Como si no bastara con las anteriores, una nueva señal de alarma se ha encendido sobre el curso de la educación costarricense. Un informe de la Universidad Nacional (UNA) dado a conocer hace pocos días revela que la inmensa mayoría de los jóvenes de nuevo ingreso en esa casa de estudio presenta serios problemas de comprensión de lectura. El impacto de esta falencia en sus posibilidades de desempeño académico es enorme, porque si algo resulta esencial para desarrollar las capacidades cognitivas necesarias en los procesos de aprendizaje, es comprender lo que se lee y expresar lo que se sabe o piensa.
Pero las consecuencias van más allá. También se reducen las capacidades y oportunidades de cualquier persona para conducirse en la vida social, laboral y ciudadana. De este modo, el daño individual también es colectivo. Razón de más para pasar de la alarma a las acciones correctivas, no solo por parte de esta y otras universidades, que ya están actuando al respecto, sino del sistema educativo como un todo.
Para aquilatar la gravedad de los resultados que documenta el estudio, debemos partir de que fue realizado entre jóvenes que ya pasaron su examen de admisión. Es decir, puede suponerse que se trata de personas con conocimientos, motivaciones, posibilidades y habilidades por encima de quienes no han superado ese “filtro”. Aun así, el 86% entre quienes cursan Estudios Generales en la sede central de la UNA no demostraron el nivel de comprensión que deberían tener al concluir secundaria. En sus sedes regionales, la cifra asciende al 92,8%, claro reflejo de las desigualdades sociales y territoriales que nos afectan como país.
¿Qué estará pasando con el resto de quienes concluyen secundaria, pero no ingresan a las universidades, o ni siquiera han podido terminar ese ciclo de estudios? Ninguna respuesta puede llamar al optimismo.
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Los datos del estudio se suman a otros igualmente preocupantes, que se han venido acumulando a lo largo del tiempo, sin que hayan activado acciones adecuadas para revertir la tendencia.
Por ejemplo, en las más recientes pruebas PISA, que cada tres años realiza Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), nuestro país quedó en el penúltimo lugar entre sus 37 miembros en los puntajes sobre comprensión de lectura y Matemáticas. Además, al comparar los resultados entre 2018 y 2022 (año del último estudio), otros latinoamericanos, como Colombia, Panamá, Perú y Uruguay, mejoraron en el primer indicador, pero Costa Rica empeoró. Esto quiere decir que tuvimos una mayor cantidad de estudiantes de 15 años –sujetos de estas pruebas– en los menores niveles de desempeño.
En enero de 2022, la Universidad de Costa Rica anunció que, en vista de las deficiencias detectadas, por primera vez en su historia ofrecería talleres de redacción y ortografía a sus nuevos estudiantes. En otras oportunidades, también ha revelado problemas en el dominio básico del inglés y las matemáticas. Entre los múltiples problemas y retos revelados por el último Estado de la Educación destaca un rezago estructural en comprensión lectora, que afecta el perfil de salida de los estudiantes. También las universidades privadas han detectado graves deficiencias entre gran parte de sus nuevos estudiantes, particularmente en ciencias básicas y lectoescritura, reveló en mayo Rosa Monge, presidenta de la asociación que las cobija.
Las iniciativas de mejora, por desgracia, no han avanzado al ritmo necesario, dada la magnitud de los problemas, tanto en lectoescritura como en otras áreas. Más bien, durante los primeros tres años de esta administración, la situación empeoró. El Ministerio de Educación, bajo la errática y displicente conducción de Anna Katharina Müller, nunca reveló un plan de acción coherente, echó a un lado las recomendaciones de los expertos, descarriló programas clave –como el de informática educativa–, amputó las pruebas nacionales y ocultó información. Resultado: los problemas crónicos, sumados a los efectos negativos de las huelgas en el sector y del “apagón” generado por la pandemia, se exacerbaron.
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Su sucesor, Leonardo Sánchez, ha devuelto una sensatez y un rigor básicos a la gestión del MEP. Entre las acciones que ha planteado está, precisamente, establecer como las dos áreas prioritarias mejorar el dominio de la lectoescritura y las matemáticas. Lástima el tiempo perdido, y que muy poco podrá lograrse en lo que resta de esta administración, cuyas prioridades son otras. Quizá la próxima lo haga mejor. Esa es la esperanza, pero el compromiso trasciende el ámbito del Estado y debe ser asumido por el conjunto de la sociedad.
