Caía la tarde del viernes 13 de mayo del 2011. Era temporada de lluvia y el cielo ya estaba oscuro a las 4:47 p. m. cuando un temblor de 5,9 grados, con epicentro en Puriscal, inquietó a los vecinos de la Gran Área Metropolitana.
En ese momento, en Caballo Blanco, en Dulce Nombre de Cartago, Josué Solís Pérez, un adolescente de 15 años y 7 meses, se alistaba para ir a una fiesta en Llanos de Santa Lucía, en Paraíso.
Se cambió de ropa y salió de la casa. Nadie lo volvió a ver.
La fiesta había sido organizada por un vecino, un joven que apenas conocía, pero con quien había hecho amistad desde su llegada reciente al barrio Caballo Blanco.
“Josué dijo que iba un rato y que después volvía. Estaba muy cerca de la casa, menos de un kilómetro”, recuerda su hermana, Karol Solís Páez, en entrevista con La Nación. “Lo último que supimos es que en medio de la fiesta dijo que ya venía, pero nunca regresó. Desde entonces, nada”.
El trayecto que debía recorrer Josué era corto, pero solitario. En aquel momento, había muchas zonas despobladas entre Los Llanos y La Laguna, donde vivía su familia.
“La calle era muy oscura. Se podía ir por la principal o por un atajo detrás del Campo Ayala, pero por ahí casi no había casas. Hoy está urbanizado, pero en ese entonces daba miedo caminar por ahí solo”, relató.

Cuando pasaron las primeras horas y Josué no volvió, la familia pensó que podía haberse quedado en casa de alguien o incluso que, por vergüenza, prefería no regresar de inmediato. Pero cinco días después, al no tener noticias, decidieron acudir al Organismo de Investigación Judicial (OIJ) para denunciar formalmente la desaparición.
“Desde ese mismo día comenzamos a empapelar Paraíso y todo Cartago con su foto. Íbamos a los comercios, a los pequeños negocios, a la calle. Jamás hubo una pista”, cuenta Karol.
El caso rápidamente se convirtió en un rompecabezas para las autoridades. “El OIJ siempre decía que era un caso muy extraño, que no había ni buenas noticias ni malas. Nada. Era como si se lo hubiera tragado la tierra”, comenta Karol.
Este es uno de esos escasos expedientes de personas desaparecidas que permanecen sin resolución. En el 2023 se reportaron 2.177 menores desaparecidos y en el 2024 fueron 2.524. Según las estadísticas del Organismo de Investigación Judicial, el 99,9% de los casos denunciados, se resuelven.
El de Josué, después de 5.161 días, sigue siendo un misterio.
Vecino cambió la versión
Uno de los aspectos que más perturba a la familia hasta hoy es la conducta del joven que llevó a Josué a la fiesta. Según Karol, este vecino cambió su versión de los hechos varias veces. “Primero dijo que no sabía nada, después que Josué se había ido con una güila, luego que ni siquiera lo había invitado. Cambió la historia como tres veces. Pero el OIJ no sé si fue que no le tomó importancia; no se le investigó a fondo”, cuestiona.
Josué apenas tenía un mes de haber llegado a vivir a Cartago, luego de pasar la mayor parte de su vida en Desamparados, San José, donde vivía con su hermano mayor. Según su familia, en Cartago no tenía muchos amigos ni era una persona extrovertida. Era reservado y poco expresivo con sus emociones.
“Él se fue a Cartago porque no le gustaba estudiar. Mi hermano mayor lo tenía trabajando con él en construcción. Era un muchacho tranquilo, no se metía con nadie. En ‘Desampa’ tampoco tuvo problemas. Era como cualquier otro adolescente”, asegura Karol.
Pasaron los años sin novedades. La última publicación oficial del OIJ sobre el caso fue el 16 de setiembre del 2013, cuando ya Josué habría cumplido 18 años. La entidad solicitó ayuda ciudadana para dar con su paradero e incluyó una descripción física y de vestimenta: camisa blanca, pantalón corto beige, gorra plateada, un piercing en el labio inferior y un tatuaje tipo alas en uno de sus muslos.

