Dicen que los momentos difíciles forjan el carácter y superarlos es una manera de entrenarse para nuevas adversidades. Porque la vida no pone a las personas a elegir si prefieren crecer en un barrio marginal, donde abundan los crímenes y las drogas, o en un vecindario seguro, sin armas ni peligro. La vida no pregunta, solo pone a algunas personas en situaciones críticas desde muy temprana edad. ¿Quién elegiría defender a su madre a los 6 años de edad de los golpes de su padre? Nadie. Tampoco verse solo en una cancha de fútbol, sin papás en las graderías para celebrar con ellos un gol, mientras todos los demás niños están bien acompañados. Nadie tampoco elegiría crecer con amigos que al poco tiempo se irían al cementerio o a la cárcel.
Johan Venegas no escogió vivir una infancia terrible. Pero sí decidió que su pasado no definiría su futuro. El hoy jugador del Deportivo Saprissa y de la Selección Nacional vivió en este 2018 uno de los años más exitosos de su carrera. Llegó a Saprissa en diciembre del 2017 para ser titular, goleador (marcó 5 goles el torneo pasado y es el goleador del equipo en este torneo con 9 anotaciones) y campeón, y cumplió el sueño de todo niño que corre tras un balón: jugar una Copa del Mundo.
Fue un año positivo para Johan Venegas, a pesar de las críticas que recibió de un grupo de personas que consideraron mediocre su participación en el Mundial de Rusia. Personas que, por cierto, realmente no lo conocen. Porque más allá de su esposa, Kimberly Murillo, y el menor de sus dos hijos, Eythan, con quienes vive en Belén, muy pocos saben realmente quién es este futbolista, quien cumplió sus 30 años el pasado 27 de noviembre.
Sus padres, sus hermanos y un selecto grupo de amigos sí que lo conocen, pero de ahí en fuera los fanáticos del fútbol lo único que manejan, probablemente, es que Venegas jugó en Santos, Barrio México, Puntarenas, Alajuelense y Saprissa. Que fue legionario cuando estuvo en el Montreal Impact y en el Minnesota United. Que su llegada a Saprissa dio mucho de qué hablar, incluso en el camerino rojinegro, y que juega como centrodelantero, volante y extremo.
Pero eso es solo una pequeña y reciente parte de la historia de Johan Alberto.
Dosis de amor
La dura infancia que vivió Johan en su natal Limón tuvo dos etapas: primero viviendo con sus padres, Luis y Rita, en barrio Paniagua, en Limoncito; y tiempo después en Atlántida, en Envaco, junto a su mamá, su padrastro Juan y sus hermanos Luis Alberto, Toni, Fabricio y Melanie. Superar las secuelas de lo vivido en esa época le tomó años.
“No crecer con un papá golpeó muchas áreas de mi vida (...). Viví como hasta los 7 años con mi papá. Creo que él era un buen hombre. Siempre trató de darnos lo mejor, pero, lastimosamente, cayó en el alcoholismo y en la drogadicción, y eso, poco a poco, lo fue destruyendo y nosotros lo perdimos todo. Nunca tuve esa infancia que todo niño debería tener, de tener amigos, salir a jugar, salir con la familia a hacer picnic. Ese tipo de cosas nunca las tuve. Siempre vivimos con temor y miedo de que mi papá nos hiciera algo”, cuenta Venegas, sin rencor. Añade que hace al menos dos años que no sabe de su progenitor, pero aún lo sigue buscando con la esperanza de recuperar la relación.
Hubo muchos momentos duros. Como las noches en las que él, al ser el mayor de los cinco hermanos, intentaba defender a su mamá de las agresiones de su papá y terminaba recibiendo los golpes. O como el día que su padre, drogado, intentó asesinar a su familia. Todo esto incidió en que Johan creciera con inseguridades y dudas, como una casa que se construye sin cimientos fuertes. Y durante muchos años cargó con eso hasta que el fútbol, que por suerte nunca dejó, lo impulsó a salir adelante.
Porque a pesar del ambiente en el que se crió, del sufrimiento familiar y la elección de malas amistades, el fútbol siempre estuvo ahí. Y fue justamente su amor por este deporte el que le permitió superar, en silencio, las pruebas que la vida le arrojaba, una tras otra.
El primer día del resto de su vida empezó con su llegada a Guápiles, para jugar con Santos. En esa época, con 18 años, no solamente inició su carrera como futbolista profesional.
“Cuando llegué a Guápiles conocí un lugar que se llama Dosis de Amor, donde hice grandes amigos, hermanos que me enseñaron el camino de luz que debía seguir. En ese momento conocí a Dios verdaderamente y después de ahí fue un cambio rotundo”, explica Johan, quien es padre de dos niños, Matías, de 8 años, y Eythan, de 1 año y 9 meses.
