En menos de cuatro años, la actividad eruptiva del volcán Turrialba generó suficiente sedimento, piedras y ceniza para cubrir el cráter inactivo del coloso y dar paso a una laguna meteórica, formada por las lluvias acumuladas.
Esta modificación en la geografía del macizo volcánico ha sido constante desde que el Turrialba aumentó su actividad en octubre del 2014 y ahora es mucho más evidente.

El vulcanólogo Eliécer Duarte, del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Costa Rica (Ovsicori) estuvo el 7 de febrero en la cima y constató que un canal o cárcava que en el 2014 era un pequeño caño, por el que bajaba un hilo lodoso, ahora es un canal de más de dos metros de profundidad que aporta grandes cantidades de sedimentos.
Además, la erosión constante, unida a las lluvias fuertes registradas meses atrás, formaron una enorme laguna de 120 metros de diámetro, que no existía cuando se cerró el acceso al mirador de ese volcán en el 2013.

El científico estima que en la próxima estación lluviosa la laguna colmará el cráter y, a menos que surjan procesos sísmicos que generen grietas, la cavidad de ese cráter va a desaparecer, para dar paso a una caldera más plana de lo que ahora es.
“Es esperable ver un lago desbordado en los meses más lluviosos de este mismo año”, comentó.
Incluso, las secciones al pie del cráter activo (al oeste) se podrían ver inundadas por el lago, que extendería así el espejo de agua color esmeralda que actualmente se observa, y que sería un gran atractivo cuando se apague la actividad eruptiva y se vuelva a abrir el acceso.

Como la caldera del volcán tiene unos 800 metros de largo y unos 300 de ancho, el vulcanólogo descartó amenazas a poblados cercanos por desbordamiento a ríos o quebradas, de modo que los cambios registrados en esa cima son meramente paisajísticos.
Esa cavidad estuvo abierta por muchísimos años y hubiera seguido así de no ser por la actividad eruptiva de los útimos tres años y medio.
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Duarte registró fotos tomadas el 9 de julio del 2010, donde apenas se nota la figura humana de su colega ya pensionado, Erick Fernández, en el borde del volcán (primera imagen de este artículo), lo que da una idea de la magnitud del relleno caído y que sostiene la laguna, cuya boca es de unos 120 metros y 10 de profundidad.

