
Uno de los logros que el presidente del Banco Central de Costa Rica (BCCR), Róger Madrigal, destacó recientemente en una entrevista en este diario es la “estabilidad de precios” alcanzada bajo su gestión. Sin embargo, no deja de ser paradójico que hablemos de estabilidad cuando la meta de inflación establecida se ha incumplido por casi 28 meses consecutivos. Conviene detenerse en este punto: aunque, en el imaginario colectivo, “inflación” suene siempre un mal a evitar, caer en el extremo opuesto –cero o incluso inflación negativa– tampoco es saludable para la economía.
Como dice el refrán, de estabilidad también se puede morir. Una inflación negativa o persistentemente baja trae consigo problemas que, a primera vista, pueden no ser tan evidentes. Veamos algunos:
Impacto en las familias
En Costa Rica, los salarios suelen ajustarse de acuerdo con la inflación medida por el Índice de Precios al Consumidor (IPC). Sin embargo, en un contexto como el actual, con 28 meses de inflación prácticamente nula, los incrementos nominales han sido mínimos. El resultado ha sido claro: los hogares han postergado decisiones de consumo y han reducido la compra de bienes y servicios.
Las cifras del propio BCCR lo confirman. El consumo privado pasó de crecer 5,6% en el último trimestre de 2023 a apenas 2,8% en el segundo trimestre de 2025. El ajuste ha sido aún más drástico en los bienes duraderos, cuyo crecimiento se desplomó de 14,8% a apenas 0,6% en ese mismo periodo. Y lo más llamativo: el consumo de bienes no duraderos (alimentos y combustibles) apenas avanzó 1,6%, frente al 4,0% que registraba en el cuarto trimestre de 2023.
El Banco Central ha presentado como un logro el aumento en los salarios reales. No obstante, las cifras de consumo contradicen esa lectura. En la práctica, los ingresos de los hogares pueden haberse ajustado en términos estadísticos, pero no se traduce en una mejora perceptible. Adicionalmente, a las familias les ha tocado acomodarse a pagar sus créditos con tasas de interés más altas de lo necesario.
Impacto en las empresas
El sector productivo afronta otro dilema. Aunque los precios de mercado permanecen prácticamente congelados, los costos continúan al alza (energía, servicios, materias primas). El resultado es una reducción de márgenes de utilidad. Muchas empresas, temerosas de perder clientes, evitan trasladar esos mayores costos y se ven atrapadas en un círculo de imposibilidad para ajustar precios.
Las consecuencias son claras: proyectos de expansión detenidos, demanda interna débil y planes de contratación de personal en pausa. No es casualidad que la demanda interna, que crecía 4,8% hace dos años, apenas aumentara 3% en el segundo trimestre de 2025. Tampoco sorprende que el número de ocupados haya caído en 102.000 personas entre setiembre de 2024 y junio de 2025.
Impacto en las finanzas públicas
La historia se completa con los efectos sobre la Hacienda Pública. Con salarios estancados y empresas que no aumentan precios y tienen utilidades estancadas, la recaudación tributaria apenas logra crecer 2%. De acuerdo con datos del mismo Ministerio de Hacienda, la recaudación del impuesto sobre la renta en el primer semestre 2025 ha caído en sectores estratégicos como comercio, manufactura, alojamiento, servicios de comida y hasta electricidad y agua.
Para un Estado con serias limitaciones fiscales, esta combinación es letal: menor recaudación significa menos capacidad de gasto e inversión, justo cuando el país necesita más dinamismo económico.
¿De dónde surge el concepto de meta de inflación?
El esquema de metas de inflación es hoy la columna vertebral de la política monetaria en la mayoría de economías modernas. Su origen se remonta a Nueva Zelanda en 1990 y, desde entonces, se ha extendido porque ofrece algo esencial: un ancla de expectativas. Al anunciar públicamente un rango de inflación (en el caso de Costa Rica, 3% ±1), el Banco Central busca dar certidumbre a familias, empresas e inversionistas sobre el rumbo de los precios. Esto facilita la toma de decisiones y la fijación de salarios.
En 2015, la Junta Directiva del BCCR estableció que la meta debía ser 3%, y no fue un número escogido al azar. Se definió tomando en cuenta el comportamiento de la inflación de nuestros principales socios comerciales y la práctica internacional: la mayoría de bancos centrales trabajan con metas de entre 2% y 3%.
La meta nunca debería ser cero ni negativa, porque eso llevaría a deflación y estancamiento, justamente hacia donde pareciera dirigirse la economía costarricense. La experiencia internacional muestra que la inflación debe ser baja, pero positiva: suficiente para preservar el poder adquisitivo, pero también para evitar que los salarios se congelen, que el consumo y la inversión se frenen y que los bancos centrales eventualmente pierdan margen de maniobra.
¿Es realmente un logro la llamada ‘estabilidad de precios’?
La Ley Orgánica del Banco Central (LOBCCR 7558) habla de mantener “estabilidad de precios”, pero, como en todo, conviene leer la letra fina: eso significa inflación baja y estable, no 0%. Traducido: alrededor de un 2%-3% anual, coherente con lo que hacen nuestros socios comerciales.
Por eso, hablar de estabilidad mientras se incumple de forma sistemática la meta definida por la Junta Directiva carece de lógica. Es como el estudiante mediocre que celebra porque, aunque no aprobó el curso, al menos no sacó un cero.
La realidad es clara: que la Junta Directiva ignore su propio mandato o que no revise la meta es tan dañino como ignorar los propios datos del BCCR. ¿Será que sí revisaron la meta y no se le informó a la ciudadanía?
Entonces, conviene dejarlo claro: la estabilidad de precios no se mide en ceros en el IPC, sino en la capacidad real de formar precios de forma que la economía puede crecer, generar empleo y ayudar a tener finanzas públicas sanas.
Cuando se malinterpreta (como ocurre hoy en Costa Rica) deja de ser un objetivo y se convierte en un epitafio. Mientras el Banco Central siga celebrando los ceros e incumpliendo de forma sistemática su meta, la lápida será inevitable: “Aquí yace la economía costarricense, víctima de su propia estabilidad”.
dortiz@cefsa.cr
Luis Liberman y Daniel Ortiz son economistas.