En 2002, cuando Milagro Miranda tenía 20 años tomó una decisión que la persigue y la angustia hasta el día de hoy. En ese entonces su papá, don Freddy, enfrentaba una enfermedad para la cual los médicos le recetaron Arcedol, un medicamento para controlar el dolor que mezcla acetaminofén y codeína. Al mismo tiempo, ella lidiaba con el estrés de estudiar Enfermería y sufría frecuentes dolores de cabeza.
Todas esas situaciones se mezclaron para convertirse en el detonante de una serie de hechos que la marcaron y golpearon muchas vidas.
Las complicaciones comenzaron cuando don Freddy desatendió las indicaciones médicas y decidió tomar las pastillas solo cuando tenía fuertes crisis, por lo que sobraban muchas dosis. Milagro vio en ellas una opción para lidiar con el estrés y los dolores de cabeza.
“Un día me tomé una pastilla y además de que me quitó el dolor de cabeza, sentí un desestrés total, una relajación total en el cuerpo y de ahí seguí consumiendo esporádicamente codeína. Luego pasé de una esporádicamente hasta llegar a diez o quince pastillas de codeína por día”, narró la mujer, quien labora para la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), en Enfermería del Hospital Nacional de Geriatría Raúl Blanco Cervantes.
Cuando Milagro llegó a ese nivel de consumo, su padre ya no fue testigo, pues murió en enero de 2005, pero la adicción a los opioides ya estaba lo suficientemente sembrada para seguir haciendo estragos en su vida y en la de sus seres queridos.
“Ya no estaba mi papá, ya él había fallecido. Entonces, tenía que conseguir las pastillas de codeína en farmacias, sin recetas (...) Según yo, andaba bien y me veía bien frente al espejo, pero me ponía muy letárgica y somnolienta. A veces me hablaban y no escuchaba. En esa época, tuve problemas con la persona que era mi pareja, que es el papá de mis gemelos, eso solo ayudó a que yo aumentara el consumo de codeína”.
En 2009, año en que nacieron sus dos hijos, paró el consumo, pero en 2010 lo retomó. Un día que no tuvo codeína a la mano tomó tramal, un opioide empleado para controlar dolores intensos y ahí se abrió una nueva dimensión. Trabajando en un centro médico era fácil conseguir las dosis, confesó que robó “las primeras tres gotitas” de tramal de gaveteros de medicamentos, solo debía ingeniárselas para sustraerlos sin que nadie lo notara.
La práctica de robar sustancias de centros médicos para satisfacer adicciones no es exclusiva de Milagro, existen casos documentados de simulación de cirugías, robos en quirófanos y hasta funcionarios que se hacen pasar por médicos para extraer el poderoso fentanilo de unidades de cuidados intensivos. Según datos de la CCSS, en los últimos cinco años, el número de sus funcionarios que requirieron atención médica por abuso de sustancias psicoactivas creció un 360%. Solo el año pasado, la entidad atendió a 994 de sus trabajadores.
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“Las primeras tres gotitas las tomé de una de las gavetas de medicamentos que tenían en el piso en el que yo estaba trabajando. Después, lo que yo andaba haciendo era conseguir recetas de tramal oral y recetas y recetas, que me hicieran recetas no a nombre mío, sino a nombre de quien fuera, pero que me hicieras las recetas, porque no podía agarrar más tramal de hospitalización porque le iba a hacer falta al paciente y lo iban a notar”.
Cuando enfrentó complicaciones para sacar tramal del Hospital, consiguió una farmacia en San José que le vendía tramal sin receta y empezó a aplicárselo de manera intravenosa. Primero media ampolla, luego una ampolla; luego dos, luego tres y luego convulsionó, lo que le provocó un temor a ese tipo de aplicación, pero era más fuerte la adicción.
Escalada
Del tramal pasó a la morfina, un potente opioide utilizado para calmar dolores severos luego de accidentes, operaciones o paliar males crónicos o pacientes terminales. Con esa sustancia todo empeoró, llegó a aplicarse de 15 a 20 ampollas al día, eran sus compañeras: ampollas en la mañana, al mediodía y en la tarde. Vendió muebles, artículos personales y hasta juguetes de sus hijos para conseguir morfina en el mercado negro.
¿A quién le compraba Milagro la morfina? A una persona que trabajaba en uno de esos sitios que ofrece dictámenes médicos para obtener la licencia de conducir. Según la mujer, esos lugares obtienen el opioide de médicos que laboran para la CCSS. “No hay otra forma de conseguirla”, sostuvo.
“Cada caja de morfina en el mercado negro me la conseguía el dealer a entre ¢40.000 y ¢50.000 y la caja traía 20 ampollas ¿Con qué salario uno sostiene una adicción de ese tipo? Empecé a vender cosas, como un adicto de la calle (...) Le vendí lo que más querían mis gemelos, que era un nintendo switch con todos los juegos que tenían y decirle a ellos que era que estaba malo y lo había llevado a arreglar, eso siempre me hace sentir mal”, reconoció.
Para tapar las marcas de las agujas en sus brazos, la enfermera se pagaba a hacer uniformes de manga larga.
“Yo no me consideraba adicta porque no estaba tirada en una calle o en un caño, no me consideraba adicta porque consumía medicamentos de hospital, nunca he probado la coca, ni la piedra, ni tomo o fumo. Entonces, yo no consideraba que tenía un problema o era adicta”.
En octubre de 2021, la Auditoría Interna de la CCSS reveló deficiencias en el proceso de custodia, manejo y despacho de estupefacientes como el fentanilo.Por ejemplo, sale de las bodegas institucionales sin medidas de control y seguimiento como cajas con marchamos numerados. En los hospitales Rafael Ángel Calderón Guardia, México y San Juan de Dios, los auditores descubrieron decenas de recetas sin información clave como cantidad de dosis prescritas por paciente, tiempo del tratamiento, sellos de farmacia, inconsistencias en letras y firmas de las recetas y hasta medicamentos en maletines personales de médicos.
Recuperación
El testimonio de Milagro es un ejercicio de retrospectiva, pero también es un anhelo de ayudar. “Si este testimonio ayuda a una sola persona, ya estaría contenta”.
No consume opiáceos u otro tipo de drogas desde noviembre de 2021. Llegar a este punto no fue sencillo, en 2016 perdió a sus hijos y estuvo a punto de perder el trabajo, ya que sus jefes le advirtieron sobre un deterioro físico y una caída en el rendimiento.
Buscó ayuda en el Instituto Sobre Alcoholismo y Farmacodependencia (IAFA) y entró, a mediados de 2021, a una clínica de desintoxicación, pero a las pocas semanas recayó en la codeína y desertó. En octubre de ese mismo año lo volvió a intentar, esta vez completó un proceso de 35 días de terapias y desde entonces está limpia.
“Si uno quiere, uno puede salir adelante, sí se puede, pero hay que buscar ayuda. Primero hay que aceptar que uno tiene un problema, esto es una enfermedad y la mayoría de la gente no entiende que esto es una enfermedad”.
La Nación tuvo contacto con otros profesionales en salud que pasaron por la misma situación que Milagro y que recibieron atención del IAFA, pero prefirieron no contar sus historias.