
Esta semana, junto a millones de personas alrededor del mundo, encontramos docenas de imágenes que jamás tuvimos que haber visto. Las fotografías del caso de Jeffrey Epstein, financiero acusado de tráfico y abuso sexual, muerto en 2019, han circulado y no exactamente porque el gobierno estadounidense así lo quisiera. El resultado, en cualquier caso, es que las fotos están por todas partes.
Bill Clinton, Noam Chomsky, Andrew Mountbatten-Windsor (antes príncipe), Elon Musk y muchas otras celebridades aparecen en las fotos. Algunas son de eventos sociales, encuentros casuales entre el turbio personaje en el centro del caso y gente que, por su fama y fortuna, habría coincidido en Nueva York o Los Ángeles o donde fuera.
Otras fotos son cándidas, momentos íntimos que tal vez no debieron ver la luz. Otras más perturban porque remiten al corazón del caso: el tráfico de mujeres, algunas menores de edad, para millonarios de todo talante.
Juntas, las imágenes retratan una época de excesos, ilegalidades y acuerdos entre clases altas; por separado, cada una dispara la imaginación, nos convierte en detectives de un caso inabarcable, por lo extenso y por lo que sigue oculto. Allí estalla una pregunta mayor: ¿hemos perdido el hilo de lo que significan, indican o sugieren estas imágenes? De tanto verlas, ¿perdimos claridad?
Opacidad y transparencia
Tenemos acceso a cientos de documentos del caso Epstein porque la presión política ha resultado insostenible. Al inicio de la administración de Donald Trump, varias de sus figuras clave, la fiscal general incluida, salieron de la Casa Blanca saludando a la prensa con supuestas copias del caso en las manos. Prometían revelar los documentos del escándalo, que exonerarían a Trump y demostrarían el involucramiento de políticos demócratas como Clinton.
Luego callaron. No dieron más explicaciones. Renovadas presiones legales culminaron en la obligación al Departamento de Justicia de revelar los archivos, que cedió este viernes. No revelaron todo, afirmaron, aunque la orden judicial era clara; en todo caso, lo revelado está casi todo reservado, oculto tras gruesos cuadros negros que, en su opacidad, son elocuentes. Aquí no queremos que nadie sepa nada.
Ya el sábado, Associated Press reportó que al menos 16 archivos publicados habían sido retirados del sitio web de Justicia, sin explicación ni alerta al público. Entre ellos, una imagen de Donald Trump, su esposa Melania y Ghislaine Maxwell, cómplice de Epstein a quien el republicano le ha ido aligerando las penurias de prisión.
Es probable que nunca sepamos la realidad de la relación entre Trump y Epstein mientras el presidente republicano siga en el poder. The New York Times publicó este viernes un extenso reportaje donde subrayaban la estrecha amistad entre ambos hombres desde los años 80. Como era de esperar, la Casa Blanca no rebatió los hechos consignados, sino que desestimó el asunto como fake news.
Desde el viernes, docenas de cuentas en X (antes Twitter) de tendencia conservadora han estado minimizando las revelaciones, cuestionando el caso y hasta justificando lo que se ve en las imágenes (“la chica no se ve tan triste...”; “¿Por qué los demócratas no cuestionan más a Clinton?" y cosas por el estilo). Abundantes análisis han definido esa cualidad de nuestra era de la posverdad, donde ni la firmeza de los hechos persuade la opinión ni la descarrila. Este es solo un ejemplo burdo.

