Bajo el auspicio de la Organización de las Naciones Unidas, cientos de científicos de todo el mundo elaboraron un informe de 1.500 páginas cuyo resumen, dado a conocer ayer, en París, resulta aterrador. Hay un millón de especies de plantas y animales en peligro de extinción y su desaparición se sumaría a la pérdida, en la mayoría de las regiones del mundo, de una quinta parte de los organismos existentes hace un siglo.
El paso de la extinción y empobrecimiento de la biodiversidad está acelerándose al punto de poner en riesgo ecosistemas vitales para las poblaciones humanas. Esas poblaciones y su constante crecimiento son la primera razón de los peligros anunciados en París con base en miles de investigaciones científicas individuales.
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Casi 7.000 millones de seres humanos exigen habitación, alimento e infinidad de servicios. La presión sobre el ambiente se hace insoportable. La energía fósil consumida para satisfacer tantas necesidades se une a otras fuentes de gases de efecto invernadero para impulsar el cambio climático, ya convertido en un agente de exterminio. Las especies adaptadas a lo largo de milenios a un clima determinado no logran sobrevivir a las variaciones abruptas, como ya sucede en Costa Rica. En Monteverde —importante reserva nacional de biodiversidad—, los científicos han documentado, desde hace años, el peligro del calentamiento global para gran número de especies, especialmente los batracios.
El cambio del clima favorece, por ejemplo, el desarrollo de un hongo letal para las ranas. En la zona hay 70 especies de anfibios en peligro de extinción. “La enfermedad del hongo es la bala que mata a las ranas, pero es el cambio climático el que aprieta el gatillo”, declaró a este diario Alan Pounds, del Centro Científico Tropical, quien lideró el estudio de 15 años, publicado en el 2006 por la prestigiosa revista Nature. Desde entonces, la situación ha venido empeorando.
El efecto de la devastación sobre el bienestar humano se hace más evidente cada día. La productividad del 23 % de las tierras agrícolas está en descenso por su agotamiento y la pérdida de manglares y corales a lo largo de las costas expone a 300 millones de personas a inundaciones. Para ser testigo de esas pérdidas, tampoco es necesario alejarse del territorio nacional. Manglares y corales están amenazados en las dos costas e, incluso, en la remota isla del Coco, donde los científicos vinculan el blanqueamiento y muerte de formaciones coralinas con el aumento en la temperatura de las aguas.
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La pérdida de insectos, esenciales para la polinización y producción de frutas, verduras y nueces, también hace temer una catástrofe. Los insectos son, además, fuente de alimento para aves, peces y mamíferos. La invasión de sus hábitats por la agricultura, acompañada de los agroquímicos, se suma a la amenaza de especies invasoras alentadas por desequilibrios ambientales.
Como en el caso del calentamiento global, los científicos advierten de la insuficiencia de la simple conservación y los esfuerzos aislados. El daño exige reparación. No basta dejar de ceder terreno, es preciso recuperarlo. El reto es enorme porque implica profundos cambios en el comportamiento y afecta intereses económicos de individuos, industrias y países. La eliminación del consumo irracional y el desperdicio afectaría a grandes sectores de la economía. La moderación del impacto ambiental de la agricultura generará nuevos costos para la producción de alimentos, pero no hay más salidas y la inacción es mucho más cara.
Más de medio millón de especies terrestres carecen del hábitat suficiente para asegurar su supervivencia. En el mar, un tercio de los corales y un tercio de los mamíferos podrían desaparecer en pocos años. La misma suerte espera al 40 % de las especies de anfibios. El tiempo se agota y la humanidad no parece comprender lo que está en juego.