
Durante el último tercio del siglo XX, la Orquesta Sinfónica Nacional logró alcanzar el nivel profesional que la caracteriza en la actualidad en un proceso no exento de dificultades y conflictos del que fueron protagonistas relevantes tres destacados directores: Gerald Brown (1970-1980), Agustín Cullell (1981-1984) y finalmente Hoffman entre 1987 y 2001.
Es justamente con este último que la orquesta consigue el brillo interpretativo y la estabilidad artística que le otorga el dominio y comprensión del repertorio sinfónico más representativo de diferentes épocas y estilos. La apropiación, por medio del trabajo artístico, de esas obras maestras musicales constituye el más importante patrimonio que nuestra orquesta posee hoy día.
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Dentro de este acerbo creativo ocupa un lugar especialmente relevante la 3ra Sinfonía de Beethoven, Heroica, un verdadero hito y corta aguas en la historia de la música. Aunque firmemente afianzada en las tradiciones formales del siglo XVIII, la Heroica es tremendamente novedosa. Desde el inicio sorprende con dos potentes acordes (quizás cañonazos) que a modo de introducción nos sitúan en el carácter del héroe revolucionario, que por esas fechas arrasaba con los ejércitos de los enemigos del nuevo orden europeo.
Ni que decir del primer motivo, formidablemente conciso, casi lacónico pero capaz de generar buena parte del material temático de toda la sinfonía. Me imagino también la sorpresa del público durante el estreno en 1804 al descubrir una marcha fúnebre en el segundo movimiento, como referencia al sacrificio del héroe y luego un vertiginoso scherzo, en lugar del tradicional minueto.
No obstante, el asombro mayor sigue estando en el último movimiento, compuesto por 11 variaciones y final en el que cada sección es en sí misma un dechado de imaginación y la unión de todas ellas en un movimiento coherente un verdadero monumento musical.

Sobre la interpretación en el podio de Toby Hoffman, la cual me niego a comparar con la de su padre, ya legendaria en nuestro país, debo decir que se nutrió de una apropiada selección de tempi e inteligente balance de solos y planos orquestales pero, sobre todo, quisiera destacar la sincera emotividad que transmitió en todo momento.
El concierto de Antonin Dvorak, otra obra magna orquestal, imprescindible además en el escaso repertorio del violonchelo, presenta importantes dificultades no solamente para el solista sino también para el conjunto, que debe mantener una sonoridad moderada en un sinfín de pasajes de sutiles filigranas. En esos lugares, el violonchelo debe de mantenerse audible, aunque técnicamente no tenga el papel más importante.
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La pobre acústica actual del Teatro Nacional le jugó una mala pasada tanto a Gary Hoffman como a la orquesta y a su hermano en el podio. La incómoda desproporción sonora me hizo recordar a Hoffman padre decir que en este concierto la orquesta debe querer mucho al solista para no taparlo; el domingo pasado, tristemente, el amor no fue suficiente. A pesar de esta dificultad, sin embargo, el solista hizo gala virtuosística de su excelente dominio técnico del instrumento y encantó al público con un bello sonido y sentida interpretación.
Para la ocasión en este concierto, Joel Hoffman estrenó y dirigió Matzah, obra dedicada a su padre, cuyo nombre se refiere al pan ácimo (sin levadura) que se come preceptivamente durante la pascua judía y que es así mismo el origen de la hostia cristiana. Conmovedora analogía de la larga y fructífera vida de su padre en la cual 93 breves secciones, sin referencias programáticas explícitas, marcan el paso del tiempo de una senda definida por el esfuerzo y la honestidad creativa, que quizás simbolizan la simpleza y atemporalidad de los cuatro ingredientes del Matzah: fuego, agua, aire y tierra.
Ficha Técnica:
Fecha: Domingo 28 de octubre
Hora: 10:30 a. m.
Lugar: Teatro Nacional
Orquesta Sinfónica Nacional IX Concierto de Temporada
Toby Hoffman y Joel Hoffman, directores Gary Hoffman, violonchelo, solista
Obras de Beethoven, Dvorak y Joel Hoffman