
El periodista Josué Quesada es la polémica encarnada, el tipo que convierte cualquier mesa futbolera en un campo de batalla, el de los dardos sin miramientos y los comentarios que nadie quiere oír cuando su equipo pierde. A secas, es un enchiloso al que solo puede amarse u odiarse, sin la posibilidad de un punto medio.
O, al menos, ese es el personaje que toda Costa Rica ha conocido durante sus más de 15 años de trayectoria en el periodismo deportivo. Ya que, detrás de todo eso, está una historia familiar inédita, que comenzó con el “golazo” de unos padres muy jóvenes, para derivar luego en el relato de un carajillo “rebelde” que solo aprendió de límites cuando un compañero de la escuela se abrió la ceja tras recibir un golpe suyo.
También está el muchacho que colgó su amada camiseta de Saprissa para dedicarse a su verdadera pasión. Una persona que, a pesar de no derramar lágrimas, tiene un corazón que se conmueve a más no poder con una gata moribunda abandonada en un basurero. Allá, fuera de los micrófonos, vive el Josué que le cerró la puerta a tener hijos, pero que adora ser tío. El hombre que nunca fue afectuoso, pero que hoy, un poco a fuerzas, aprende a decir ‘te amo’.
Justamente, porque todo lo anterior casi nunca sale de los camerinos de su vida pública, La Nación acudió al VAR para ver de cerca y en otros ángulos todas esas facetas que pasan desapercibidas para la mirada de los hinchas, quienes solo se limitan a consumir su controversial y directo contenido en televisión, radio y redes sociales.
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El ‘golazo’ que convirtió a Josué Quesada en un niño rebelde
Quesada, quien hoy es una de las figuras más importantes de TDMás, dice haber llegado al mundo sin estar especialmente planeado, pues cuando nació su madre y su padre tenían 17 y 20 años, respectivamente. Esto implicó que sus abuelos maternos, Guillermo Amador y Laura Chinchilla, tomaran una decisión que marcaría su historia.
“Mis abuelitos le dicen a mis papás: ‘Usted (madre de Josué) termine el colegio y usted (padre) los estudios, y nosotros nos comemos la bronca con Josué”, relató.

Fue por esta razón que sus primeros años corrieron bajo el cobijo de sus abuelitos, quienes le dieron una crianza amorosa; una que, echando la vista atrás, considera que fue muy permisiva, quizá demasiado.
“Imagínese lo que es ser criado por los abuelitos: fui chineado, alcahueteado... de todo. A quienes los criaron los abuelos me entenderán”, comentó el comunicador, de 40 años.
En la misma línea, Quesada agregó: “Mi infancia fue entre patinetas, juguetes, cumpleaños muy lindos y Navidades muy lindas con mis abuelitos, que ya murieron. Tuve muy buenos ejemplos de ellos, de mucho amor y cariño”.
“Después vinieron muy buenos ejemplos de mis papás, ya de tocarse la faja, de esto no está bien, de ahí tienen que haber límites, en la escuela, el colegio, la responsabilidad, la disciplina... Entonces creo que hubo un balance. Llegó un poco tarde, pero sí hubo un buen balance”, comentó el comunicador de 40 años.
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Aquel niño sobreprotegido, quien no veía a sus padres la mayor parte del día, creció pensando que no existían los castigos y hasta le escondían ‘las tortas que se jalaba’. Por eso, cuando sus papás tomaron las riendas, se toparon con un espíritu anárquico y de paso con un sinfín de reuniones con autoridades escolares.
“Mis papás tal vez llegaban en la noche después del trabajo, cansados, y yo me había portado bien, según mis abuelos. ¡Falso!, me había portado pésimo. Mis abuelitos me daban plata, yo andaba a los 4 o 5 años con billetes de 50 o de 100 colones, en aquellos tiempos. Yo nunca los voy a culpar, los voy a amar toda mi vida, pero como niño sí sufrí una transición de libertinaje infantil a una cuestión de responsabilidad, consecuencias y disciplina”, narró Quesada.
“Yo no supe qué era tender una cama o doblar ropa hasta mis 10 años, por ejemplo”, añadió.

