Filadelfia, Carrillo, Guanacaste. La misa prevista para las 6 p. m. de este lunes Santo comenzó con unos minutos de retraso. Era comprensible, pues las devociones durante la Semana Mayor se multiplican y en el templo de Santiago Apóstol, en Filadelfia de Carrillo, Guanacaste, la meditación correspondiente a los siete lunes (que concluyen en el de Semana Santa) había comenzado a las 5:30 p. m., así que media hora después aún los pensamientos estaban en las palabras de Jesús en la cruz.
Además, este lunes había algo distinto que hacía pasar por alto la demora: la procesión de las cintas, de ahí que cada uno de los fieles que entraba a la parroquia llegaba con una colorida cinta en sus manos. Esta celebración se ve en pocas comunidades del país, pero con el tiempo ha ganado adeptos. Se realiza en Cot de Cartago (donde comenzó la tradición en Costa Rica), también Coronado, Hatillo y también en Filadelfia. En algunas zonas el nazareno va con los ojos vendados.
¿En qué consiste? El sacerdote Elmer García y el diácono permanente Luis Fernando Aguilar lo fueron explicando a lo largo de la misa. Cada una de las cintas, independientemente del color, representa una necesidad, petición o intención de algún creyente. Algunos lo escribieron con un lapicero o marcador, pero otros simplemente la tenían en la mente y el corazón: sabían lo que necesitaban, lo simbolizaban con la cinta y sabían que Dios lo entendía.
Al finalizar la misa, cada uno fue pasando hacia la imagen de Jesús Nazareno y fueron atando su cinta. Una por una, hasta que la imagen quedó llena por todos los costados.
Hacer esto, luego de dos años sin procesiones debido a la pandemia, llenó este acto de un simbolismo aún más especial.
“Hemos pasado por un tiempo bastante difícil de la pandemia. En esa cinta anotamos nuestra súplica, acción de gracias o aquel milagro que le queremos arrancar del corazón”, dijo Aguilar a La Nación.
“Nuestras familias están con muchas heridas, necesitan ser sanadas y experimentar ese bálsamo de Jesús. Le pedimos a Jesús Nazareno que él que va cargando sobre sus hombros la cruz nos ayude también a nosotros a cargar nuestra cruz de cada día y ponemos en él nuestra vida, nuestra confianza, nuestra esperanza”, complementó.
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Sentido de solidaridad
Amarrar cada cinta tomó solo algunos minutos. La imagen de Jesús Nazareno ya no solo llevaba la cruz de madera, además, consigo iban todos esos deseos simbolizados en las cintas de colores.
Una vez que la imagen fue cargada en los hombros de voluntarios, se les pidió a los fieles acercarse y tomar una cinta, cualquiera. Era casi un hecho que en medio de ese mar de colores no encontrarían la que originalmente trajeron. Pero eso poco importaba, porque allí precisamente radica otro de los sentidos de esta procesión: el de la solidaridad. No es un evento únicamente de intenciones individuales, es de salir adelante como un colectivo.
“Piensen en que si toman la cinta de alguien más ustedes estarán orando por las necesidades e intenciones de esa persona y alguien más orará por las suyas. No tienen que saber quién es esa persona ni su petición, oren por eso, que Dios ya lo sabe”, decía el padre García a los feligreses.
Este sentido de unión convocó no solo a personas de la parroquia. Es el caso de Ana Campos, quien vive en Sardinal y se enteró de la celebración por medio de una prima y quiso llevar su cinta.
“No soy muy practicante ni voy muchísimo a misa, pero sí creo profundamente en Dios y quise venir a dejarle mis angustias y a pedirle unas cosas que tengo muy guardadas. Ver a tanta gente con este mismo sentimiento es muy bonito”, recalcó la mujer, quien estaba acompañada de su mamá y su hermana.
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‘Aquí vamos todos nosotros’
La procesión salió del templo y la ruta no era simplemente dar una vuelta por las cuadras cercanas. Imagen, sacerdote, diácono y fieles recorrieron los diferentes barrios del centro filadelfino y oraban decenas de la Coronilla de la Misericordia por cada comunidad y sus hogares.
Al ritmo de la banda, que ejecutaba las melodías tradicionales de esta época, la imagen iba anunciando su paso. Personas comenzaron a salir de sus casas y hasta de los bares y restaurantes para ver el paso del desfile de colores que llegaban en las cintas.
“Padrecito, rece por mí”, gritó una adulta mayor que salió de su casa a ver pasar la procesión.
“Aquí en las cintas vamos todos nosotros”, le respondió un hombre que iba con una cinta verde y pasó justo a su lado cuando ella gritó.
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Esta procesión no es originaria de Costa Rica. Un sacerdote que fue párroco en Cot de Oreamuno de Cartago la vio en Guatemala y le gustó mucho y quiso llevarla a su pueblo. Esto fue hace más de 30 años. Conforme ha pasado el tiempo lo han adoptado diferentes comunidades nacionales en donde sienten que en cada cinta de color van esas peticiones que, según su fe, Dios les ayudará a resolver, pero también la importancia solidaria de tomar la cinta de alguien más y estar pendiente de las necesidades de quienes están a nuestro alrededor.