El tiempo para las ambigüedades, los paños tibios y el beneficio de la duda hacia la dictadura venezolana ha terminado. Así debe entenderlo la comunidad internacional, pero sobre todo los tres gobiernos que se han constituido en presuntos gestores de una salida negociada a la aguda crisis que vive el país. Nos referimos a los de Brasil, Colombia y México.
Es hora de que reconozcan, sin ambages, lo que todo el mundo sabe y está de sobra documentado: la oposición democrática unida obtuvo un rotundo triunfo en las elecciones del 28 de julio. Esta es la única razón por la cual el Consejo Nacional Electoral (CNE), instrumento del régimen, que se apresuró a proclamar vencedor a Nicolás Maduro esa misma noche, no ha divulgado los resultados en detalle, tal como solicitaron esos tres gobiernos. Al hacer ese pedido, casi diez días atrás, no pusieron plazo. Al cabo de tanto tiempo, la respuesta no existe; por esto, deben, de una vez por todas, reconocer el indudable triunfo de Edmundo González Urrutia.
La evidencia del resultado es abrumadora. Más del 80% de las boletas de resultados recopiladas por testigos acreditados en los centros de votación dan a González una diferencia de más de 30 puntos porcentuales sobre Maduro. No se trata, como algunos cómplices del régimen han asegurado, de “actas de la oposición”, sino de impresiones emitidas automáticamente por las máquinas de votación del CNE en cada una de las mesas. Es decir, son documentos oficiales, divulgados por la Mesa de Unidad Democrática.
Todo indica, además, que el CNE sí tiene las actas oficiales, a pesar de que culpa a un “fraude cibernético” orquestado por la oposición de impedir su recepción. El viernes, una representante del Centro Carter, la única organización independiente observadora del proceso, declaró que personas presentes en el recinto del Consejo confirmaron que, a medianoche del 28, habían recibido al menos el 90% de ellas. Si se niegan a divulgarlas es porque demuestran el fraude.
No existen, por tanto, razones para las dudas; menos, para seguir permitiendo que la dictadura gane tiempo, mientras, apuntalada por elementos de la seguridad del Estado cubano, arrecia la represión, trata de desmovilizar a la oposición, endurece su control sobre las Fuerzas Armadas, expande sus mecanismos de delación y activa las redes de apoyo que le brinda la izquierda radical y autoritaria en varios países.
Hasta el momento, se reportan más de 20 personas abatidas por la fuerza pública y grupos paramilitares del régimen. Según Maduro, han sido detenidas 2.200 personas, entre ellas un exgobernador, exdiputados y adolescentes, reflejo de la oleada represiva emprendida desde que llegó al poder.
Por estas razones, cada día que pase con una mediación que ni siquiera parte de los resultados documentados, simplemente contribuye a consolidar el hecho consumado del fraude y permitir que Maduro y sus tenebrosos operadores se enquisten en el poder por la fuerza. Lo que corresponde es reconocer con claridad, tal como ha hecho una gran cantidad de países —entre ellos Costa Rica, Argentina, Chile, Estados Unidos, Guatemala, Panamá, Perú y Uruguay—, el triunfo de González y la derrota de Maduro, y encaminar los esfuerzos mediadores a diseñar una ruta para la transición ordenada del poder.
El historial de tantos acuerdos negociados y violados por Maduro debe servir como advertencia de lo que se puede esperar de un intento mediador que no esté enmarcado en parámetros totalmente claros y un tiempo perentorio. El punto de partida indispensable es reconocer su derrota y dedicarse a abrir el camino para que abandone el Palacio de Miraflores.
Por desgracia, los gobiernos brasileño, colombiano y mexicano han permitido que el reloj del fraude siga andando, con un tictac que implica el desconocimiento de la voluntad popular. Su actitud levanta serias dudas y reduce su confiabilidad. A esto se añade que, en el pasado, esos mismos gobiernos han acuerpado o justificado al régimen de Maduro, y que sectores de los partidos políticos que representan, así como grupos afines, han dado por buenos los falsos resultados del CNE.
La democracia, la paz y el respeto hacia la voluntad soberana de los venezolanos están en juego. La hora de apoyarlos sin excusas no debe extenderse más.
