
Cuando el cinematógrafo corría a 24 cuadros por segundo, los orfebres de las filmotecas eran puntillosos artesanos que reparaban los fotogramas de la cinta interminable, y trataban cada película como a un paciente en el quirófano. Doblados sobre la mesa de trabajo, con navaja, empalmadora y, sobre todo, vocación y paciencia, “cirujanos” de nitrato y celuloide, los filmotecarios se afanaban en la restauración del filme, mientras el olor del pegamento inundaba el habitáculo que ocupaban y los convertía en adictos de la fábrica de sueños.
En aquella época, el truco del cine era mágico, pero fácil de explicar. Obedecía a la persistencia retiniana, característica del ojo humano que mantiene la imagen en el cerebro por unos instantes, y provoca un traslape que genera en pantalla la sensación del movimiento, como en la vida real.
Así revelábamos los profesores de apreciación cinematográfica a los estudiantes de los años ochenta en las aulas de estudios generales, en el pretil o en la soda Guevara, el secreto de los 24 cuadros por segundo, hasta que la nueva tecnología echó por tierra nuestra teoría y tornó indescifrable el quid de la imagen por impulsos electromagnéticos y otras yerbas cibernéticas. Desde entonces, los rollos de nitrato y celuloide, los carretes, las empalmadoras, los sacos de películas y los proyectores de 16 y 35 mm pasaron a ser piezas de museo y, nosotros, los cinéfilos de carne y hueso, fantasmas en las filmotecas y en las cabinas de proyección.
En Costa Rica subsiste uno de esos míticos personajes de “corte y confección” cinematográfica.
Es un hombre noble y profesional, discreto, con una bondad campesina que le caracteriza desde que apareció en 1982 en el Centro Costarricense de Producción Cinematográfica. Se llama William Miranda Bogantes. Me tocó a mí enseñarle a operar el proyector de 16 mm para que se entretuviera, mientras oficiaba de vigilante en la casa histórica del Centro de Cine.
Mas, el joven guarda se entusiasmó tanto con su “juguete nuevo” que rápidamente ascendió a filmotecario y, gracias a sus deseos de superación, llegó a ser un avezado restaurador cinematográfico, de los pocos de la especialidad en América Latina.
LEA MÁS: Tinta Fresca: El poder de mis tetas
En 1995, Miranda integró el equipo interdisciplinario compuesto por artífices de España y México que restauró y volvió a exhibir El Retorno (1930), primer largometraje argumental de Costa Rica. Luego, un buen día del 2001, nuestro ratón de filmoteca recibió una llamada telefónica de radio Columbia. En la oficina de don Rolando Alfaro, hijo de don Carlos Alfaro Mac Adam, familia propietaria de la cadena de emisoras Columbia, había aparecido una gruesa cinta que nadie sabía qué contenía.
Sin dilación, el filmotecario se desplazó a la radioemisora. Comprobó que se trataba, casi nada, de una copia de la película Elvira. Gentilmente, don Rolando Alfaro la donó al Centro de Cine, Miranda procedió a su restauración y el feliz hallazgo y rescate del segundo filme de ficción en nuestra historia (1955) se reestrenó con gran pompa en una función especial de la Décima Muestra de Cine y Video Costarricense, 2001, en el cine Variedades.
Producida por Alfaro Mac Adam y dirigida por el mexicano Alfonso Patiño Gómez, la película en blanco y negro se había estrenado originalmente en el cine Raventós. Con la actuación estelar de José Tasies (Alberto) y Maritza Urbano (Elvira), es la primera producción nacional que muestra un beso de amor con la técnica del cine. Hábilmente instruidos por Max Liszt, director de fotografía, José y Maritza acercan sus labios y eternizan el romántico instante en la gran pantalla.
Coincidentemente con el hallazgo de Elvira, en el proceso investigativo de su libro El Espejo Imposible (2002), María Lourdes Cortés Pacheco localizó a doña Maritza, circunstancia que aprovechamos en el 2004 para reunir a la pareja en el programa Lunes de Cinemateca, espacio televisivo sobre cine nacional, ocasión en la que Tasies y Urbano desgranaron sus recuerdos de la producción.
José Tasies (1926-2013) poseía experiencia en las tablas. Era amigo y colaborador del señor Alfaro Mac Adam. Además, Tasies desarrolló una fructífera labor en la radio universitaria. Maritza Urbano era candidata en un concurso de belleza y su hermosura motivó la escogencia.
Hoy, doña Maritza es una noble señora quien conserva en la sonrisa la luz de su estoicismo. En los últimos años su movilidad se ha visto seriamente afectada. Francesca King es el ángel terrenal de su madre, un amor filial que refuerza un grupo de artistas y personajes de la cultura.
Unidos en la campaña Un beso, una silla, persiguen el noble objetivo de recaudar fondos económicos para adquirir una silla especializada que permita a la señora Urbano vivir sus días otoñales con alguna comodidad, de manera que, si usted adquiere una entrada para la proyección especial de Elvira en la Sala Garbo, podrá contribuir con esta causa humanitaria, el próximo sábado 15 de febrero, en la función de siete de la noche.
Tiempo, vivencia y rodaje. Así como un insigne trabajador del cine nacional rescató el primer filme sonoro costarricense, usted podrá apreciar en pantalla la eterna juventud de Elvira, heroína de la película, y apoyar con su boleto la causa a favor de doña Maritza Urbano, una entrañable dama de la vida real.