Miriam Jarquín y Carlos ‘Calilo’ Pardo tienen claro que la enseñanza, y sobre todo, la experiencia de la música, no responde a fórmulas, mallas curriculares rígidas, verticalidades entre el profesor y su alumno, ni mucho menos la imposición de un repertorio a regañadientes.
Hace 30 años, según relatan, sentían que Costa Rica necesitaba refrescarse en ese sentido. El ambiente de aprender un instrumento podía ser, por un lado, visto desde una perspectiva preuniversitaria (prepararse para entrar de lleno en una carrera en música al futuro) o bien, ser un gran pasatiempo y una forma de desahogo.
“Es que la música es un gozo”, subraya Miriam quien, junto a su socio Calilo, celebra los 30 años de haber implementado su idea en un recinto bautizado como la Academia de Música Moderna. El legado de este instituto, ubicado en el corazón de San José, es evidente: cientos de alumnos que han entendido que la música es un espíritu que fluye con placer.
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Su propia visión de mundo
Miriam Jarquín ya llevaba años de haberse convertido en cantante cuando pensó en la fundación de la academia. En aquel momento tenía 31 años y venía llegando del Musicians Institute de Los Angeles, Estados Unidos, con nuevas ideas sobre el aprendizaje de la música.
De su experiencia había comprendido que, para difundir el alma de este arte, no se trataba de que ella se sintiera como un profesor que pega un reglazo a un alumno que no interpretaba correctamente un acorde. Más bien, el camino correcto era el de preguntarle al aprendiz sus intereses y así encaminarlo hacia el éxtasis que puede producir conjurar una serie de notas correctamente.
Ese hechizo de la música también lo entendió bien Carlos “Calilo” Pardo, bajista de gran experiencia en bandas nacionales. Para comienzos de los noventa, él tenía la intención de formar un nuevo grupo llamado DCO y probar suerte con una propuesta de rock alternativo.
Para aquel momento, el rock ya había penetrado en el país. Carlos, quien pasaba escuchando Red Hot Chili Peppers y U2, se entusiasmaba con la idea de refrescar la escena tica. No tenía nada en contra del chiqui chiqui ni de la salsa que tanto sonaba, pero quería algo distinto.
“La banda no se terminó de cocinar y yo me había quedado con la idea de poder hacer algo diferente. Sentía que había más gente que pensaba igual. Entonces yo, con todas las ganas del mundo, pensaba que se podía hacer algo distinto desde la enseñanza”, recuerda.
Con la idea en mente, Miriam y Carlos tuvieron más de una conversación sobre fundar una escuela, con la idea de promocionar otro tipo de formación. Ya no se trataría de imponer una malla curricular a quien quiera que se asome al mundo de la música, sino conversar como un par de amigos sobre cómo pueden cumplir el sueño de tocar un instrumento.
“Nos surgió la idea de ser profes. Así que empezamos a pelotear ideas y resultó, muy orgánicamente, la idea de darle nuestro propio toque original a las clases que íbamos a dar”, cuenta Miriam.
Carlos retoma. “Rescatábamos mucho la idea de trabajar en grupo, de saber que la música no debe ser una actividad solitaria. Es importante tocar con grupos porque un bajista o baterista casi siempre va a tocar con más personas. El hecho de montar canciones en conjunto es un aprendizaje fundamentalmente diferente, así que nos hicimos una escuela especializada en dar clases con un enfoque interactivo. Se trataba de hacer una empresa basada en la enseñanza musical, pero con nuevas ideas”, agrega el bajista.
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Miriam estuvo de acuerdo con esa perspectiva: “Es claro que una clase en solitario, una vez a la semana, no es suficiente. Entonces fuimos pensando en esa metodología”. Para construir ese esquema de trabajo, la artista pensó en su propia carrera.
“Carlos, como se había formado en la experiencia de los conciertos y de estar muy metido en el rock, comprendía muy claramente ese espectro interactivo. Yo empecé en el rock en 1981, porque mi bagaje era de música lírica. Yo sabía que necesitaba técnica y en ese tiempo no había internet. Cuando me fui a Estados Unidos para aprender más, comprendí que había que desarrollar un contacto más amplio entre alumno y profesor y, cuando regresé, encontré en “Calilo” al socio ideal para trabajar juntos en el campo que queríamos desarrollar”, recuerda la cantante.
Para finales de 1991, Miriam y Carlos se animaron a alquilar un local en Barrio Luján, San José. En la parte de abajo del establecimiento había una oficina de abogados, que se terminó convirtiendo en salones de clases.
