Durante el 2019, la economía costarricense continuará transitando caminos difíciles y, sobre todo, peligrosos. A pesar de la sensación de alivio que significó la aprobación del proyecto de Fortalecimiento de las Finanzas Públicas –ciertamente un logro político que merece ser reconocido y celebrado, esto último con mesura– lo cierto es que la tarea más compleja apenas se inicia: ejecutar el ajuste que requieren las finanzas gubernamentales para retornar a la senda de sostenibilidad.
El crecimiento económico difícilmente se recuperará. No solo la implementación del ajuste –una combinación de mayor control del gasto gubernamental y de incremento en la carga tributaria– imprimirán un sesgo recesivo a la economía; sino que, además, la magnitud del desequilibrio y la gradualidad y timidez de las medidas adoptadas, conducirán a requerimientos de financiamiento gubernamental elevados que impedirían que las condiciones crediticias internas mejoren notoriamente, constituyendo un factor que lastraría las perspectivas de recuperación del gasto interno.
El entorno externo continuará siendo retador. Aunque las cotizaciones de las principales materias primas y los tipos de interés en los mercados internacionales dejarán de experimentar presiones alcistas –uno de los factores, junto con el deterioro de la situación de las finanzas públicas, que más contribuyeron a la ralentización de la demanda interna durante los últimos 24 meses– lo cierto es que la razón detrás de este comportamiento no resulta positiva, en lo más mínimo, para la economía costarricense: la desaceleración del crecimiento económico mundial y, en especial, de los Estados Unidos.
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De esta forma, las actividades de exportación de bienes y servicios, que en los últimos años mostraron un crecimiento superior al promedio de la economía y, especialmente del registrado por las actividades orientadas al mercado interno, corren el riesgo de desacelerarse en los próximos meses.
Junto con una creciente volatilidad externa, el principal riesgo para la economía costarricense en el 2019 serán las tentaciones que puedan derivarse del acceso al financiamiento externo.
En procesos de ajuste como el que recién ha iniciado el país, el financiamiento exterior puede actuar como un útil analgésico que contribuya a mitigar algunos de los efectos secundarios asociados con él; pero también puede convertirse en una poderosa droga, que alimente, nuevamente, la tentación de “barrer la basura bajo la alfombra”, posponiendo el ajuste necesario.
Si es este último el camino que se decide tomar, quizás el corto plazo resulte un poco más placentero, pero las vulnerabilidades se continuarán acumulando y, en corto tiempo, los problemas irresolutos manifestándose, de nuevo.