El Partido Liberación Nacional (PLN) debió haberse reformado hace muchos años. Tres derrotas presidenciales consecutivas, con tres candidatos incapaces –como la agrupación– de leer el signo de los tiempos, articular un mensaje claro e inspirar a una mayoría del electorado, lo demuestran de sobra.
Tan malos resultados, más atemperados en la dimensión legislativa, también son síntomas de sus disfuncionalidades y anquilosamiento como organización política, a menudo más concentrada en las pugnas de poder internas o la protección de feudos locales, familiares o personales, que en la rotación y rejuvenecimiento de liderazgos de cara al país. A pesar de voces y esfuerzos internos por dar un salto hacia una mayor apertura, transparencia y visión, los avances, hasta ahora, se han quedado muy cortos.
Por algo, una de sus principales figuras, la expresidenta Laura Chinchilla, tras insistir en cambios fundamentales y enfrentar a dirigentes sobre los cuales, incluso, han pesado cuestionamientos penales, decidió renunciar al partido el 28 de julio de 2022. En la carta en que comunicó su decisión, mencionó, entre otras cosas, “una sucesión de acciones y omisiones por parte de sus estructuras que, en lugar de responder a los desafíos pendientes, nos alejan de las aspiraciones de muchos liberacionistas a que se corrijan errores, se rectifique el rumbo y se fortalezca la capacidad moral y política de la organización”. Tres años después poco ha cambiado.
Tal tipo de problemas, derrotas y barreras deben preocupar a cualquier organización política, por su propio bien y por su capacidad de permanencia. Sin embargo, en este caso la preocupación va más allá de sus confines. Se proyecta hacia la dinámica y salud democrática nacional, al tomar en cuenta que, durante décadas, Liberación ha sido el partido más grande, mejor organizado y más influyente en el rumbo del país.
A lo largo del tiempo, este periódico ha tenido serias discrepancias con parte de sus políticas, dirigentes y rumbos torcidos. A la vez, hemos reconocido, y lo reiteramos ahora, su gran aporte –en interacción con otras fuerzas políticas democráticas– a la Costa Rica que hoy tenemos. Existen múltiples razones para apreciarlo, enaltecerlo y protegerlo frente a agudos y diversos retos; también, ante amenazas autoritarias. Pero también es urgente la necesidad de mejorarlo.
El inicio de una campaña electoral no es el mejor momento para emprender un esfuerzo de cambio profundo. El PLN y su candidato presidencial, como los de otros partidos, deberían estar concentrados totalmente en sus programas, proyección y programas. Pero, ante la ausencia de esfuerzos previos de cambio y la insistencia de fuerzas enquistadas por mantener sus intereses, controlar las estructuras, imponer sus candidaturas a diputaciones y limitar severamente los ámbitos de acción, la transformación tantas veces bloqueada y postergada debe producirse de una vez.
Por estas razones, consideramos oportunos, incluso indispensables, los esfuerzos de renovación emprendidos por Álvaro Ramos, elegido abrumadoramente como su abanderado en la única –aunque poco concurrida– convención abierta de un partido nacional, en la que insistió en un mensaje de cambio.
Su mandato es claro; los riesgos, evidentes. Pueden peligrar ejes de organización territorial muy relevantes para movilizar electores, generarse saltos oportunistas hacia otros partidos de dirigentes con ambiciones frustradas, o enfriarse algunas estructuras locales leales a ellos. Es posible, también, que se produzcan bloqueos internos e, incluso, virtuales sabotajes. Esto es lo que parece haber sucedido con las reiteradas faltas de cuórum para celebrar la asamblea cantonal de San Ramón.
LEA MÁS: PLN admite contratiempos para completar asambleas cantonales
A lo anterior añadimos que, por falta de fogueo en estas lides internas y por no contar –precisamente por su afán de cambio– con suficientes operadores políticos avezados, Ramos puede haber cometido errores y actuado con poco tacto en algunos casos. La inevitable ventilación pública de las pugnas, además, puede tener impacto negativo inmediato en la imagen de unidad de la agrupación, aunque quizá también demuestre a un sector importante del electorado que el mensaje de cambio del candidato es serio. Está por verse.
Nada de lo anterior debe ser motivo para detener el proceso; menos, para frustrar la presencia de personas más jóvenes, bien formadas y apegadas a principios de transparencia y honestidad en una parte importante de las papeletas diputadiles.
Al contrario, lo que debería imperar entre muchos de los dirigentes históricos (¿o añejos?) del PLN y los grupos que han retrasado el cambio, es una visión lúcida sobre lo que el país necesita, la ciudadanía espera y los retos contemporáneos imponen. Se trata, en esencia, de un partido que logre demostrar, no solo por experiencia acumulada y récord histórico, sino por visión de futuro, rotación de cuadros y actos convincentes, que merece mantenerse como una fuerza relevante en nuestra democracia. Es algo que consideramos fundamental en cualquier momento, pero sobre todo en la presente coyuntura.
