
Llegó la Nochebuena. Desde La Nación, deseamos que el espíritu de la Navidad colme sus hogares de paz y fortalezca los lazos de familia y amigos. Son días en los que muchos tenemos la dicha de sentarnos a la mesa para compartir un almuerzo, una cena y, casi siempre, un tamal, ese platillo tan tico que propicia el encuentro y que, en muchos hogares, comienza unos días antes con la tradicional tamaleada.
Entre hojas, amarras y conversaciones que se alargan, ocurre también algo menos visible pero muy importante: la posibilidad de hablar sin ataduras ni nudos sobre nuestras preferencias o dudas políticas, especialmente en medio de una campaña marcada por la polarización y por mensajes que apuestan a dividir.
A casi un mes del 1.° de febrero, cuando escogeremos presidente y diputados, el llamado “efecto tamal” –del que habló nuestro columnista Jorge Vargas Cullell en su más reciente publicación– evidencia que, muchas veces, el voto se decide en la intimidad de una cocina o de una mesa compartida.
En las páginas de La Nación aparece al menos desde diciembre de 2001, para describir esos días de reencuentro característicos de la Navidad y el fin de año en los que, entre tamal y tamal, se conversa en círculos de confianza sobre las preocupaciones del país y se terminan de madurar las definiciones políticas y las intenciones de voto en grupos familiares y de amigos.
Es más, en 2014, los investigadores del Programa Estado de la Nación, Ronald Alfaro y Steffan Gómez, concluyeron que el “efecto tamal” influyó en el desenlace de las elecciones de ese año, en las que resultó ganador Luis Guillermo Solís, quien no figuraba como favorito durante buena parte de la campaña y cuyo ascenso se produjo a partir de diciembre, en un contexto de alta indecisión ciudadana.
Explicaron que “la tregua navideña fue un momento propicio para la discusión y la formación de la preferencia electoral, algo así como un ‘efecto tamal’, pues los cambios se produjeron durante ese periodo en el que aumentan las reuniones familiares y sociales con motivo de la Navidad y las festividades de fin de año”.
Ese hallazgo refuerza la idea de que el voto también se sazona en la confianza hogareña, lejos del ruido de los discursos incendiarios y de los algoritmos que premian la confrontación.
Sin idealizar el “efecto tamal” ni desconocer que hay conversaciones que requieren límites, convertir el silencio en norma por temor al conflicto implica renunciar a uno de los pocos espacios donde aún es posible hablar sin miedo. Callar para no pelear puede parecer prudente, pero también puede ser el primer paso hacia la pérdida de libertades.
Las cifras ayudan a dimensionar el riesgo. Aunque el respaldo a la democracia se mantiene relativamente estable desde 2002 –un 66% de la ciudadanía la apoya–, no puede pasarse por alto que en 1983 ese respaldo alcanzaba el 87%, ni ignorarse que hoy un 34% de la población expresa descontento y se inclina por opciones autoritarias. A ello se suma otro dato revelador: el 73,4% de los costarricenses cree que la libertad de expresión está en peligro y un 46,5% admite que se autocensura al opinar en redes sociales por temor a represalias laborales o familiares.
En estas circunstancias, no debemos caer en la estrategia de bandos políticos que insisten en exacerbar los odios para empobrecer la discusión pública. Lo que ocurre hoy en España es una advertencia. Allí, la polarización se instaló en la vida cotidiana, al punto de que, en el último año, un 14% rompió relaciones con amigos o familiares por disputas políticas y tres de cada cinco personas evitan el tema para no confrontar. La fractura también se expresa en acciones como abandonar grupos de WhatsApp, algo que ya hizo el 15% de la población.
Cuando la división alcanza este nivel, deja de ser solo ideológica y se convierte en un problema social que erosiona la cohesión.
En la recta final rumbo a las elecciones, el país necesita más diálogo y menos pleitos. Necesita ciudadanos que contrasten promesas, cuestionen discursos simplistas y se permitan dudar y aclarar ideas en su entorno cercano.
El “efecto tamal” fomenta la reflexión compartida y el respeto por la diversidad de opiniones. Defenderlo no es politizar la Navidad ni arruinar la fiesta, sino comprender que la política forma parte de la vida y que hablar de ella no debería ser motivo de ruptura, sino de construcción de criterio.
Desde ya, les deseamos conversaciones francas y provechosas, con la convicción de que quien se sienta a la mesa con nosotros no es un adversario, sino un familiar, un amigo o un vecino con el que compartimos la pertenencia a un mismo país y la responsabilidad de cuidarlo, aun si pensamos distinto.
Les deseamos una armoniosa Navidad. Gracias por elegir a La Nación para informarse, reflexionar y resguardar juntos las libertades que sostienen nuestra democracia.
