
Adiós a Sidonie, libro escrito por Erich Hackl en 1989, relata la historia de una bebé gitana que es abandonada en un pueblo de Austria durante la década de 1930, época de la incubación del nazismo. La pequeña es adoptada por un matrimonio cuyo esposo sufre persecución y segregación por sus posiciones políticas.
Aun así, la niña se integra a la comunidad, a la escuela y, sobre todo, a su familia. Es conocida en la alcaldía, en los servicios médicos y en los de asistencia familiar.
Sin embargo, el nazismo se populariza entre una población con hambre de fábricas que den empleo y con vetas de descontento con las democracias occidentales. Y, conforme el nacionalsocialismo se expande sin freno, llega la guerra y cambia la cultura de tolerancia.
Desdichamente, los funcionarios extirpan el raciocinio del cumplimiento del deber, convirtiéndose en instrumentos de las políticas de odio contra opositores, extranjeros y todo aquel que luciera diferente.
El autor nos lleva a un momento en que el nazismo consigue desaparecer la línea entre la culpa y la inocencia, y los funcionarios deben dedicarse a atender raros delitos, como pronunciar determinadas bromas o sintonizar ciertas radioemisoras. No contaré el desenlace, pero el amor de la familia se enfrenta a la intención estatal de desterrar a Sidonie.
Los horrores de esta época (que no es la única en que se haya vivido semejantes atrocidades) han sido ampliamente documentados y difundidos, llevados tanto a la pantalla chica como a la pantalla grande. Uno se cuestiona si, ante tanta evidencia de errores y dolor, la humanidad es capaz de repetir tales acciones.
¿Sigue dentro del ser humano esa capacidad? Sí, ahí está, y después de la Segunda Guerra Mundial, se ha manifestado en muchas ocasiones alrededor del planeta.
Recientemente, en Costa Rica, un diputado de gobierno sugirió desterrar a ciudadanos costarricenses. Los llamó a ir preparando las maletas e irse voluntariamente del país.
Posteriormente, el legislador Jorge Rojas López negó haber lanzado un mensaje general. Sostuvo que todo se trató de un malentendido porque se refería a funcionarios “que están en las instituciones y que no hacen lo que deben hacer respecto a sus funciones”.
En realidad, no importa si se trata de funcionarios o trabajadores privados, estudiantes o pensionados; no importan la etnia ni la religión. El derecho a permanecer en la patria es el mismo porque existe derecho a disentir.
La práctica del destierro no ha sido ajena a nuestra historia. Rogelio Fernández Güell fue desterrado y posteriormente ejecutado durante la dictadura de los Tinoco en 1918, por ejemplo
¿Habrían sido los costarricenses capaces de desterrar a Sidonie?
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Esteban Oviedo es jefe de Redacción de La Nación.