Esa fue la última vez que su nombre apareció en la web oficial del OIJ.
Años después, la familia recibió una noticia desalentadora.
“Hace como cuatro años me llamaron para decirme que el caso se iba al archivo. Eso quiere decir que no se cierra, pero que ya no hay un investigador a cargo. Solo se reactiva si aparece un cuerpo con características similares”, explica Karol.
La desaparición de Josué dejó una herida abierta en su familia. Su madre Liliam Paez, ya fallecida, nunca dejó de creer que algún día su hijo regresaría. “Ella se aferró mucho a Dios. Siempre decía que para ella, su hijo estaba vivo. Nunca dejó de esperarlo”, recuerda Karol conmovida.
Pero tras la muerte de doña Liliam Páez, hablar de Josué se convirtió en un tema menos doloroso dentro del hogar.
“Desde que murió mi mamá, se habla menos del tema. Pero entre hermanas decimos lo mismo: que algo grave tuvo que haber pasado para que él no volviera jamás. Pero, mientras no haya un cuerpo, uno siempre guarda una esperanza”, afirma.
Josué Solís Páez tendría hoy 29 años. Su historia es una más en una lista de personas desaparecidas en Costa Rica cuyas familias siguen esperando respuestas. En este caso, no hubo rastros, ni testigos, ni hipótesis oficiales claras. Solo un dolor profundo y la incertidumbre de no saber qué ocurrió.

“Lo más duro es que uno no puede cerrar el ciclo. No puede hacer duelo porque no sabe. Uno no sabe si está vivo, si lo mataron, si se fue… nada”, concluye su hermana.
‘Siempre hay un vínculo cercano’
El director del OIJ, Randall Zúñiga, fue claro en una entrevista en mayo del año pasado: el 99% de las desapariciones que se investigan en Costa Rica involucran a alguien del círculo cercano de la víctima.
Según el jerarca, “siempre va a haber un denominador común: un vínculo familiar, laboral, vecinal o de amistad que influye directamente en el motivo de la desaparición”. Por esta razón, dijo, el OIJ no puede revelar información a los parientes, ya que —sin saberlo— podrían estar relacionados o entorpecer las diligencias judiciales.
Esto podría generar frustración en muchos familiares que siguen esperando noticias de sus seres queridos sin respuestas concretas, como en el caso de Josué Solís Páez.
Casos recientes reflejan esta misma incertidumbre. Uno de ellos es el de Nancy Margot Chacón Jiménez, una madre soltera y emprendedora de 42 años, quien desapareció el 24 de marzo del 2024 en La Fortuna de San Carlos. Aquella noche, Nancy dejó a sus tres hijas al cuidado de una niñera para asistir a un baile, donde fue vista por última vez acompañada de un hombre.
Desde entonces, no se volvió a saber de ella. Su vehículo fue localizado meses después. Su hermano, Alejandro Chacón, asegura haber recibido una versión no oficial de que a Nancy “le pasó lo mismo que a los primos Barboza”, dos hombres asesinados y enterrados clandestinamente tras una noche en un bar de Heredia.
Otro caso que aún no tiene resolución es el de Mauricio Chavarría Velásquez, un joven de 33 años, vecino de San Ramón de Alajuela, quien desapareció el 20 de marzo del 2025 tras salir en su carro BMW gris claro (placa CBD 702) a trabajar como conductor de una plataforma digital. Ese día trasladó primero a una mujer y luego, según el OIJ, a un hombre con rumbo hacia Esparza.
Fue una de las últimas personas que lo vio con vida. Semanas después, un carro calcinado con características similares al suyo fue encontrado cerca del río Barranca, en San Jerónimo de Esparza. A pesar de las coincidencias, no se ha podido confirmar que se trata del mismo vehículo, ya que el número de identificación vehicular (VIN) fue removido deliberadamente.
La incertidumbre también arropa a la familia de Jessie Álvarez Amador, una joven madre de 25 años, estilista de profesión y vecina de Finca San Juan de Pavas. Jessie desapareció el pasado 10 de mayo de 2025, luego de recibir varias llamadas que la pusieron visiblemente nerviosa, según relató su familia.
Fue vista por última vez abordando un vehículo negro no identificado en la zona de Aserrí. Desde entonces, no ha habido rastros. Su pequeño hijo, de apenas seis años, sigue preguntando por ella, sin entender por qué no ha regresado. El subdirector del OIJ, Michael Soto, confirmó que ese cantón josefino fue el último punto donde fue vista.
Si usted tiene información sobre la desaparición de Josué Solís Páez y estas otras personas, puede comunicarse de forma confidencial con el OIJ al número 800-8000-645 o acudir a la oficina del OIJ más cercana.