“Tener a Dios en mi vida me ha dado ese amor de papá que no tuve, ese amor de familia. Él ha llenado todos esos vacíos que tenía y sanó esas áreas de mi vida que fueron golpeadas. Ha sido un proceso, no quiere decir que uno conoce a Dios y todo se arregla, que todo es de maravilla. No, es un proceso”, agrega con sensatez.
En su nueva vida hay sueños cumplidos y otros por alcanzar, como continuar con sus estudios, pues aunque culminó el colegio, todavía no ha ingresado a la universidad. Cuenta que le gustaría estudiar algo que le permita mezclar su pasión por el deporte y su deseo de ayudar a niños que viven en riesgo social. Niños como él.
Balance
Su dura infancia y su relación con Dios son las razones por las cuales, al hacer un balance, para Johan el 2018 no puede ser menos que positivo. Hoy comprende que cada momento difícil que pasó es una lección para afrontar nuevos retos o adversidades. Al final todo es un ciclo, de altos y bajos.
Y en su balance, aunque positivo, el jugador menciona situaciones adversas relacionadas, especialmente, con su trabajo con la Selección Nacional.
“Una situación adversa fue cuando regresamos del Mundial y unos periodistas agredieron a mi esposa, a mi suegra y golpearon a mi hijo en el aeropuerto (...). Y todo lo que se habló de mí después del mundial. Fui el blanco de las críticas. Pero al final superé esos momentos, mi familia me dio la fuerza y Dios puso todo en su lugar”, recuerda con la serenidad que no tuvo a finales de junio, cuando después de Rusia 2018 se desahogó en redes sociales con una carta dirigida a la prensa y a la afición.
¿Considera injusto haber sido el blanco de la crítica?
La crítica bien hecha, con argumentos, nunca es injusta, pero hay fanáticos y periodistas fanáticos que lo que hacen es crítica destructiva. Y no es que no me interese lo que digan o que no me haga daño, porque sí les presto atención. De lo que escucho agarro lo bueno y lo que no, lo desecho. Esa es mi forma de tomar la crítica.
¿Cree que merecía ir al Mundial de Rusia?
Sí, claro, trabajé siempre para eso. La eliminatoria avala mis palabras. Hice muy buena eliminatoria y creo que fui de los cinco o cuatro jugadores que hizo más goles en la eliminatoria. Fue un premio al esfuerzo.
¿Qué relación tiene usted con Óscar Ramírez?
Ninguna. Es de técnico a jugador. Sí es un entrenador a quien le tengo mucho aprecio, porque me ha enseñado mucho, me hizo ver el fútbol de una manera diferente para tratar de ser un jugador inteligente. Después de ahí, así como que una amistad, no.
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Años atrás, Johan realmente se asomó al vacío y el vacío le devolvió la mirada.
“Cuando mis papás se separaron nos pasamos de barrio y comencé a juntarme con unos amigos que no eran amistades adecuadas, me comenzaron a influenciar ya que ellos consumían drogas, alcohol, se iban de fiesta. Yo nunca probé la droga, gracias a Dios, pero sí me gustaba salir con ellos. Tenía alrededor de 14 o 15 años, y en ese momento no había conocido a Dios, y trataba de llenar los vacíos que adquirí de mi infancia saliendo con malas compañías, con alcohol y fiestas, cosas que al final no lo llenan a uno; son momentos pasajeros que le ponen un poco de amnesia a lo que uno está sintiendo, nada más. Trataba de llenar ese amor paternal que nunca tuve, ese amor de familia que se vio quebrado por las situaciones de mis papás, y fue tanto el vacío, tanto el rechazo, porque yo me sentía rechazado en ese momento, que sentía que no valía la pena vivir, ¿para qué seguir viviendo si iba a seguir sufriendo tanto dolor? Y me acuerdo que una vez estaba solo en mi casa, y mi padrastro, como vivíamos en un barrio conflictivo, siempre tenía una pistola guardada por si trataban de meterse a la casa o ese tipo de cosas, y yo sabía dónde estaba, entonces la busqué para quitarme la vida, y ese día no estaba el arma, y la busqué y la busqué y nada. No encontré el arma, pero yo ya no quería seguir viviendo, entonces agarré una cuerda, la amarré a una viga, me la monté en el cuello y me dejé caer. Pero la viga se quebró. Ese momento, en el que traté de quitarme la vida, fue el momento más gris, más oscuro, donde más he tocado fondo”.
Dicen que los momentos difíciles forjan el carácter y superarlos es una manera de entrenarse para nuevas adversidades. El pasado de Johan está marcado por un desmedido dolor, que lo moldeó lo suficiente como para que su 2018 de ensueño no se vea manchado por las críticas de un puñado de desconocidos.