
La rutina de Luis Juan Arias Cordero era simple. Trabajaba, visitaba a su familia y, cada día, salía de su apartamento para caminar unos 100 metros hasta la parada de buses, aunque no abordaba el transporte público.
Se sentaba, encendía un cigarrillo, hablaba por teléfono y contemplaba el paso de los carros. Era su momento de ocio, la única manera de escapar del trajín diario. Así lo hizo el 3 de abril de 2022, pero aquella tarde fue distinto.
Dos vehículos se detuvieron en la parada y varios hombres descendieron. A Luis Juan lo subieron a la fuerza a uno de los carros y atrás quedó solo el silencio, que se extendió hasta su apartamento.
Tras esa puerta cerrada, sobre la cama, el joven dejó una mudada lista: un pantalón, una camisa y los zapatos que planeaba ponerse para salir en la noche. Congelado en el tiempo, así lo hallaron sus hermanas y sus primos dos días más tarde, cuando acudieron a buscarlo.
Hoy nadie sigue sus huellas. El 4 de octubre del mismo año, el Organismo de Investigación Judicial (OIJ) presentó un informe a la Fiscalía de Atenas y dicha entidad archivó la causa. Sus familiares aprendieron a vivir con el peso de su ausencia y, aunque anhelan su regreso, ya no saben dónde indagar.
“Para nosotros es como que él haya muerto, pero el cuerpo nunca apareció”, contó su primo, Ruddy Centeno, en una conversación con La Nación.
¿Qué pasó con Luis Juan? Más de tres años después, la pregunta inquieta a su allegados, aún sin respuestas, pero con múltiples teorías.
“Alguien tenía que conocer la rutina”
Ese domingo de abril, Luis salió de su apartamento, que comenzó a alquilar a inicios de 2022, en Río Grande de Atenas. Partió hacia el parque Palmares, en el centro de Alajuela y allí se encontró con una amiga suya, integrante de un grupo que brinda ayuda a personas en situación de calle. Pasó la mañana repartiendo alimentos.
Por la tarde, sus amigos lo dejaron en casa y, como de costumbre, salió a la parada de buses ubicada en el cruce de Río Grande, un punto concurrido donde confluyen las rutas hacia Atenas, La Garita y Escobal. A pesar del tránsito, el lugar mantiene su esencia rural.
Estuvo fumando y hablando por teléfono, hasta que, a eso de las 6 p. m., fue interceptado. “Alguien tenía que conocer la rutina”, dice Ruddy.
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No se conocen más detalles de lo que ocurrió esa tarde. No se sabe si Luis conocía a alguno de los hombres, si mediaron palabra o si esperaba a alguien.
En el lugar no hay cámaras de seguridad ni forma de rastrear a los sospechosos. Fue el testimonio de una vecina, quien presenció en silencio desde la ventana de su casa cómo se llevaron al joven, lo que permitió reconstruir los últimos segundos que se vio a Luis con vida.

La mujer no intervino, tampoco alertó a las autoridades, en apariencia, por temor a sufrir represalias y, desde ese momento, la familia de Luis perdió todo contacto con él. La preocupación se agudizó la mañana siguiente, cuando seguían sin noticias de su paradero.
“Nosotros después anduvimos caminando por todo lado. Desde Atenas centro hacia Escobal, porque ahí hay una calle muy sola. Anduvimos por Río Grande, Los Ángeles, buscando, preguntando, viendo casas para ver si un carro pasaba en ciertos horarios”, comentó Ruddy.
“Hicimos todo lo que pudimos para tener más señales y todo fue en vano”, añadió.
“No vivía con cualquier persona”
Luis tenía 28 años cuando se perdió su rastro. Entonces estaba emprendiendo con su propio negocio de reparaciones de electrodomésticos y ofrecía servicios de construcción. “Lo veía todo el día sucio y era porque andaba en eso, trabajando”, recuerda su primo.
Poco antes de su desaparición había superado una relación de nueve años con una joven que conoció en el colegio, poco antes de que decidiera dejar sus estudios para comenzar sus propios proyectos.
“Tuvo un tiempo de crisis muy fuerte, sufrió mucho. Estaba ya realizado porque se sentía nuevamente con energía para seguir adelante”, contó.
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Ruddy lo conocía bien. Ambos crecieron juntos bajo la tutela de sus abuelos, después de que el padre de Luis fue asesinado en su trabajo, y su madre batallara con una enfermedad mental, hace 31 años. Luis apenas comenzaba a dar sus primeros pasos, y junto a sus tres hermanas mayores vivió rodeado del resto de sus primos.
Era, ante todo, un hombre de sueños, recuerda Ruddy. Trabajador y generoso, cometía errores como cualquier joven, pero su esencia siempre fue noble y su confianza en los demás, a menudo, no tenía límites.
Para Ruddy, fue precisamente su personalidad la que lo llevó a tomar decisiones que podrían explicar su ausencia.
Poco antes de que se perdiera su rastro, Luis buscó a un compañero de cuarto que, además de ayudar a pagar el alquiler, le tendiera una mano en el trabajo. Así dio con un hombre por medio de Facebook, un completo desconocido, cuyos antecedentes se conocieron hasta después de ese domingo de abril.

“Él no vivía con cualquier persona”, dijo un agente del OIJ a la familia, pocos meses después de la desaparición. En apariencia, en su expediente pesaban antecedentes de robo, fraude, tentativa de homicidio y abandonó el apartamento que compartía con Luis luego de que se perdió su rastro.
Además, recuerda Ruddy, sus familiares se enteraron de que Luis había solicitado préstamos “gota a gota”, conocidos por sus modalidades extorsivas, exorbitantes intereses, amenazas y violencia, para financiar herramientas para su negocio y cubrir sus necesidades.
“No fue una persona que en su vida haya practicado actividades delictivas, pero sí creemos que fue influenciado por la persona con la que él vivía”, afirmó el primo.
Según la información obtenida por la familia, el joven incluso recibió una llamada amenazante por parte del propietario de un negocio en Atenas, a quien, en apariencia, le habría sustraído un bien en un intento por saldar una de sus deudas.
Pese a ello, afirma Ruddy, las autoridades judiciales no tomaron el caso con seriedad y fue la familia quien tuvo que atar cabos e indagar para generar sus propias hipótesis. Los agentes, dice, prestaron poca atención a la llamada que recibió el joven y también al hombre con quien compartió vivienda.
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“Totalmente decepcionados, es un sentir de la familia, es el sentir de muchos costarricenses, porque yo sé que no es la primera ni la única persona que se ha desaparecido y que las autoridades se han desentendido”, fustigó el primo.
Por su parte, la Policía Judicial indicó a La Nación que los casos por desapariciones no se dejan de investigar y solo se trata de un cierre administrativo en el sistema, por lo que, si ingresara información nueva relacionada con el caso, se procesaría, se verificaría, o bien, se descartaría.
Para la familia; sin embargo, los esfuerzos se detuvieron y no parece haber nueva información que permita dar con Luis. Otros allegados fallecieron con la incógnita. Su abuelo, con quien el joven mantuvo un fuerte vínculo desde la niñez, murió un mes antes de que se cumpliera un año de la desaparición.
“Eso a mi abuelo lo terminó de deteriorar, por supuesto. Murió con la pregunta, ¿dónde está Luis Juan? ¿Por qué nadie lo ayudó?”, rememoró Ruddy.
