‘Legionarios’ es una serie de Revista Dominical, en la que le ofreceremos historias de costarricenses que destacan como profesionales, emprendedores y/o líderes en el extranjero. Si conoce de un caso que le gustaría sugerirnos, por favor escríbanos a revistadominical@nacion.com

De niños, David Romero y Diego Bastos se divertían en Alajuela jugando con legos, como una actividad normal en su condición de infantes y un lazo como primos hermanos. Al ver aquellas escenas de recreación infantil, nadie se imaginó que, con el tiempo, estos dos edificadores de bloques de plástico, estarían codeándose en las grandes ligas de la arquitectura en Francia.
Los planos de este sueño profesional en conjunto fueron trazándose lentamente, pasando de bocetos casi ininteligibles a una proyección tridimensional, que mostraba detalladamente sus dos proyectos de vida. Una parte de amoroso vínculo familiar por una de intereses compartidos fue la proporción de ingredientes que forjaron el mortero que unió sólidamente sus destinos.
Por los pasillos de esta historia, ambos tuvieron varios encuentros, separaciones y reencuentros. Si bien compartieron en su infancia, conforme Romero entraba en su adolescencia y Bastos seguía siendo un niño, la brecha de intereses y espacios comunes los distanció.
Luego, la educación universitaria volvió a juntarlos, pues ambos estudiaron arquitectura en la ya extinta Universidad del Diseño. David, quien es ocho años mayor que su primo, fue el primero en formarse académicamente en esta profesión.
“Eran unas palmadas, de irse en el primer bus de Alajuela-UCR en la mañana y volver en el último. Yo pasé mucho tiempo metido en la U, vivía prácticamente metido ahí. Durante todo ese período, casi no nos veíamos”, comentó Romero.
Cuando el menor de los primos estaba en su último año de colegio, impulsó sus primeros pasos hacia la carrera universitaria con Romero como su punto de apoyo.
“David empezó a integrarme y me sentí con un hombro en el cual apoyarme. Tenía 17 años y él ya conocía la U, entonces me explicó muchas cosas. Fue muy valioso tener un familiar que, siendo uno de Alajuela, le explique cómo es San Pedro. Me presentó a sus amigos, me metió en ese ambiente y, a partir de ahí, se formó una unión muy linda”, relató.

En ese entonces, ambos andaban en patineta y coincidían en un taller vertical que organizaba su casa de estudios, en el cual se trabajaba entre los estudiantes avanzados y los de nuevo ingreso para generar vínculos entre generaciones. Además, la universidad era de aproximadamente 120 alumnos, lo cual facilitaba la cercanía.
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Sin embargo, nuevamente tocó una despedida, cuando Romero se lanzó a la vida profesional, mientras su primo seguía con la carrera, la cual finalizó en la Universidad Véritas. David partió a Francia en el 2006, sin saber que el zaguán de desencuentro por el que se marchó, se convertiría en la pista en la que, años después, despegaría otra coincidencia.
Las grandes ligas de la arquitectura
Al pensar en Francia fácilmente se evoca el romanticismo y la buena gastronomía; no obstante, no hay que pasar por alto su rol como meca de la arquitectura. La Catedral de Notre Dame y la Torre Eiffel son solo dos ejemplos del prestigio que goza el país europeo en temas arquitectónicos.
La fabricación de los autos de lujo Bugatti, los aviones Airbus y varios reactores nucleares recalcan la vanguardia tecnológica y la calidad de los profesionales en la tierra del baguette. Es decir, llegar a la industria de la construcción en Francia, es, en efecto, dar un salto a las grandes ligas.
“Es hasta meses después que uno se da cuenta en dónde está trabajando y qué fue lo que hizo. Siento que se sale de las manos de uno, con todo el contexto de que Francia se reconozca tanto a nivel arquitectónico. En su momento, uno lo ve solo como su trabajo, en que tiene que ponerle más y más, y se vuelve algo cotidiano”, confesó Diego Bastos.

Romero fue quien llegó inicialmente a este escalón. Trabajó durante algunos años en la destacada firma Wilmotte & Associés, en la cual formó parte de proyectos como la remodelación del Palacio de Festivales y Congresos de Cannes.
Cuando nació su primera hija, buscó cambiar los aires citadinos e irse a vivir al campo francés, concretamente a Alsacia. Envió varias postulaciones y fue recibido en otra reconocida firma, la de Dominique Coulon –arquitecto ganador de la Medalla de Oro de la Academia de Arquitectura en 2022–, ubicada en Estrasburgo.
Después de aproximadamente dos años trabajando en esta oficina arquitectónica, una visita turística de su primo Diego fue como un presagio del destino conjunto que les deparaba el futuro. Tras ese viaje en el 2012, Bastos volvió a Costa Rica y se casó con su pareja; aquel retorno sería breve, casi que para agarrar impulso y migrar definitivamente.
Tanto él como su esposa tenían como proyecto en común vivir una experiencia en el extranjero, y a ella le aceptaron la postulación para estudiar un posgrado en Francia. Ambos emprendieron el viaje sin demasiadas certezas. En principio, Diego iría a estudiar el idioma y trabajar en lo que fuera pero, dichosamente, fue contratado en la misma oficina de su primo.
Le ofrecieron un puesto por tres meses a medio tiempo, ya que simultáneamente estaba estudiando. Admite que para aquel contrato de 20 horas semanales, tuvo que trabajar 40 con el fin de cumplir con los estándares de la oficina. Este primer y difícil año, concluyó con una extensión de 15 meses en la relación laboral, que se convirtió en un puesto fijo por una década.

