
En el ámbito de la política, la palabra “tránsfuga” se aplica a personas que son elegidas bajo la bandera de un partido, pero deciden abandonarlo sin renunciar al cargo ganado gracias a ella. Durante meses recientes, los alcaldes o alcaldesas de Acosta, Atenas, Bagaces, Buenos Aires, Carrillo, Coto Brus, Guatuso, Guácimo, Limón, Monteverde, Río Cuarto, San Ramón y Turrubares, han adquirido esa categoría.
El fenómeno no es nuevo. De hecho, algunos de ellos se han pasado de bando más de una vez, para impulsar aspiraciones personales. Lo novedoso, ahora, es su número, que el cambio no se produce con vistas a procesos de elección municipal, sino nacional, y que en todos los casos (salvo uno ambiguo) la nueva divisa adoptada corresponde al Partido Pueblo Soberano (PPSO), plataforma en construcción que se presenta como la cara del continuismo gubernamental, es decir, el chavismo.
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Este transfuguismo grupal no se ha producido por choques de valores, pugnas ideológicas o diferencias programáticas; al menos, no han sido mencionados en ninguno de los casos. Más bien, parecen responder a motivaciones transaccionales y oportunistas. Entre ellas están la inducción, exigencias, presiones, “chineos” u ofertas del Ejecutivo a las alcaldías. Se materializan con amenazas de retener recursos para realizar obras si sus ocupantes no se pliegan a lo que se les pide; con tratos especiales o incentivos a quienes sí lo hacen y cambian de bando, o promesas de candidaturas a diputaciones u otros hipotéticos cargos a los que se sienten marginados o desdeñados por sus partidos de origen.
Hace un año, Margoth Mora, de Buenos Aires, anunció en un video que se “ponía a las órdenes” de Chaves, quien respondió: “Yo le voy a dar instrucciones al gabinete entero y a las instituciones autónomas de que se pongan a las órdenes de doña Margoth”. Cuando, el pasado mes, Nelson Umaña, alcalde de Acosta, anunció su adhesión “al gobierno de Rodrigo Chaves”, mencionó, como una razón principal, que el presidente le “ha tendido la mano”; este, a su vez, dijo: “Aquel alcalde que se quiera acercar, que se acerque”. Rafael Navarro, de Coto Brus, declaró, al anunciar su apoyo al gobierno, que lo estaban “tratando bastante bien” y trabajaban “muy de la mano”.
En estas tres ocasiones, los protagonistas revelaron, sin pudor, el carácter transaccional de las decisiones. En los dos últimos casos, además, los anuncios se dieron en actos públicos al inaugurar alguna obra por parte de Chaves, y se transformaron así en claros ejercicios de beligerancia política.
También existen elementos estructurales que inciden en el transfuguismo municipal. Al contrario de las diputadas o diputados que se han declarado independientes –siete en este cuatrienio– y que, en su nueva condición, pierden los beneficios y potestades de pertenecer a una fracción, las alcaldías tienen vida propia. Son producto de elecciones individuales, y para ganar, basta con tener el mayor número de votos, no mayoría calificada. Además, dado el enorme abstencionismo existente hasta ahora y la población más limitada en los respectivos cantones, no es necesario movilizar un gran número de votos.
Algunos partidos, como Unidos Podemos (UP) en la elección de 2024, y Nueva Generación en la de 2020, se beneficiaron de esta dinámica, al ofrecer sus franquicias a dirigentes con cierto arraigo local, que deciden romper con sus partidos de origen. Además, la temática estrictamente local de estos comicios diluye la influencia de los partidos nacionales. De este modo, reduce la lealtad de los alcaldes.
Por ejemplo, la actual alcaldesa de Limón, Ana Matarrita McCalla, fue vicealcaldesa hasta 2024 por el Partido Auténtico Limonense. Rompió con él y llegó a la alcaldía ese año como candidata de UP, con apenas 6.648 votos (un 28%) de los 74.963 electores inscritos, y con un abstencionismo del 68,24%. Ahora está matriculada con el PPSO; es decir, tres partidos en menos de tres años.
El transfuguismo forma parte de la dinámica democrática, acentuada cuando los partidos se debilitan. No es malo si responde a razones sustantivas, como rupturas programáticas o ideológicas bien argumentadas. En cambio, si se le instrumentaliza como táctica electoral, responde a amenazas o el pago de favores, o se asienta en el oportunismo o estrechas ambiciones personales, estamos ante una distorsión de su ejercicio. Es lo que ha ocurrido con la mayoría de los casos recientes, aunque se les trate de vestir con otros ropajes.