Memeficación de la política y la historia
Es en ese contexto que debemos analizar más detenidamente lo que nos muestran las imágenes del caso Epstein y cómo reaccionamos a ellas.
La revelación a cuentagotas de las turbias fotografías, aunado al debate político en torno a su presunta existencia, han provocado un efecto que definiríamos como “memeficación”. No es un concepto formal, pero podemos entenderlo como el proceso mediante el cual el significado de un mensaje se desfigura por su circulación excesiva. Se realzan aspectos banales, secundarios o alusivos en imágenes, frases, personajes o hechos; la ironía, el sarcasmo y la sorna se sobreponen a su apreciación desapasionada.
Epstein se ha convertido en meme por fuerza de la repetición. Hasta su muerte se convirtió en metáfora de la desconfianza en las élites. ¿Quién dice que no nos siguen mintiendo? ¿Cómo vamos a creer que se suicidó, que no lo mataron para protegerse?
Luego, las imágenes en sí. Desde los años 90 circulaban teorías de un círculo global de tráfico sexual de menores y mujeres vulnerables entre millonarios. De pronto, ver las fotos que parecen confirmarlo perturba: ya la broma acaba, colapsa la ironía que nos permitía distanciarnos y pretender que no teníamos acceso a la verdad ni poder para cambiarla.

La profesora de periodismo Stacey Patton (Howard University) lo expuso así en un breve artículo de Substack: “La liberación lenta (de los documentos) también enseña sutilmente la impotencia. Cada tanda confirma lo que la gente ya sospecha: que hay hombres poderosos implicados. Y luego nos siguen mostrando, una y otra vez, que no pasa nada. No hay arrestos, ni juicios, ni consecuencias reales. Con el tiempo, la lección se asimila: saber no cambia nada”.
El efecto es, entonces, la desmovilización política. Al inundarnos de imágenes, la voluntad se estanca. El efecto es adocenar el caso, hacerlo uno más del montón, un crimen más que seguirá impune.
¿Qué estamos viendo?
Sin embargo, lo que estamos viendo no cambia; lo que se ve alterado es su vínculo con lo que sabíamos y lo que sigue oculto.
El goteo de los demócratas que empezaron a publicar las imágenes las depositó sin contexto en la nube de memes, mensajes y mentiras que es la web actual. Los documentos censurados casi por completo lanzados por el Departamento de Justicia no solo aíslan las fotos del contexto, sino que lo aniquilan.
Pero entre todos los archivos, se pueden discernir distintos tipos de imágenes. Las de eventos se entienden mejor. Las de momentos más íntimos parecen ser de dos tipos: algunas muy personales, destinadas no sabemos a quién, pero que presuntamente tendría conocimiento de lo que ocurre.

Por ejemplo, las fotos de pies y manos de mujeres fuera de cuadro; las alusiones generales a viajes, sitios y chistes internos (como pasajes de Lolita sobre la piel de una chica anónima). Aquí, podemos presumir que el espectador potencial se vería implicado, convirtiéndolo en cómplice de la imagen: si usted la está viendo y la entiende, usted sabe demasiado. Si usted sabe, es porque participó.
Otro tipo de imágenes, como las de Clinton en un jacuzzi, son más explícitas en esta implicación del presunto observador. Aquí, como ha hecho la mafia o el narco por décadas, fotografiarse con políticos es asegurarse protección. Colocarse junto a una figura de poder, registrar su presencia en ámbitos turbios, es comprar una forma de chantaje, aun cuando todos sonrían y el momento parezca cotidiano, alegre, menor.
Lo que vemos, en resumen, es complicidad. No podemos saber todavía a ojos de quiénes se destinaban muchas de estas fotos. ¿A colaboradores de los delitos de Maxwell y Epstein? ¿A clientes de sus servicios ilegales? ¿A una futura investigación judicial? ¿Son solamente estampas de una vida de impunidad, confesiones de alguien que estaba seguro de que nunca sería procesado?
Los chistes han terminado, incluso para la fiel banda MAGA que ha apoyado a Trump en las buenas, las malas y las peores. Cada foto abre un punto de fuga nuevo: la mirada se dirige hacia él, tratando de reconstruir el sentido de algo demasiado horrible para asimilar de un solo golpe.
El distanciamiento irónico acaba frente a las evidencias del sacrificio de quién sabe cuántas mujeres. Hay cosas que ni el dinero ni el poder pueden ocultar para siempre.