Este choque de realidad se ejemplifica a la perfección con una anécdota que el experiodista de Tigo Sports define como la “torta escolar más grande”. Según rememora, un compañero, quien era el matón de la escuela, lo traía a él y a muchos bajo la suela. Hasta que un día Quesada no aguantó más y le lanzó un puñetazo, con tan mala suerte, que el niño al caer se golpeó la frente en un filo y se abrió una importante herida.
“Mis abuelos dijeron: ‘Está bueno’; porque sabían que me hacía bullying. Y mis papás dijeron: ‘¡No!, no está bueno. Violencia con violencia, no, tiene 6 años. No puede tener ese concepto de la ley del Talión, jamás’. Me acuerdo que me hicieron pedirle disculpas frente a los papás, frente al director y hacerme amigo de él. Agradezco muchísimo que me haya pasado porque yo no sé qué sería de mí hoy, qué tipo de ser humano sería hoy”, revivió el periodista.
“Años después, ya adultos, me lo topé y tenía la cicatriz en la ceja”, apuntó.
Tras aquel, y otros episodios, llegó el rigor y la consciencia de los límites. No obstante, en el fondo siempre quedó esa rebeldía que no lo deja callarse ante nada, aunque esto le haya valido ser vetado de los principales estadios del país (Saprissa y Morera Soto), que lo despidieran de una televisora y la propia Unafut lo sancionara por tres fechas.
Ese mismo ímpetu lo hace cuestionar en fuerte tono al presidente de Saprissa y hasta a saltar la malla del estadio Colleya Fonseca para defender a su primo de una pelea a golpes, tal como sucedió en el 2020, cuando su familiar enfrentó en las gradas a un aficionado del Club Sport Cartaginés.
“Yo no he cambiado mucho, tampoco. Sigo siendo como el mismo chamaco medio rebelde y anárquico a veces. Todo eso termina impregnándose en mi manera de hacer periodismo, porque me sale natural. No tengo un plan, simplemente es mi personalidad combinada con mi brete, y sale ese cóctel ahí”, aseveró.
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El saprissista que ‘parieron’ los abuelos y el periodista polémico que nació en Grecia
Josué explica que, irónicamente, sus papás no son fiebres del fútbol, sino que sus abuelos fueron los responsables de la gran pasión por Saprissa, la cual profesa desde pequeño.
“Cuando había aquellos clásicos noventeros, bravos, de la Liga-Saprissa, mi abuelita no comía. Si el clásico era a las 7 de la noche, mi abuelita comía como hasta las 10 de la noche; se le cerraba el estómago”, recordó el periodista.
“Si perdía se apagaban las luces de esa casa y todo el mundo a dormir. Imagínese que yo tengo primos liguistas, y si Saprissa perdía los domingos, mejor no llegaban, porque sabían que estaba la posibilidad de que hubiese un poquito de mal humor por parte de mis abuelitos para sus nietos liguistas”, agregó.

De ese ambiente nació un morado que, en la adolescencia, hizo su grupito de muchachos de buena familia que caminaban de Moravia al estadio Saprissa, con una enorme efusividad por los colores, y que solo el miedo a ser asaltados los apartaba de unirse a La Ultra.
Pero justo cuando estaba por entrar a décimo año del colegio, y estando en sus mejores épocas de saprissismo desaforado, a su mamá, quien es profesional en mercadeo, le surgió una inmejorable oportunidad laboral en el cantón de Grecia, en Alajuela.
Partir a aquel lugar, que le parecía el más remoto de los parajes, y abandonar su ombligo, ubicado en la frontera entre Guadalupe y Moravia, fue posible solo porque su madre le prometió comprarle un Play Station e instalarle televisión por cable.
En aquellos lejanos lares, aquel muchacho encontró las puertas abiertas a la extroversión, convirtiéndose en el josefino popular que hacía shows de comedia y al que todos querían como su amigo.
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“No sé por qué en Grecia creían que la gente que venía de San José era como que venía de Nueva York. Entonces, eso me ayudó mucho porque decían: ‘Uy, el mae que viene de Chepe ¿por qué no le dicen si quiere estar en el equipo?, que se llegue la fiestilla hoy en la noche’”, dijo.
“Después yo empecé a llevarme compas del cole de Grecia a San José, a partidos de Saprissa o a fiestillas de mis compas. Me volví el mae popular del cole de Grecia, que se llevaba a sus mejores compas a Zapote, a la calle de la Amargura, a la California... Yo era como un superadolescente josefino en un barrio de Grecia”, explicó Josué.
También, en tierras griegas, encontró al periodismo deportivo, su más grande pasión, sentado en el sillón con un control en la mano. La televisión por cable lo puso frente a David Faitelson, Martín Liberman y un abanico de programas picantes que nunca había visto en Costa Rica, y que supo eran su camino a seguir.

Fue así que el hincha que amaba ponerse la morada e ir al estadio con sus amigos se fue apagando. Ese protototipo de persona, finalmente, quedó enjaulado en 2009, cuando ingresó a trabajar en Columbia.
“Soy tan saprissista como toda mi vida, pero perdí el grupo de compas que iban al estadio. ¿Por qué? Porque mientras Saprissa jugaba contra la Liga en el Ricardo Saprissa, Josuecito tenía que estar en Puntarenas contra Cartago, cubriendo, trabajando. O mientras Saprissa salía del país para ir a jugar contra Pachuca en México, Josuecito tenía que estar aquí cubriendo la Liga-Heredia”, argumentó.
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Sin embargo, esto nunca le pesó, y al pensar en Madrid, Londres, Qatar, Rusia, Brasil, Centroamérica y todas las puertas que le ha abierto su profesión, no le salen otras palabras que no sean de gratitud.
“Amo más ser periodista que ser saprissista; si me ponen a elegir, voy a elegir el periodismo. A ver, me encanta mi equipo; pero la vida y los lugares a donde me ha llevado el periodismo, nada nunca lo iguala. Yo fui a Brasil 2014: tenía 28 años y ¢20.000 en mi tarjeta de débito del Banco Nacional. Conocí Sao Paulo, Río de Janeiro, Fortaleza, Salvador, Bahía.. y volví a Costa Rica con la misma plata, porque Columbia me pagó todo”, narró.
“Ahí dije: ‘Bendito sea el periodismo, que me ha llevado, siendo una persona de recursos limitados, por el mundo como un millonario”, concluyó.
Quesada hoy no solo le agradece a su carrera, sino también a los mimos de sus abuelos, los pleitos escolares, el rigor de sus padres, las caminadas al Ricardo Saprissa con sus amigos y a toda su historia que, sin haber llegado al pitazo final, es un partido de idas y vueltas; lleno de emociones como pocos.