
Ser niño y tener un padre que padece una adicción, es un infierno que, con el pasar de los años, encuentra casa en los traumas. Pero esta experiencia está lejos de ser un monstruo dormido en los rincones de la memoria, sino que, inevitablemente, tiene voz y voto en el futuro de quien la sufrió.
Así lo dejó saber Eduardo Delvo, un médico, escritor y creador de contenido costarricense. Delvo miró fijo a la cámara y con total franqueza narró un crudo testimonio de vida, sobre un difícil pasado, y cómo esto terminó impactando de manera negativa en sus relaciones.
“Mi papá era adicto al crack. Se crió en una casa muy pobre. Cuando joven, quedó huérfano, tuvo malas influencias y acabó cumpliendo una pena en la cárcel durante muchos años. Para nosotros era un lastre, no aportaba dinero y más bien nos robaba para financiar su vicio”, relató el médico.
El escritor tico dice darle la razón a su madre cuando ella asegura que, si no hubiera despachado a su padre de la casa, él viviría una vida de malas costumbres y “pésimas expectativas”.
Posteriormente, contó de un comportamiento repetitivo de su progenitor, quien, en aquel entonces, no tenía un domicilio fijo y lo buscaba a él y a su familia con frecuencia.
“Sonaba el teléfono, era un teléfono de estos viejos con auricular y cable en espiral, lo levantábamos y realmente lo recuerdo demasiado claro. Llamaba por cobrar al 110. Y no decía su nombre, sino que decía nada más: ‘Aló, aló'. Ya sabíamos que era él, así que colgábamos”, rememoró.
“Llegaba a tocar el portón de la casa. Tocaba y tocaba y tocaba. Nosotros de nuevo sabíamos que era él, así que lo ignorábamos, nos quedábamos en silencio, quietos en la casa con las luces apagadas hasta que se cansaba y se iba”, añadió.

Todas estas escenas acabaron por convertirse en el ejemplo que, sin percibirlo, Delvo continuaría replicando a lo largo de su vida. Según comenta, él llegó a involucrarse en relaciones amorosas con gente con la que, por diversos motivos, no encajaba.
Además, se comportaba como un “pésimo novio” hasta el momento de perder a sus parejas; pues en este punto de su crisis se apoderaba de él la culpa, que lo hacía buscarlas por todos los medios, hacerles regalos y tener una conducta casi de persecución, con la esperanza de revivir el amor.
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“Allí estaba yo, un mensaje más, un correo más, una llamada más... repitiendo el patrón de mi papá de hace más de 20 años, llamando al 110 y tocando y tocando el portón”, sentenció.
Sin embargo, hoy tiene tres años de estar felizmente casado y asegura que pudo librarse de esas tendencias “tóxicas”, yendo hacia al frente, aunque de hecho, ni siquiera las había identificado. No fue hasta hace un año, ya en su matrimonio, que en un momento de divagar cayó en cuenta de que por mucho tiempo perpetuó los negativos ejemplos que vio en su niñez.
“No se obsesione con el pasado. Vaya hacia adelante, enfóquese en su crecimiento y ya verá que en cada nueva etapa de su madurez y su sabiduría podrá apreciar el pasado con más discernimiento”, aconsejó.
“Ahora mi papá y yo somos amigos. No somos papá e hijo, eso está fuera de las posibilidades, pero ser amigos y vernos y hablar a diario es un final feliz, suficiente para ambos”, concluyó su relato.
