Un año fue el tiempo que se dio Kenneth a sí mismo, doce meses para averiguar cuán lejos lo podrían llevar sus sueños.
Para ese momento, él ya sabía cómo era ser perseguido por la policía por las calles de Cartago, trabajar los fines de semana y que sus amigos lo hicieran a un lado por no vestir con las camisas más chivas con tal de poder comprar los repuestos de su bici. Pero también conocía la sensación de brillar con cada truco en las competencias y estaba seguro de querer transformar su hobby en una carrera.
Con la madurez que lo diferenciaba de la mayoría de los muchachos de 16 años, él tenía claro que dicho camino podía salir muy bien, o no funcionar del todo. Entonces ideó un plan B, pidió la bendición de sus papás y se lanzó a entrenar día y noche en busca de su meta.
Diez años después, la vida le dio la razón al chiquillo que solía llegar a casa lleno de raspones y con los zapatos gastados, quien a sus 27 años hizo a los ticos contener la respiración la noche del 31 de julio del 2021, cuando ganó el cuarto lugar en el debut del BMX Freestyle en los Juegos Olímpicos de Tokio.
“Yo no sé cómo pasó, pero funcionó. Funcionó el hecho simplemente de soñar y pensar que sí lo iba a lograr, y hoy por hoy todo lo que tengo, todo ha sido a punta de bicicleta”, dice Kenneth Tencio Esquivel, sonriente, cuatro meses después, la mañana de un martes en el parque de entrenamiento que él mismo se contruyó, en Jacó.
Bien hiperactivo
Quedarse quieto nunca se le ha dado a Kenneth. Si no está entrenando está corriendo, acompañando a su esposa a surfear, arreglando el jardín o trabajando en el gallinero que hizo en su casa, donde algún día le gustaría tener vacas también.
De chiquillo se le veía subiéndose a los árboles donde sus tías, en Turrialba, o jugando en la calle y quebrando los adornos de doña Dunia, su mamá, en Cartago. Pasó por todos los deportes: atletismo, fútbol, baloncesto… pero andar rodando sí que siempre fue lo suyo y una foto en la que sale sentado en la bici y con chupeta lo prueba.
Todo comenzó en el play al que doña Dunia lo llevaba a pedalear desde pequeño. Las interminables horas de practicar trucos y llenarse de raspones empezaron después de ir a ver una competencia de BMX a la que lo invitaron sus amigos.
“Cuando llegué los vi y dije ‘wow, es lo que quiero hacer’”, recuerda Kenneth. Los parques de Cartago lo vieron crecer, del niño que salía a pedalear después de la escuela al adolescente que luego de salir del colegio pasaba horas practicando trucos fuera de casa.
Durante esos años, las gradas de la iglesia de María Auxiliadora y de la plazoleta de la Basílica de los Ángeles presenciaron los primeros pasos de Kenneth Tencio Esquivel, futuro atleta olímpico. Pero eso no fue lo que en su momento vieron los policías.
“Me hace gracia porque a uno lo perseguían literal como si fuera un delincuente. Yo me acuerdo que estábamos en el parque y bajaban contra vía, así, cuatro maes en moto, dos perreras, maes en bicicleta y nos hacían una persecución… Claro, uno era jugadísimo y se subía en las gradas y todo montado en la bici. De las que costaba escaparse a veces era de las motos, pero en general uno se la jugaba y se escapaba”.
Una de esas veces estaba sentado en el piso de las Ruinas, viendo a sus amigos saltar.
“El que nada debe, nada teme”, pensó. Pero al señor de la Fuerza Pública no le importó. De nada sirvió que Kenneth le explicara que al día siguiente viajaba a Chile a competir. La bici se fue para la delegación y el muchacho se devolvió a la casa a armar una nueva.
Como a cualquier otra mamá, a doña Dunia le daba miedo que su hijo se fuera tantas horas a practicar con gente mayor. Pero ella y don Danilo Tencio también veían cómo Kenneth sacaba buenas notas, al tiempo que se ganaba la plata para arreglar la bici recolectando chatarra y trabajando en el puesto de embutidos del mercado. Por eso, cuando su hijo se graduó del colegio y les dijo que quería dedicarse a la bici —mientras iba sacando un curso de inglés, por aquello— , ellos lo entendieron y confiaron.
“Yo hasta le expliqué a mi mamá. Le dije, vea, denme chance, voy a darme este año para la bicicleta y si no me va bien empiezo a estudiar el otro año y ya. Yo tenía un sueño, entonces dije ‘me voy a aferrar al sueño a ver si lo logro hacer real’”.
‘Mae, aquí no te vas a caer’
A Kenneth le preguntan todo el tiempo si no le da miedo practicar un deporte tan riesgoso. Y él responde que sí, siempre. Aunque el miedo no lo ve como algo malo.
