A los 15 años, Diego Bravo eligió ser prófugo de un hogar que aprisionó la ilusión de su niñez y adolescencia. La incomprensión y el desprecio que recibía por ser homosexual llegaron a tal punto, que no es difícil entender por qué aquel adolescente tomó sus pocas pertenencias y se dirigió a la vivienda de su padre biológico, a pesar de que este lo había abandonado cuando él tenía solo dos meses de nacido.
Y por supuesto, hoy, a sus 35 años, él mismo reconoce que ese no fue, ni por asomo, el mejor sitio para refugiarse. Sin embargo, cuando se está con el agua hasta el cuello, a veces es necesario tomar decisiones y arriesgarse.
Pero antes de remar por las turbias aguas de su dolorosa historia, primero hay que llegar a la orilla. Bravo era un bebé de meses cuando su padre se fue de la casa, dejando una huella profunda de agresiones.
“De grande lo resiento muchísimo, porque mis papás se separaron, porque mi papá le pegaba a mi mamá. Ella sufrió violencia doméstica. Según tengo entendido, incluso le pegó a mi mamá cuando estaba embarazada. Hasta el día de hoy no nos llevamos para nada”, reveló el influencer de farándula.
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“Yo traté de reconectar con él muchas veces, pero siempre fue muy complicado por lo mismo, porque había un tema de abuso familiar en mi casa que nunca se trató”, agregó.
Luego de esta ruptura, su madre juntó su vida con un hombre responsable y trabajador que, según cuenta el creador de contenido, venía de una familia muy pobre y tuvo sus primeros zapatos a los 9 años.
Con la llegada de su padrastro, el hogar de Bravo, ubicado en Santa Bárbara de Heredia, creció en miembros; pues a Diego y su hermano mayor se sumaron dos hermanastras. Pero paralelo a la estabilidad y sustento, aquel hombre traía en sus alforjas la represión propia de un machismo que lo dominaba.
Y de tal visión de mundo, profundamente rígida, la principal víctima fue Diego Bravo. Su padrastro, afirma él, ya de por sí era sobre protector; pero con el farandulero se le iba la mano.
“Desde que yo tengo noción de ser pequeño, siempre fue un roce, siempre. Yo nací siendo gay, cuando era pequeño me gustaban los niños... siempre fue una cosa muy natural mía. Él (padrastro) siempre lo supo y le fue muy difícil lidiar con eso. Me hacían desplantes en la casa, o a veces insultos que a mí me dolían muchísimo”, comentó.
“Ahora entiendo que era parte de la manera que él traía de ser y de ese machismo”, añadió.
El señor no supo comprender a su hijastro y, ante la falta de entendimiento, su reacción fue creer que a la fuerza podría moldear a un hombre que sí cupiera en sus preceptos.
Bravo recuerda que su padrastro, quien trabajaba como trailero, lo obligaba a mejenguear y a lavar carros, como una suerte de remedio que le quitaría al menor sus ganas de jugar con muñecas.
Además, ir a la casa de un compañero a hacer una tarea o ir al cumpleaños de un amigo eran planes que ni siquiera podían sugerirse. Al final, la arcaica pócima que le hacía beber su padrastro no hizo más que envenenarlo de tristeza y desesperación.
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“Toda mi infancia fue muy triste, porque mi padrastro nunca pudo lidiar con eso. Yo siempre me sentí amenazado, juzgado y criticado. Mi mamá en realidad sufría mucho porque estaba en medio de su hijo y el hombre que cuida a sus hijos. Ella era de alguna manera sumisa, se dejaba manipular y dejaba que el hombre hiciera lo que quisiera con su vida y la de sus hijos”, apuntó.