Como Carlos estaba promocionando su nueva banda, tuvo presencia mediática en periódicos, donde mencionaba la Academia de Música Moderna para así intentar posicionarla. Sus anuncios tuvieron eco y, al mes de hacerle promoción de todas las formas posibles, Carlos vio cómo el público se empezó a interesar en las clases.
“A los seis meses terminamos alquilando todo el local. Salió el grupo de música en portada de Viva y fuimos aprendiendo, a punta de golpes, cómo hacerle llegar la academia a la gente. No sabíamos nada de negocios; éramos músicos con deseos de dedicarnos a transmitir la música en tiempos difíciles, porque no era bien visto que uno fuera un rockero”, rememora.
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Fuimos aprendiendo, a punta de golpes, cómo hacerle llegar la academia a la gente. No sabíamos nada de negocios; éramos músicos con deseos de dedicarnos a transmitir la música en tiempos difíciles, porque no era bien visto que uno fuera un rockero”.
— Carlos Pardo, fundador
Consolidar la idea
Camilo y Miriam respiran profundo al reflexionar sobre los primeros años de la Academia de Música Moderna. El ambiente que transmiten es, por una parte, de incredulidad, al recordar cómo el país comenzó a interesarse en la música popular como una forma de aprender un instrumento. Por otro lado los embarga el asombro, cuando reconocen que, en unos cuantos meses, se dieron cuenta de que convertirse en profesores era un sueño dorado.
Para mediados de los noventa, ambos recuerdan que el rock ya estaba más a la moda. Aún así, no querían que su escuela fuera solo de roqueros, sino que estaban abiertos a cualquier influencia que el alumno deseara.
“Para aquel momento grupos como Liverpool y Las Tortugas empezaron a tener muy buena respuesta por parte del público. Ya no solo existía el espectro de salsa y de chiqui chiqui, sino que había gente que se ganaba bastante plata en otros géneros”, rememora Camilo.
“Entonces empezamos a tener alumnos que nos pedían todo tipo de cosas: algunos querían tocar heavy metal, pero otros querían cantar música plancha” agrega Miriam.
Para el año 1997 el profesor Pablo León, quien era tecladista de la banda Inconsciente Colectivo, debió retirarse de la institución. Buscando su reemplazo apareció el multiinstrumentista Héctor Murillo, quien se convirtió en el esposo de Miriam.
“A mí me fascinó descubrir el proyecto”, cuenta Murillo. “Era un reto desarrollar estilos diferentes. No era un conservatorio o una universidad en donde se rechazaba a la gente si no cumplía con ciertos aspectos. Más bien, la idea era ayudarlos a mejorar y aprovecharse del deseo del estudiante. Si el alumno quería convertirse en músico profesional, se le daba herramientas; si era alguien que solo quería pasar un buen rato, pues le ayudábamos a que cantara mejor sus boleros”, explica el profesor.
“A la fecha, esa aproximación tan linda sigue estando”, añade.
Encabezados por el trío de profesores, era usual que cualquiera que caminara cerca de Barrio Luján quisiera asomar su cabeza por la academia. Los profesores se la pasaban tocando con sus estudiantes, riendo y festejando. Eran como pequeñas celebraciones cada vez que un alumno tenía su hora lectiva.
“La gente llegaba a decirnos: ‘me gustaría aprender con ustedes’. Notaban un trato diferente, que la clase era horizontal. Llegaban hijos de amigos que nos decían: ‘no es lo mismo meterlos aquí en comparación con otros lugares’”, rememora Carlos.
Con la ayuda de Héctor Murillo, el dúo se convirtió en un trío de trabajo ingenioso, que pulió su idea gracias a los intercambios con los alumnos. La receta parecía ser una: siempre preguntarle al alumno cómo se sentía y cuáles eran sus anhelos.
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El gran legado de la academia
Miriam, Héctor y Carlos son firmes cuando miran el camino de la Academia de Música Moderna por el retrovisor: cada segundo al lado de un instrumento y un alumno ilusionado ha importado mucho.
Para el trío de músicos, todas las historias en torno al legado de la academia son de alto relieve. Es usual que, cuando alguien quiere ubicar a esta institución, recuerde que de allí han sido formados músicos como Debi Nova, Massimo Hernández, Paul Rubinstein, Marta Ramos y muchísimas figuras más que han marcado pasos importantes en la industria del país.