Aunque habían trabajado en varios proyectos en la parte de planificación y diseño, cada uno tuvo su primera experiencia en la ejecución de una obra, mientras eran empleados de la oficina de Dominique Coulon.
En primer lugar, Romero recuerda que su primera obra fue una guardería en Alsacia. “Ir de la línea, del papel al volumen, al edificio es un proceso muy enriquecedor y no se puede explicar de otra manera que no sea haciéndolo. Es como andar en bicicleta, al principio se es cauteloso pero poco a poco se va soltando y empieza a agarrar confianza”, explicó este profesional.
Por su parte, Bastos se implicó por primera vez en una obra hasta el 2018, en un ambicioso proyecto para el que su primo trabajó la parte de diseño. Esta construcción corresponde al Conservatorio Artístico Charles Aznavour, ubicado en Versalles –ciudad al oeste del centro de París–. Fue un proceso enriquecedor pero a la vez muy desgastante para el arquitecto tico, con una pandemia empeorando las vicisitudes.
“No sabía a lo que iba, por eso fue que le entré. Nunca había hecho una construcción e inicié en una de tal magnitud, con un edificio que lleva mucha parte técnica y en el que hubo que trabajar con ingenieros, 16 empresas e interlocutores de todos los lugares. Ahí me di cuenta que la arquitectura es algo muy humano, que depende de cómo le hable a una persona, me va a ayudar o no”, declaró Diego, quien es máster en Urbanismo y Planificación.
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Un factor que los ayudó a afrontar la exigencia y retos que han sido el pan de cada día en su desarrollo profesional fue hacerse conscientes de que las dificultades no significaban falta de capacidad, sino que eran proporcionales a las “grandes ligas” en las que se encontraban inmersos.
“Hablábamos y decíamos: ‘Es que vea mae, a Navas cuando estaba en el Madrid, el nutricionista le llegaba a decir que se tenía que comer seis huevos crudos y se los come y punto. Mentalicémonos, démosle a sacar esta vara adelante. Es un buen brete, no hay que abandonar’”, narró Romero con humor.

Toda esta experiencia no solo les ha generado un crecimiento en el ámbito técnico, sino que ha delineado mejor los acabados de sus horizontes. Romero asegura que prefiere mantenerse en la parte de diseño, mientras que Bastos le encontró el gusto al rol de estar en la obra.
“Me he dado cuenta de que la arquitectura va más allá de lo que a uno le enseñan. Va más allá del diseñar y armar casas; más bien, está hecha para el usuario. Para mí es un servicio que se brinda a las personas para ayudarlas a habitar un espacio”, detalló Bastos.
Ambos adquirieron la serenidad necesaria para este oficio, del que comenta David: “Se dice que uno es arquitecto hasta los 40 años”. De acuerdo con esto, este sería apenas su cuarto año y a Diego le faltaría un par para hacer su debut.
“En realidad, el proceso de experimentar la profesión es muy lento. Los compañeros que estudiaron medicina en la U rápidamente están operando a un paciente; en cambio, yo hice mi primera construcción a los 30 años. Recién ahora empieza uno a sentirse más cómodo y, aún así, si le llegan con un proyecto como una piscina o un asilo de ancianos le toca a uno afrontar dificultades y retos”, expresó Romero.
Los primeros dejaron la oficina de Dominique Coulon en el 2023. Ahora, Bastos está trabajando de manera independiente y Romero, que hizo lo mismo durante un año, prefirió ingresar a la oficina DRLW en marzo. “Estamos viendo si contratamos a Diego de aquí a un par de meses”, apuntó entre risas el arquitecto.
Cimientos de aquí y allá: La clave para adaptarse a Francia
Al apreciar cualquier edificio, de la casa más simple a la torre más majestuosa, la vista se queda en primera instancia con la fachada. Rara vez, alguien que no se dedique a la arquitectura, se detiene a pensar que la solidez que mantiene en pie a las estructuras viene de los cimientos, enterrados e inobservables.
Del mismo modo, las bases de una persona tienen mucho que ver con la resistencia y capacidad para soportar los socollones de la vida. Las raíces familiares de David y Diego están atravesadas por la migración, y coinciden en que esto les ha construido fachadas que encajan en cualquier barrio.
“Uno viene de Alajuela, del INVU las Cañas; uno es zaguate. Viene aquí sin red de seguridad a Francia. Pienso que por el hecho de crecer con menos cosas, uno tiende a ver el vaso medio lleno. En realidad, uno está bien en todo lado y, al final, se adapta”, comentó David Romero.
Según Bastos, su bisabuelo era yugoslavo, mientras que las madres de ambos llegaron a Costa Rica desde Bolivia en la década de los 70. Los Romero abrieron la Soda Alberto, uno de los primeros restaurantes vegetarianos en el país.

