Conocer de cerca a Édgar Mora puede ser muy interesante para quienes lo admiran y solo confirma todos los prejuicios de los que no lo hacen.
En la sala de su casa en Curridabat, cantón del que fue alcalde por 12 años, hay mucho arte: un grabado de Arévalo en la pared, cuadros en el piso y en los pasillos; además, un libro de Kandinsky y una cámara Polaroid nueva reposan en la mesa. No hay televisor (al menos no en la sala).
“En esta casa no se toma Coca”, dice mientras ofrece un trago. Tiene al menos 10 botellas de licor en el desayunador y una mesa grande. Vive solo y es buen anfitrión y conversador. Él lo admite: lo que más le gusta en el mundo es conocer gente.
Fue ese impulso por conocer personas lo que lo acercó a la política.
Después de renunciar a un trabajo y divorciarse por segunda vez, Édgar Mora se propuso viajar de La Cruz, Guanacaste, hasta Puntarenas. Fue un plan que le planteó una amiga, pero fue truncado por la hospitalidad y la vida que encontraron en La Cruz. “La gente se reunía en un mirador a ver el celaje. El último minuto antes del atardecer hacían silencio, y cuando se ocultaba el sol, aplaudían. Era algo maravilloso”.
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La vida en comunidad le caló y al regresar a Curridabat se propuso caminar más por el barrio, hacer planes con los amigos, practicar yoga, y pasar más tiempo con los vecinos, que por ese entonces incluían al músico Manuel Obregón.
Caminando por el vecindario, Mora notó que la casa de al lado de Obregón se vendía. “Esa misma noche la compré. Claro, no la he terminado de pagar, es del banco y mía”, dijo sobre su colorida morada.
Durante su periodo sabático, cuenta, se acercó a sus hijas Viviana y Ana Luisa, nacidas en el primer matrimonio. También le empezó el cariño por los perros (convive con Tina, una perrita, y tiene en un mueble las cenizas de otro can).
En el patio crecen todo tipo de plantas y también tiene un tendedero lleno de medias de colores. Esas medias, sus anteojos y comentarios han estado en el ojo público durante el 2018, aún antes de la huelga de miles de maestros.
Mora llegó siendo una de las “dudas” en el gabinete de Carlos Alvarado. No ser educador fue uno de los peros. “Yo no soy maestro, pero sé aprender”, comentó en su primer entrevista como ministro designado de Educación Pública.
En esa ocasión recalcó que no ser docente de profesión le evitaba “conflictos de interés”. Venía a ordenar la casa. En la entrevista para este artículo recalcó ese punto y contó que fue el presidente quien le ofreció su cartera.
“A Carlos (Alvarado) lo conocí trabajando. Somos ambos muy emocionales y nos es fácil querer a las personas con las que trabajamos”, comenta. Fue mientras viajaba por la India que recibió el ofrecimiento, por un mensaje de texto.
“Yo le dije alguna cosa como ‘¿qué tengo que ver yo ahí?, no sé dónde ves eso’ lo cual dio pie a una conversación muy interesante y sincera sobre la educación. Cuando regresé (a Costa Rica) fue cuando desarrollé esto...”, cuenta mientras saca una servilleta.
En esa pieza de papel tiene escritos 14 puntos –entre temas y frases– que resumen su agenda política. “La técnica y la ciencia para tomar decisiones”, “la ciudad como dispositivo moral”, “el dilema entre ‘nosotros y ellos’”, “la política es pedagogía”, “la confianza es una obra pública”...
Estos puntos son la base de sus decisiones, y explican cómo ha actuado frente a sus momentos más mediáticos desde que asumió una de las carteras más complejas del aparato estatal. El primer escándalo del nuevo Gobierno fue que el ministro de Educación es ateo. “Eso fue importante”, señala, como parte de su ideal de que la ciencia debe ser eje central de la formación.
Para él, la educación pública es un terreno en disputa y prueba de ello es que este año unas 20 escuelas fueron cerradas a la fuerza por padres que no querían los programas de sexualidad y afectividad en los oídos de sus hijos.
Su siguiente polémica fue en junio, por algo que escribió en Twitter sobre el suicidio: “Es una manera de decir la verdad, posiblemente la más vehemente de todas”, expuso el jerarca del MEP.
Muchos pidieron su cabeza por el comentario. Él se tomó 12 días de descanso sin compartir nada en su página de Facebook y dejó de usar Twitter.
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“Por redes sociales recibo todo tipo de amenazas. No leo todo, pero lo que leo me da la impresión de que hay una relación entre el grado de violencia y la cantidad de faltas ortográficas”.
Tras la llegada de la huelga del sector público contra el plan fiscal, las amenazas son cosa de todos los días. Más de 85 días consecutivos.
Entre lo más simbólico de estas jornadas estuvo la interrupción por parte de los huelguistas al recorrido de la Antorcha de la Independencia. “Es una de mis actividades favoritas, en mis 12 años como alcalde corrí la antorcha”, cuenta.
Todo el 14 de setiembre Édgar Mora leyó los mismos reportes: huelguistas que le quitaban la antorcha a los jóvenes y bloqueos que retenían a los estudiantes. A las 4 a.m. del 15 de setiembre le confirmaron que la antorcha llegaría atrasada a Cartago.
“Me enviaron un pantallazo de un huelguista que decía, en Puntarenas: ‘aquí estamos esperando la antorcha para no dejarla pasar, si quieren que pase, que la lleven en helicóptero’”, recuerda. Luego ríe, como quien goza una pena. Del comentario del helicóptero salió la idea de trasladar la antorcha en una nave de Vigilancia Aérea a la que él mismo subió.
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“Fue un viaje muy amargo, porque nunca había pasado antes. Fue posiblemente el día más triste de todos estos meses. Cuando llegué a Cartago me preguntaron sobre el calendario escolar y fue muy duro darme cuenta de que cada uno de esos hitos –pruebas de bachillerato, entrega de notas– eran el blanco de la huelga, pero ahí me percaté de que todo tenía el objetivo de causar daño a los estudiantes”, cuenta con tono severo.
Mora insiste en que ese evento cambió la percepción pública sobre la huelga, por tratar a los estudiantes “como rehenes”. Sus detractores se hicieron sentir y cuestionaron que él llevara la antorcha en el helicóptero, le acusaban de buscar réditos políticos y figurar. Sus medias de colores y anteojos de pasta volvieron a dar de qué hablar.
¿Por qué fue él y no un policía?, preguntamos. “Quería hacer algo que me pareció que solo yo podía hacer, algo relevante para mi política educativa: conectar puntos. (...) Veo que la política educativa no debería basarse en la competencia, sino en la cooperación y colaboración. Eso significa tender líneas que conecten a los centros.
“Frente a ese ideal, a mí me pareció el 14 de setiembre intolerable que los puntos se cortaran, porque en todo el calendario escolar el único acto que representa esta cooperación es el traslado de la antorcha”, explicó.
Era un mensaje, un simbolismo y –de nuevo–, es uno de esos gestos de Édgar Mora que encantan a quienes lo apoyan e incomodan a los que no. Él trata de no preocuparse, y por eso, durante la conversación repitió varias veces la misma máxima.
“Quienes me adversan me cuestionan no por lo que decido, sino por mi forma, porque quieren someter mi conducta a un rol. Parto de que todo lo que hago y toda acción política tiene valor pedagógico”.