Pero los profesores subrayan que, todo aquel que ha pasado por sus aulas, no se olvida. “La academia es un lugar para que viva la música”, afirma Miriam.
A los profesores les llena de orgullo que esos nombres sean reconocidos en el país, pero de igual manera distinguen el éxito en el resto de alumnos que son felices desde el anonimato. “Son muchas las personas que han pasado por estas aulas y nunca se le ha dicho a nadie que no puede lograrlo. La gente que ha pasado por aquí es feliz con la música, eso es lo que importa”, agrega.
“Por ejemplo, hay un alumno que es abogado y se gana la vida como abogado. Llega a la casa a tocar música y siente que el mundo es suyo. Para mí eso también es éxito. Es llenador saber que hay gente que, aunque incluso ya no toque el instrumento, haya quedado enamorada de la música para siempre. Para mí eso es éxito también”, comenta Carlos.
“Decir que uno formó a alguien sería decir algo muy inexacto. La formación no es solo la academia. Lo que sí puedo decir, es que nosotros siempre hemos querido que todo alumno cuente con nuestro impulso, con nuestro apoyo”, reafirma el bajista.”, reafirma el bajista.
Camilo recuerda cómo amigos suyos, provenientes de bandas de chiqui chiqui, rock, Tex-Mex e infinidad de géneros, se le acercaron para pedir recomendaciones sobre algún músico. “Me pedían a alguien para alguna presentación, se terminaron llevando bien y terminaron haciendo música juntos. Eso es una maravilla”, aseguró Camilo, notablemente entusiasmado.
Al abrir el baúl de recuerdos, Miriam se emociona también y recuerda: “Aunque no se dediquen a la música todos los alumnos que pasan por aquí, la esperanza es que el día que se vayan de la academia sigan conservando el amor por el arte. Conservar ese amor es lo más grande”.
“Las virtudes de lo que se ha hecho en la academia son muchísimas y uno como profesor ve el fruto y se enorgullece”, agrega Héctor.
A la fecha la academia sigue en pie, siempre en San José y siempre con el mismo ánimo de hacer de la enseñanza de la música algo diferente.
Eso sí, el paso de los años (y una pandemia) los ha hecho reflexionar sobre los cambios que han experimentado.
“Nosotros, entre las cosas que habíamos aportado en el principio, es que nos gustaba invitar cada cierto tiempo a gente para que diera conferencias sobre música. De repente surgió el VHS con videos de ese estilo y luego YouTube. Ya no necesitabas tener a alguien que te hablara de Cerati porque tenías a disposición videos de Cerati. Había que compensar eso de otra forma”, analiza.
“Eso sí, pasa el tiempo y el video que grabó alguien en YouTube no es interactivo. No está la persona para corregirte y para escucharte. No hay comparación. Hay muchas cosas que han cambiado, pero nuestra perspectiva es siempre poder tener esa relación cálida”, asegura.
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La pandemia, por supuesto, golpeó a la academia. “La gente cambió sus formas de ser, se afectó la cuestión económica y nosotros caímos en una pausa inevitable. Sin embargo, siempre contamos con alumnos que nos mantuvieron con las ganas de seguir”, dice Miriam.
Ese apoyo y fidelidad de los estudiantes sostuvo a flote la academia, logrando que pudiera llegar a su cumpleaños número treinta. El instituto entró en modalidades virtuales y, recientemente, logró contar con alumnos en modo presencial.
“La virtualidad era algo que ya veníamos haciendo desde antes. Por ejemplo, tenemos alumnos en Nueva York y Canadá y, antes de la pandemia, uno de esos alumnos vino para un recital. Estuvo practicando con nosotros desde su computadora, vino un día antes a conocernos a todos y se presentó en concierto. Este muchacho sigue en clases y es uno de esos ejemplos, que a uno le da mucha felicidad”, dice con entusiasmo la profesora.
Aunque la situación sanitaria aún es delicada y se evita el contacto físico, el trío de profesores mantiene la fe de poder celebrar su aniversario en grande. Esperan que, para el segundo semestre, puedan festejar en colectivo de la forma en que mejor saben hacerlo: con música.
“Cuando empezamos el proyecto ya estábamos en nuestros treinta. Puede que nos sintiéramos ‘rocos’ en aquel entonces, pero estábamos jóvenes. Ahora puede que sí estemos ‘rocos’, pero nunca hemos dejado de sentirnos como unos carajillos”, finaliza Miriam, soltando las mismas risas que han acompañado a la academia en estas décadas de apasionante recorrido.