confianza en los principales actores políticos; la tensión social; la creciente deuda pública, y la capitalización de todo esto por los sectores más intransigentes. En un polo está la extrema izquierda del partido La Francia Insumisa (LFI), encabezado por Jean-Luc Mélenchon; en otro, la extrema derecha del Reagrupamiento Nacional (RN), liderado por Marine Le Pen.
Las repercusiones de esta situación trascienden fronteras y debilitan el desenvolvimiento de la Unión Europea (UE), en la que Francia ejerce, junto a Alemania, un liderazgo crucial. La coyuntura es particularmente crítica, por el creciente desafío ruso a su seguridad, por la guerra comercial del presidente Donald Trump y por la ambigüedad de su compromiso con la UE y, en particular, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), su bastión defensivo.
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El alivio al que nos referimos consistió en que el gobierno del primer ministro, Sébastien Lecornu, logró superar sendas mociones de censura presentadas por LFI y RN. Se salvó por apenas 18 votos en un plenario de 577 diputados, gracias a la abstención de una mayoría de miembros del Partido Socialista y de Los Republicanos (derecha tradicional). Es posible, además, que logre la aprobación del presupuesto para el próximo año, antes de que venza el plazo constitucional.
El costo de su supervivencia y de evitar la convocatoria a nuevas elecciones legislativas ha sido enorme. Consistió en suspender, hasta después de que se celebren las elecciones presidenciales en 2027, el principal proyecto transformador de Macron: la reforma que elevó de 62 a 64 años la edad de pensión. Nada garantiza que en dos años exista el apoyo necesario para reactivarla, aunque sea con ajustes. Entretanto, la suspensión afectará aún más las deficitarias finanzas públicas; ha creado fracturas incluso en el seno de Renacimiento, el partido de gobierno, y ha recibido fuertes críticas de los sectores empresariales.
Es decir, la peor parte de la crisis ha entrado en un impasse, pero con un gobierno en extremo debilitado y grandes posibilidades de que padezca renovadas turbulencias.
Su origen fue la disolución de la Asamblea y la convocatoria a nuevas elecciones legislativas, decididas por Macron tras el pobre desempeño de su partido en las elecciones al Parlamento Europeo, en junio de 2024. Ya para entonces había perdido la mayoría legislativa, pero mantenía un bloque suficiente para pasar legislación con aliados puntuales.
El resultado de las nuevas votaciones asestó un severo golpe, no solo a su gobierno, sino a la gobernabilidad de Francia. Los extremos políticos ganaron fuerza, y el parlamento quedó dividido en tres grandes bloques de peso similar, con enormes diferencias entre sí e incapaces de suscribir acuerdos.
En el corto tiempo trascurrido desde entonces, la crisis en ciernes comenzó a tomar fuerza, hasta llegar a los extremos actuales. En poco más de 15 meses, el país ha tenido cuatro primeros ministros y cinco gobiernos distintos. Lecornu formó el cuarto, pero solo duró 24 horas, por disputas internas. Renunció, fue nombrado de nuevo por Macron y logró al fin el balance necesario para el quinto, pero su precariedad es notoria.
Le Pen ha exigido nuevas elecciones; Mélenchon, la renuncia del presidente. Esto último es muy improbable, pero lo primero no puede descartarse. Más allá de lo que ocurra en el corto plazo, el mayor beneficio de la crisis lo ha cosechado la extrema derecha, que ha avanzado en posicionarse como bastión de estabilidad en medio de las trifulcas de otros. Esto le dará gran impulso para las próximas elecciones. No se puede descartar que se aproxime a la mayoría legislativa e, incluso, que gane la presidencia en 2027.
Si Le Pen no puede postularse al cargo, por los serios problemas legales que enfrenta, le abrirá el camino a su lugarteniente, Jordan Barnella, mucho más joven, más atractivo y con imagen de menor extremismo.
La posibilidad de este avance o triunfo extremista resulta en extremo preocupante, sobre todo en el contexto europeo y global de hoy, pero acecha con fuerza. Quizá sea posible evitarla desde la responsabilidad del conjunto de los actores políticos democráticos y la madurez del electorado. Hasta el momento, sin embargo, existen pocos motivos para la esperanza.