No obstante, esto no logró hacer que se sintiera avergonzado de su identidad; nunca la ocultó, aunque esto le valiera ser señalado “como el gay de la escuela”. Las burlas en el aula las tuvo que soportar en soledad, porque en casa no estaban los brazos abiertos para acompañarlo.
“Péguele”, era la respuesta que sabía que recibiría en casa. Irónicamente, terminó haciéndose realidad cuando cursaba el quinto año de primaria y el matón del centro educativo lo retó a pelear.
Fue así que el niño Diego se vio en un recreo, en medio de un círculo de otros menores que esperaban con ansias la pelea. Tenía nervios, pero el instinto de supervivencia ganó.
Por eso, antes de que “el árbitro” designado contara hasta tres, avalando que los puñetazos fueran y vinieran sin freno, Diego sacó lo bravo y astuto. En un descargo inesperado le reventó la nariz y salió corriendo, asustado pero vencedor, no solo del combate infantil, sino del acoso escolar.
“Nunca más nadie me volvió a decir absolutamente nada. Tenía que plantarme fuerte y decir: ‘Esto es lo que yo soy y no me voy a dejar’. La gente me decía que qué gorrero (risa), pero bueno, diay", rememoró el influencer.
Luego llegaron los años de colegio y las cosas siguieron igual. Si es que cambiaron fue, únicamente, para mal. El vacilón, las amistades y hasta las tortas que caracterizan esta etapa no existieron para el creador de contenido.
Sus 15 años le vinieron y no en tiempo de vals, sino con banda sonora de huida en búsqueda de la libertad. Aunque, eso sí, hallarla no fue fácil. Vivió poco más de un año con su papá biológico, mientras estudiaba en un colegio nocturno y trabajaba en un McDonald’s de día.
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Entre él y su padre no había ningún vínculo afectivo y sí una montaña de rencores. Aquella vida era insostenible, afirma el propio influencer, y pronto estaba de vuelta en su casa; aunque no por mucho tiempo.

Al cumplir la mayoría de edad, Diego comenzó a trabajar en una casa de cambio de divisas en el aeropuerto. Curiosamente, su lugar de trabajo fue como un presagio de que su vida estaba a punto de despegar a otros parajes.
Su mejor amiga desde la infancia, según cuenta, era ciudadana estadounidense y recientemente se había ido a vivir a suelo norteamericano. Desde allá se comunicó con él, le expresó que necesitaba su compañía y lo invitó a que se mudaran juntos.
De este modo, a los 19 años, Bravo partió a Estados Unidos, inicialmente a casa de la familia de su amiga. Otra vez las cosas no empezaron con el pie derecho, pues descubrió que ella tenía un sinfín de conflictos con sus familiares y que él estaba “de arrimado” en ese hogar.
Sin embargo, en esa ocasión la situación sí se enderezó. Con apenas un par de meses en tierras estadounidenses conectó con el primo de su amiga y pasaron a ser compañeros de apartamento.

Rápidamente, también surgió el romance entre él y el primo de su amiga. Ambos y ya no solo compartían casa, sino una relación de pareja que duró 12 años, una que describe como uno de los ciclos más significativos, en términos positivos, de su historia.
“Lo mejor que yo pude haber hecho en mi vida fue irme de Costa Rica, experimentar un mundo completamente diferente. Yo conocí a este muchacho y en nada estábamos viviendo juntos. No me arrepiento absolutamente nada, aparte que también yo soy muy intenso, entonces para mí fue como vivir la vida al máximo”, aseveró Bravo.
“Mi pareja me apoyaba muchísimo. ¿Quiere hacer videos? Hágalos. Entonces así fue como yo inicié hacer videos para redes sociales en 2016, desde Estados Unidos", agregó.
Después de esta docena de años, intensamente vividos entre amor y aventuras laborales en el mundo del entretenimiento de Los Ángeles, la relación llegó a su fin. Diego regresó a Costa Rica en el 2022 y terminó de pulir al polémico influencer del que medio país conoce.
Terapia y más terapia le ayudó a sanar algunas heridas y a seguir de pie a pesar de que algunas no cierran. Su ayer aún le afecta, pero asegura que en la actualidad es un personaje que no roba mucha pantalla. Está presente, pero lo ha sabido sobrellevar.
“Hasta el día de hoy siento que todavía le resiento a mi padrastro lo que pasó. Nos llevamos bien, pero sí está como guardado ahí ese rencor, porque también es cierto que la manera en la que se me trató a mí, no fue la manera en la que se trató a mis hermanas. Simplemente, porque tal vez eran hijas de él o porque simplemente no eran parte de la comunidad (LGBTIQ+)”, concluyó Bravo.
