Yulissa Espinoza, relacionista pública, es la "mamá" de Minnie, Hank y Cooper, tres Cocker Spaniel que la acompañan a diario y son parte clave de su familia. (Lilly Arce Robles.)
En mi familia nunca fuimos amantes de las mascotas. Mi hermano menor y yo tuvimos durante la infancia un par de perros. Éramos dos niños insistiendo en tener una mascota y nuestros padres cedieron, pero advirtieron de que teníamos que ayudar con los cuidados: recoger desechos, alimentarlos, bañarlos y sacarlos a caminar, pero las experiencias no resultaron gratas: éramos muy pequeños, la casa no tenía las condiciones adecuadas y, para ser sincero, en mi familia nadie tenía química natural con los canes.
Así que la historia siempre terminaba en aceptar que no éramos buenos dueños y, acto seguido, les buscábamos una nueva casa. No recuerdo cuándo fue la última vez que tuvimos un perro.
Desde entonces, mi hermano y yo fuimos habitantes del mundo ajeno y distante a los perros. Vivimos muy cómodos así. Nada de ser despertados por ladridos; nada de ver quién limpiaba el patio, nada de discutir sobre quién lo bañaba o sacaba a pasear. Incluso, evitábamos espacios en los que hubiera perros.
La vida transcurrió así hasta 2018, año en que mi hermano, Ricardo Bosque, se casó con Yulissa Espinoza. Se mudaron a una casa en San Pedro de Barva, en Heredia, y con Yulissa llegó Minnie, una cocker spaniel de siete años. Al principio, las quejas de mi hermano sobre Minnie eran frecuentes: suelta mucho pelo, se sube a los sillones, le ladra a las visitas, quiere morder a la señora que ayuda con la limpieza y un largo etcétera.
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No obstante, los meses pasaron y con ellos disminuyeron las quejas. Ya no era raro visitarlos y ver a Ricardo y a Minnie dándose tímidas muestras de cariño. Fue la primera colonizadora y digo la primera porque luego llegaron otros.
En 2020, para sorpresa de toda mi familia, Ricardo apareció, por voluntad propia, con Hank, otro Cocker Spaniel, un cachorrito adorable. Nos veíamos poco en esa época por la pandemia, pero cada visita era alrededor de Hank, todos querían alzarlo, era la ternura con patas.
En 2021, llegó el tercer colonizador: Cooper, otro cocker spaniel. Fue la confirmación de que, claramente mi hermano ya no vivía en aquel mundo ajeno y distante a los perros. Fue conquistado por tres peludos con patas y mi mamá, mi papá y yo también nos convertimos, de alguna manera, en parte de esa colonia. No hay reunión en que no preguntemos por Minnie, Hank y Cooper. Con frecuencia, escuchamos sobre sus travesuras y vemos videos de lo que hacen en casa.
El retrato sobre la mesa es una muestra del lugar que tienen Minnie, Hank y Cooper en la vida de Ricardo Bosque y Yulissa Espinoza. (Lilly Arce Robles.)
Por ejemplo, semanas atrás, nos morimos de risa al ver que las cámaras de seguridad grabaron a los perros abriendo las ventanas que dan a la cochera para meterse a una habitación y acostarse en la cama. Pero la cosa no queda ahí, salen rápido cuando escuchan el portón eléctrico para no ser atrapados en su aventura.
Al ver la relación de mi hermano, su esposa y los tres perros, confieso que empiezo a pensar en traer un peludo a mi casa, pero no es una decisión tomada, requiere reflexión, revisar el presupuesto y responsabilidad. Lo que sí es cierto es que cada vez me alejo más de ese mundo extraño a las mascotas.
En esa tarea no solo Minnie, Hank y Cooper cooperaron, pues Bimba, la perrita de mi mejor amigo también me ha hecho pensar en tener una mascota. Quizá pronto.
Ayuda contra el cáncer
Además de conquistar a mi hermano, Minnie, Hank y Cooper son un apoyo fundamental para Yulissa, quien seis años atrás fue diagnosticada con cáncer de piel.
Cuando enfrentó la primera operación por esa enfermedad, según Yulissa, Minnie fue capaz de percibir su estado de ánimo. Luego, Hank y Cooper se sumaron a esa brigada de apoyo.
“Me diagnosticaron un cáncer de piel hace seis años, me operaron, todavía no estaba casada, pero tenía a Minnie. Ella es muy sensitiva y siempre ha sido una compañía (...) Luego, en el 2021, me detectaron otro cáncer de piel, esta vez fue en la nariz, este tipo de cáncer se llama carcinoma basocelular, es muy focalizado y si se detectan a tiempo se pueden operar y, en ese proceso, para mí los perros han sido una salida, me han sacado de estar pensando, porque el cáncer de piel es algo que puede regresar, no es como que ya lo quitaron y no vuelve nunca más. Tal vez yo ando con las pilas bajas, estoy sensible o superllorona, entonces se queda a la par y me hace compañía”, dice Yulissa cuando le pregunto al respecto.
Minnie (centro), Hank (derecha) y Cooper (izquierda) viven en San Pedro de Barva, en Heredia. Minnie es la mayor, Hank el del medio y Cooper el menor. (Lilly Arce Robles.)
La relación de Yulissa y Ricardo con sus tres perros es una muestra de que las mascotas juegan un rol protagónico en las familias. Por años estuvieron condenados a vivir amarrados, comer sobros y ser los vigilantes de los hogares. Ahora son un integrante más.
En el 2016, un estudio sobre tenencia responsable de perros, elaborado por la organización Protección Animal Mundial, contabilizó aquí 1,3 millones de perros con dueño.
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Al año siguiente, la encuesta Actualidades de la Escuela de Estadística de la Universidad de Costa Rica (UCR) encontró que un 60,2% de las viviendas del país tenían perros de mascotas y en un 26,6% de estas, el perro tenía la costumbre de andar fuera de la casa, solo, sin ninguna compañía.