Rangún. Aung San Suu Kyi, condenada este lunes a dos años de prisión, encarna el tumultuoso destino de Birmania. Primero icono de la democracia, después paria de la comunidad internacional tras el drama de los musulmanes rohinyás y ahora de nuevo en las garras de los militares. La exdirigente –que fue derrocada por un golpe de Estado en febrero– ya había pasado 15 años en libertad vigilada durante las anteriores dictaduras militares.
En los años que estuvo confinada en su residencia, se limitó a dirigirse a sus seguidores apostados al otro lado de la reja de su jardín. Sin embargo, hoy, su situación es radicalmente diferente ya que los militares mantienen en secreto el lugar donde está recluida y sus contactos con el exterior se limitan a breves reuniones con sus abogados. Gran parte de sus colaboradores más cercanos están bajo arresto o se dieron a la fuga.
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Los generales están decididos a silenciarla y la junta la inculpó de una multitud de cargos incluyendo violación de la ley de secretos oficiales, corrupción, fraude electoral y la pueden condenar a décadas en prisión. ”No creo en la esperanza, solo creo en el trabajo. Uno trabaja duro para alcanzar sus esperanzas. La esperanza por sí sola no nos lleva a ninguna parte”, dijo Suu Kyi a la AFP en agosto del 2015.
Unos meses después, su partido, la Liga Nacional para la Democracia (LND), ganó unos comicios históricos y Aung San Suu Kyi, relegada a la disidencia durante casi 30 años, se puso al frente del Ejecutivo. Con la abrumadora victoria en las elecciones legislativas de noviembre del 2020, Suu Kyi se había asegurado seguir al mando, pero los generales lo impidieron.
La vida de esta figura política siempre ha estado cercada por el drama. Su padre, un héroe de la independencia, fue asesinado en 1947, cuando ella tenía dos años. La primera parte de su vida la pasó en el exilio, primero en India y después en el Reino Unido, la antigua potencia colonizadora. Allí, llevó una vida de ama de casa, casada con un profesor universitario de Oxford, especialista en el Tíbet, con el cual tuvo dos hijos.
No obstante, en 1988, cuando viajó a Birmania para ver a su madre, sorprendió a todos anunciando que se implicaría en el destino de su país, en medio de una revuelta contra la junta militar. ”No podía, como hija de mi padre, mantenerme indiferente a todo lo que pasaba”, dijo durante su primer discurso. La represión de 1988 dejó cerca de 3.000 muertos, pero marcó el nacimiento del símbolo y ella pasó a ser un ícono para el pueblo birmano sofocado por la dictadura desde 1962.

Aunque la junta la autorizó a formar la LND, rápidamente la sometió a arresto domiciliario. Desde el confinamiento asistió a la victoria de su partido en las elecciones de 1990, pero la junta se negó a reconocer los resultados. En 1991 recibió el Premio Nobel de la Paz pero no pudo viajar a Oslo para la premiación. Tuvo que esperar más de 20 años para recibir su galardón.
Años más tarde, su marido –que siguió viviendo en el Reino Unido– murió de cáncer sin que ella pudiera despedirlo. En el 2010, Aung San Suu Kyi fue liberada tras 15 años bajo arresto domiciliario y entró en el Parlamento en el 2012, después de la autodisolución de la junta un año antes. Su prestancia internacional comenzó a resquebrajarse una vez en el poder. Algunos le reprocharon una concepción autocrática del gobierno.
Además tuvo que hacer equilibrios para convivir con los militares que siguieron controlando ministerios clave. En el 2017, cerca de 750.000 musulmanes de la minoría rohinyás huyeron de los abusos del gobierno y de las milicias budistas para refugiarse en campamentos en Bangladés. Tras esta tragedia, Birmania fue acusada de “genocidio” ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ).
Suu Kyi no condenó a los militares y acudió en persona al tribunal a defender a su país donde negó “cualquier intención genocida”. La victoria de su partido en las legislativas del 2020 provocó la ira de los militares, lo que terminó en el golpe de Estado que la derrocó. Bajo arresto y condenada al silencio, la “madre Suu” tiene actualmente poca influencia en Birmania, donde muchas personas renunciaron a uno de sus principios fundamentales, la política de la no violencia y actualmente hay acciones de guerrilla contra la junta.
“El gobierno de Suu Kyi tuvo fracasos y generó frustraciones”, resumió Sophie Boisseau, experta del Instituto Francés de Relaciones Internacionales. “Pero ella permitió dar un soplo de aire que hoy le da al pueblo la fuerza de resistir”, agregó.
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