Creo que no exagero al afirmar que la gran mayoría de los costarricenses hemos tenido, al menos una vez en la vida, algún encuentro cercano con un intento de estafa.
Mi última experiencia fue un mensaje que me enviaron por WhatsApp para alertarme sobre una inminente multa por un supuesto impago de bienes inmuebles.
El remitente era un presunto asesor de la Unión de Gobiernos Locales. Su mensaje incluía una fotografía sacada de algún catálogo y varios datos de contacto.
Además, incluía detalles reales sobre las características del terreno (ubicación, número de finca, área, etc) y alguna infomación general mía (cédula y nombre completo).
La comunicación advertía de que si no corría a saldar la deuda recibiría una fuerte sanción económica y adjuntaba un montón de artículos de leyes.
Y claro, como el asunto urgía, él muy amablemente se ofrecía a ayudarme para realizar el trámite en forma expedita y sin tanta tramitomanía.
De entrada, el asunto me extrañó porque yo tenía muy claro que estaba al día con mis obligaciones tributarias. “Es una estafa”, me confirmaron en la Municipalidad.
Como no respondí el mensaje, el supuesto asesor me llamó varias veces. Aunque yo quería hablarle para desenmascararlo, no le contesté y bloqueé su número.
Esta vez, logré sortear el trance y le pido a Dios mucha sabiduría para mantenerme alerta, porque el riesgo de sufrir un timo electrónico ha crecido en forma exponencial.
Las autoridades han informado, una y otra vez, sobre las millonarias sumas que los delincuentes logran saquear de las cuentas bancarias de sus víctimas.
También han hecho numerosas actualizaciones sobre los mil y un métodos que existen para extraer información sensible a las personas y robarles.
Los timadores saben lo irresistible que resulta para los usuarios de celular recibir un mensaje. La curiosidad es, precisamente, una de las armas que utilizan.
Es por ello que tantos adolescentes, jóvenes, adultos y adultos mayores caen a diario en la trampa de una falsa alarma o de una promoción irresistible.
En medio de tanto acecho, uno se siente solo y a merced de sus instintos, porque no existe un acompañamiento preventivo real de bancos ni autoridades.
Frente a esta realidad, a uno no le queda más que volverse más desconfiado y cortante al recibir una comunicación o una llamada de un desconocido.
Así que, de antemano, me disculpo si no le contesto a alguno de ustedes o si les pregunto con los tacos de frente: Aló, ¿es usted un estafador?

