De este nuevo abordaje ha surgido el Índice de Desarrollo Humano Ajustado por Presiones Planetarias, complementario del principal. En él, Costa Rica da un salto de enorme magnitud, reflejo de una estrategia de desarrollo comprometida por décadas con la sostenibilidad ambiental y, por tanto, orientada a un mejor equilibrio entre las personas y su entorno, como forma de generar bienestar.
En el índice convencional —centrado en ingresos, expectativa de vida, educación promedio y desigualdad— ocupamos el lugar 62 entre 189 países analizados, suficiente para estar en la categoría de «muy alto desarrollo humano—. Sin embargo, al añadir a la ecuación una serie de indicadores que miden las interacciones con el ambiente, subimos 37 lugares, hasta la posición 25, la mejora más significativa en la clasificación.
Gracias al ascenso, en esta variante del índice nos colocamos por encima de países como Australia, Canadá, Estados Unidos, Luxemburgo, considerados, con razón, entre los más desarrollados del mundo.
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¿Quiere esto decir que, entre el informe del año pasado (con datos del 2018) y este (con datos del 2019), hemos logrado una gran mejora objetiva? La respuesta es que no. En esencia, estamos igual, según se refleja en el índice convencional, pero la metodología más integral utilizada para determinar las «presiones planetarias» ejercidas por nuestro país, ha captado y clasificado de forma más justa y precisa las fortalezas ya existentes.
El mensaje más importante para nuestra sociedad y nuestro Estado es que la apuesta hecha desde hace décadas en pro del desarrollo sostenible ha estado bien encaminada. Su necesidad y potencial no han hecho sino acrecentarse, como reconoce el informe de manera general, razón de más para hacerla cada vez más robusta.
El uso de energías limpias más allá de la producción de electricidad, el ordenamiento territorial racional, el buen uso de los recursos para la producción, el empleo racional de agroquímicos, la adecuada disposición (o reciclaje) de residuos y el transporte público eficiente y de calidad, están entre las metas que debemos potenciar cada vez más.
No se trata, simplemente, de abordarlas como «sacrificios» necesarios por deber hacia el planeta, sino como fuentes de crecimiento dinámico en armonía con el ambiente; es decir, que generen bienestar y oportunidades hoy y nos aseguren mejores condiciones a futuro.
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El informe nos recuerda que, aunque los desafíos sociales, políticos, económicos y ambientales son enormes, y han sido exacerbados por la pandemia de la covid-19, la humanidad puede y debe impulsar su desarrollo «mejorando la equidad, fomentando la innovación e inculcando el afán de custodia de la naturaleza». Y como «no podemos dar por supuesto que el aumento de las capacidades de las personas conllevará automáticamente un alivio de las presiones planetarias», es necesario trabajar simultáneamente en ampliar las primeras y reducir las segundas.
Esas han sido la visión y la ruta que ha impulsado nuestro país por muchos años. Al comentar el informe, el presidente Carlos Alvarado declaró que, por fidelidad a su tradición ambientalista, «Costa Rica se propuso ser un laboratorio mundial del desarrollo sostenible». Tiene razón, pero se trata de mucho más: convertir ese modelo de desarrollo en eje de las estrategias de crecimiento y bienestar, algo en lo que también ha insistido y en lo que debemos seguir comprometidos cada vez más.