No todo lo que nos enseñó la pandemia es bueno. Rechazar reuniones presenciales por pereza no es una buena idea, a menos que consideremos a los demás asistentes un desperdicio de espacio, en cuyo caso tampoco deberíamos asistir de manera virtual.
No todas las reuniones son mejores cuando se llevan a cabo de forma virtual. Si bien la virtualidad nos permite ahorrar tiempo, combustible y salud, la calidad de la experiencia podría justificar perder esos ahorros.
Es bastante obvio que la experiencia en una reunión con 10 o 20 personas no puede simularse durante una videoconferencia. La tecnología no nos provee suficiente ancho de banda.
Presencialmente, todos los sentidos funcionan al mismo tiempo, la videollamada nos provee solamente dos —audio y video—, con bastantes limitaciones.
Por más que los desarrolladores inventen softwares o aplicaciones, el networking no funciona por la vía virtual. Claro que hay muchos trogloditas que preferimos —o creemos preferir— no lidiar con el tráfico de San José, y pagar el precio de no conocer a nadie nuevo ni tener interacción con la gente.
Un amigo me comentó recientemente sobre los trogloditas digitales, gente que casi no sale de su cueva: si les da hambre, piden comida; si están aburridos, ven películas en streaming; si les da sed, piden cerveza a domicilio, etc.
Pero los trogloditas no salían de sus cuevas por desconocimiento. Los digitales lo hacen por pereza, y eso es bastante serio. Cuando la pereza ocupa un lugar predominante en las motivaciones humanas, estamos ante un fenómeno con consecuencias devastadoras.
Primacía de la pereza
Para que la pereza asuma un papel tan preponderante, es necesario haber destruido (tal vez por descuido, erosión o pandemia) el tejido comunitario que mantenía a la gente interesada en sus pares.
Cuando la gente pierde el interés por los demás, está muy claro que va a preferir reuniones virtuales, donde la interacción es mínima, cordial y distante. Para ser justos, debemos aceptar que muchas reuniones funcionan mejor de manera virtual, por ejemplo, para asignar responsabilidades, dar seguimiento y tomar decisiones. Son reuniones, por lo general, con pocos participantes.
La pereza, al igual que el miedo y el odio, es mala consejera a la hora de tomar decisiones. Sin embargo, la virtualidad nos ha dejado expuestos a la toma de decisiones basados en sentimientos poco virtuosos.
La pereza a salir e interactuar es autoalimentada, pues la desidia genera mayor reclusión, menos interacción y, por consiguiente, más pereza.
Si bien es posible, y quizás hasta razonable, justificar la pereza a partir del caos vial producido por una administración del tránsito casi nula, el número de vehículos circulando de manera aleatoria sigue creciendo mientras las calles y carreteras no solo no aumentan, sino que se deterioran, y la tecnología para el control vehicular brilla por su ausencia.
Todo lo anterior nos lleva a una situación en la que salir a lidiar con el humo, el ruido y la pérdida de tiempo origina, además de pereza, niveles considerables de estrés. Quedarse en casa pareciera ser mucho mejor para la salud mental y física, donde la palabra clave es pareciera.
Estrategia militar
Lo que me parece obvio es que no habrá un retorno a la presencialidad y que tampoco vamos a vivir en un mundo híbrido, en el que unos trabajan presencialmente y otros de manera virtual.
La mayoría hemos leído encuestas en las que, sobre todo los jóvenes, amenazan con renunciar si los obligan a la presencialidad (en EE. UU., un 40%). Creo que el nuevo mundo híbrido será uno en el que unas cosas las haremos de manera presencial y otras no, pero todos los participantes de la misma forma.
También creo que va a tomar tiempo para que nos demos cuenta de que las reuniones en las que unos estarán presentes y otros no lo estarán es un error, no debería haber participantes de diferentes categorías.
Para mí, la gran pregunta es cómo derrotar a la pereza, porque es muy poderosa. En algunos lugares se está utilizando el convencimiento autoritario, en el cual el jefe convoca una reunión y decide si es presencial o virtual; punto, se acabó, no hay discusión.
Esta estrategia funciona muy bien en lugares como el ejército, donde la obediencia y la disciplina están bien establecidas. En otras circunstancias, no.
Permitir unos presentes y otros en remoto, restringiendo las posibilidades de interacción con quienes están a distancia, es una avenida que vale la pena explorar. Esta estrategia busca convencer por lógica; la pereza no vale la pérdida de estatus.
Pero si por fuerza mayor es imposible asistir, siempre existe la posibilidad de por lo menos enterarse de lo que está sucediendo. Aunque es factible, aunque espero no probable, que algunos tengan más pereza que entereza, y no les importe ser participantes de segunda categoría con tal de no salir de la casa.
Buscar la mejor solución
Estoy seguro de que existen otras estrategias, y finalmente encontraremos la mejor. Pero ninguna sobrevivirá ni un día si se descuida la seguridad de la salud, si se convocan reuniones grandes en lugares cerrados y se infecta un montón de gente.
La persona que programa el encuentro perderá credibilidad y sus futuros esfuerzos por enmendar este entuerto estarán grandemente comprometidos.
Las multinacionales deberán enfrentar difíciles preguntas alrededor de cuándo vale la pena viajar para reunirse con los colegas (con clientes es más fácil decidir).
El costo y tiempo involucrados atentan contra las reuniones presenciales. Alargar las reuniones no es una buena solución, aunque sí tiene como efecto que los números se vean mejor.
Al final dependerá del objetivo de la reunión: si es compartir información en un solo sentido, la videoconferencia ganará hasta que aparezca una mejor tecnología, pero si se requiere interacción entre múltiples participantes, tendremos que regresar a las metodologías antiguas. Digo yo.
El autor es ingeniero, presidente del Club de Investigación Tecnológica desde 1988 y organizador del TEDxPuraVida.