“No es que el miedo desaparece, sino que con la práctica uno gana confianza de que sí lo puede hacer. El miedo es una herramienta para saber, bueno diay, si tenés miedo es porque tu cuerpo te está diciendo que estás en peligro de que te golpeés o que te pase algo, entonces uno toma esa herramienta para decir: ‘ok, tengo que cuidarme’, o no, ‘tengo que confiar en lo que he hecho antes’”, explicó el rider.
Pero Kenneth se pone más serio al advertir que hay una diferencia muy grande entre la confianza y demasiada confianza, que lleva a la gente “corajuda” y tonta a ponerse en riesgo intentando cosas para las que no está preparada.
“Uno tiene que encontrar un nivel medio entre la locura y el coraje”, dice Kenneth.
Ahí, en ese punto de equilibrio, preparó la estrategia que ejecutó frente al mundo durante la presentación final de la competencia de BMX, en Tokio.
“En competencias muy importantes me ha pasado que me he caído y lo único que me pasaba por la mente es: ‘mae, aquí no te vas a caer’. Les voy a ser sincero, yo pude haber arriesgado más, pude haber peleado una medalla de oro, pero lo que no quería era caerme. Yo decía, mae, si yo me caigo, yo me voy a ir de aquí con una vara para Costa Rica, con una vara que psicológicamente no lo voy a superar nunca. Entonces yo dije, ‘mae, tengo que hacer lo mejor que yo pueda hacer, pero de la manera más limpia’, y eso fue en lo que me enfoqué”, recordó Kenneth.
Ahora, ya en frío, sigue creyendo que fue la decisión correcta. Porque logró fluir como el agua. Porque no se cayó. Porque la rutina le salió incluso mejor de lo que esperaba. Pero, además, porque cuando se vio en la cima de las rampas del parque de Ariake, lo llenó una calma que nunca antes había sentido en una competencia.
“Yo estaba ahí y vi las rampas, incluso las puedo ver aquí, ahorita. Y dije: ‘Ok, ya planifiqué mi línea, ya hice la tarea para el examen y no tengo por qué estar preocupado, si todos los trucos que voy a hacer los practiqué miles de veces, ¿por qué voy a temer en este momento?’. Yo dije: ‘No mae, tenés que confiar y es momento de brillar, vamos a darle’. Y pensaba en todo momento en mi mamá, en mi esposa y en toda la gente de acá que está confiando en mí, hasta cuando a mí me cuesta confiar en mí.
“Siento que todo el camino fue tan duro que tenía que encontrar un momento en el que dijera: ‘Mae, esto es para mí, lo tengo que disfrutar’. Y fue ahí, fue ahí. Eso fue lo más cool, que yo dije: este es mi momento de paz”.
‘La medalla no me importó’
Kenneth regresó a casa, en Jacó, con su diploma olímpico en la maleta, a retomar su vida tal como la dejó antes de tomar el vuelo a Tokio. Todo está igual, pero a la vez todo es diferente.
“Es curioso porque yo siempre escuché que uno regresaba y estaba ese momento medio depresivo y vieras que es real, porque uno llega de un momento demasiado activo, en el que entrenás todos los días, tenés un programa, revisás el ranking y estás en ese periodo por dos años. Y es como que uno llega, participa y es todo el boom, y termina”.
Kenneth recién cumplió los 28 años, este 6 de diciembre, y por un lado quiere descansar un poco, pero por otro, desea aprovechar todas las oportunidades que se le abrieron al consolidarse como un atleta olímpico. También tiene pendiente trasladar su parque de entrenamiento, en Jacó, porque del lugar en el que está ahorita debe salir en abril y aún no tiene el dinero que necesita para construir el nuevo centro.
Pero ese obstáculo sabe que, de alguna manera, también lo resolverá. Dice que esa determinación la aprendió de su papá, a quien de niño vio hacer hasta lo imposible por sacar a su familia adelante con el negocio de rótulos que tanto lo apasionaba.
Kenneth se siente orgulloso de saber que todo lo que soñó de niño lo ha alcanzado con fe y trabajo duro. En Tokio, la medalla olímpica se le escapó por poco, pero obtuvo otras victorias que, para él, significan aún más.
“La medalla no me importó. Uno siempre se concentra en la medalla, pero al final eso no es lo más importante, es el impacto que pueda tener en el deporte. Mae y volver a Costa Rica y ver la respuesta que tiene la gente por mi participación, mae a seguirle poniendo, porque la idea es traer más niños a los deportes y seguir generando impacto. Ya que no tenemos ejército aprovechar y que enfoquen más recursos para los atletas, porque sea como sea mucha gente a partir de mi participación se puso feliz y eso para mí fue algo grandioso. Yo dije: ‘Mae, que tuanis que lo que yo hice hizo sonreír a alguien. Eso me llena más que cualquier otra cosa”.