
Apenas puso un pie en escena, Benito Martínez Ocasio provocó un pequeño sismo emocional en el Estadio Nacional. El concierto ni siquiera había comenzado y ya muchos estaban listos para bautizarlo como “el mejor de sus vidas”, en parte por el peso cultural del ídolo y en parte porque, bueno, Bad Bunny está en ese raro punto en que la popularidad deja de medirse y más bien se monitorea como fenómeno atmosférico.
La gira con la que regresó a Costa Rica encapsula el espíritu de su más reciente producción, DeBÍ TiRAR MáS FOTos, un álbum construido sobre ritmos puertorriqueños vibrantes, con capas de orgullo identitario y una crítica frontal a la gentrificación. La primera parte del show se apoyó precisamente en ese material que no ha cumplido un año y ya es un fenómeno histórico de la música en español.
Bad Bunny interpretó temas como LA MuDANZA y PIToRRO DE COCO vestido con el garbo de un crooner y respaldado por una impresionante orquesta que ensalzaba cada compás con elegancia. Cuando sonó WELTiTA, reapareció en escena el cuarteto puertorriqueño Chuwi —teloneros y joyita inesperada—, cuyo sabor musical explica por qué conviene seguirles la pista desde ya. Más tarde también vinieron otros invitados de lujo: Los Pleneros de la Cresta, otra maravilla rítmica del Caribe.
Luego vino el giro dramático con el salto a La Casita, la tarima B donde Benito revivió el reggaetón más tradicional de su repertorio. El ambiente mutó por completo: menos glamour, más sudor, más fiesta sin protocolo. Satisfizo a quienes lo que quería era escuchar en directo los “clásicos”, que probablemente han oído un millón de veces en sus propias fiestas y en sus perreos caseros. En ropa ligera, brincando sobre el techo de una casita minimalista que decía mucho sin necesitar casi nada, Bad Bunny recordó por qué su energía en vivo es su arma más contundente, con explosión, puro desenfado y ese balbuceo inconfundible de marca personal.
Cuando el artista volvió a la tarima original, lo acompañó un cuerpo de baile magistral y de alguna forma se generó una sensación de intimidad a pesar de que ahí había medio millar de personas. También hubo gritos incesantes por los temas guardados para el final. Si algo distingue a un público devoto es su convicción de que cada alarido aporta artísticamente al momento.

Todo esto estuvo envuelto en una producción técnica que merece aplauso propio. ¡Qué raro y qué refrescante escuchar un concierto con sonido realmente bueno en el Estadio Nacional! Visualmente, el show operó a nivel cinematográfico con tomas detalladas en la pantalla gigante, estética cuidada y pequeños cortos del sapo Concho —personaje del álbum DTMF con la participación del cineasta Jacobo Morales— adaptados con guiños locales que arrancaron sonrisas. Ese gesto, aparentemente pequeño, reforzó uno de los puntos fuertes del espectáculo: hacer sentir que Costa Rica no era una parada más del tour, sino un lugar con significado.
La producción estuvo a la altura del peso cultural que tiene su repertorio, mientras él impartió una clase magistral sobre cómo un artista puede unificar a una audiencia tan diversa.
En escena, Bad Bunny insistió en dos mensajes clave: “este show se trata de la unión de todos nosotros” y “sean ustedes mismos”. Y, sorprendentemente, en medio de miles de personas brincando al unísono, la consigna sonó menos a cliché motivacional y más a observación sociológica en tiempo real.
Su música puede estar pensada para las masas; pero en directo, esa masa se transforma en comunidad, entusiasmo y una ilusión que no compite con nada. Ver a Bad Bunny en vivo explica por qué la cumbre de la popularidad artística es suya, y por qué es poco probable que baje de ahí pronto.
EL CONCIERTO
ARTISTA: Bad Bunny
ARTISTA INVITADO: Chuwi
FECHA: 5 de diciembre
LUGAR: Estadio Nacional
ORGANIZACIÓN: Move Concerts