De la altura alpina, aterrizaron primero en San José y, un par de años después, se mudaron a la llana y calurosa Alajuela, en la que formaron su hogar. Además de su trabajo en la cocina, la mamá de David ejerció como profesora de francés; otra casualidad que fue una pista de los tiempos venideros.
Incluso, por relación con amigos de su madre, Romero conoció a su esposa, originaria de Francia, quien también fue un gran motivo para que el arquitecto se mudara al Viejo Continente. Lo cierto es que por una de esas rebeldías que son tan comunes en un joven, David no aprendió francés hasta adulto.
“Mi mamá era profesora de francés, pero yo decía que eso no servía para nada y que tenía que aprender inglés. Ya después dije: ‘Qué huevón, nunca aprendí‘, y me puse a llevar cursos por aparte, gracias a eso hablaba un poco cuando llegué. Es hasta dos años después que uno se siente más cómodo, el francés se las trae”, confesó.
Por su lado, Bastos comenzó a instruirse en esta lengua tras un viaje que realizó en el 2008. A pesar de esto, el proceso de adaptación al idioma costó su tiempo, para interiorizar el inmenso vocabulario. Esta situación incluso lo impactó en su trabajo, pues los programas que utilizaba venían en francés.
“Uno llega con un nivel que cree que está bien, con un B2 que llaman, y se da cuenta de que no hay nada como aprender el idioma en el país de origen. Los primeros meses uno se la va jugando, pero fue una adaptación bastante ruda”, reveló el arquitecto.

Tanto Bastos como Romero están más que asentados en el país europeo. David tiene una hija de 13 años y un hijo de 11, ambos franceses, aunque afirma que tienen su parte tica y disfrutan mucho del gallo pinto.
“Me acuerdo que de pequeño me quejaba y le decía a mi mamá que por qué no cocinaba arroz y frijoles. Comíamos boliviano en la casa y tico afuera; ahora, comemos tico en la casa y francés afuera”, relató.
Diego es papá de dos hijos, de 6 y 1 año de edad; son franceses pero con ambos padres costarricenses. Al mayor lo describe cariñosamente como un ‘francesillo’, con sus costumbres y gustos, pero con la sangre latina que se manifiesta en el baile.
“Hace dos años fuimos por última vez a Costa Rica. Pasamos casi un mes y dijimos ‘ya queremos volver a la casa en Francia‘. Con el hecho de ser migrante, uno sigue siendo tico y nos encanta, pero se siente más de aquí que de allá. Aunque, uno tiene la familia allá (en Costa Rica) por lo que uno no termina de sentir al 100% que sea de acá”, explicó.

Bastos, quien estudió una maestría en Urbanismo, encontró un gran atractivo en la planificación urbana de la zona en la que vive y las alternativas de transporte sostenible que mitigan el caos vial de las ciudades.
“Esta experiencia ha sido descubrir la vida en la ciudad de una manera diferente, si la comparamos con Costa Rica; hay una calidad de vida muy buena para las familias. Acá todo lo hacemos en bici. Como punto negativo está el clima, que es un poco duro; a mí no me molesta el frío, pero a mi esposa sí, le falta el sol”, comentó.
Aunque, por ejemplo, David ya ha vivido casi la mitad de su vida en Francia; pasar del melcochón al baguette no ha estado ausente de choques culturales. Aseguran que el carácter “choteador” del humor costarricense no es compatible con los franceses.
“En Alajuela se le pone apodo a todo mundo; a veces, yo lo he traducido acá y no pasa: la gente se lo toma como una agresión”, compartió Romero. “A mí me cuesta vacilar, obviamente uno lo hace, pero no es tan espontáneo como en español”, remató Bastos.
Finalmente, se confiesan agradecidos de la formación recibida en Costa Rica y las oportunidades que les ha brindado haber nacido en este país.
“La alegría esa del tico se mantiene y la gente lo aprecia mucho. Costa Rica es muy reconocida acá en Francia y solo el hecho de ser costarricense abre muchas puertas”, concluyó Romero.