Sollozos, condolencias, arreglos de flores, globos y varios canes amigos protagonizaron el velatorio de una mascota en el que el protocolo fue muy similar a las honras fúnebres para un ser humano.
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El último adiós puede superar los ¢10 millones y el mercado está lleno de novedades: urnas de sal que se disuelven en el mar, cofres de peluche con estampado de leopardo o la opción de enterrar los restos del finado al pie de un árbol en medio de un bosque.
