Una bolsa plástica, adornada con algún logo de supermercado, guarda un termo de café, otro de agua dulce, varios borrachos dulces, agua y bloqueador solar. Es un equipaje custodiado por una pareja de veteranos, quienes aguardan una sola llamada para entrar en acción: brindar asistencia en los parques nacionales y zonas protegidas de Costa Rica.
Expediciones a Tapantí, Prusia, Cerro Dantas, el Zurquí y hasta Bahía Ballena, que pueden durar horas o días, son la rutina para Yorleny Araya Rodríguez y José Faustino Paniagua Soto, una pareja de casados voluntarios en la Asociación de Protección y Vigilancia de los Recursos Naturales (Aprovirena) de San Pedro de Barva, en Heredia.
Son celosos vigilantes: detienen talas ilegales, impiden la cacería furtiva y denuncian actos de contaminación. Son responsables de lidiar con las personas que cazan jilgueros, contaminan ríos y extraen plantas silvestres, por mencionar algunos ejemplos. También participan en retenes, patrullajes, rescates de turistas y hasta atienden emergencias fatídicas; todo, en nombre del ambiente.
Con su uniforme de voluntariado —financiado por ellos mismos, al igual que la comida y los materiales necesarios para cada expedición—, José, recién jubilado como guarda de un colegio público, y Yorleny, coordinadora de la asociación, se preparan a diario para una aventura de destino incierto. Para evitar que un “campanilla” divulgue su misión, suelen aceptar encargos sin conocer de antemano ni la zona ni las labores que deberán realizar.
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Cuidar el ambiente, para todos
Tirarse a las pozas de los ríos para aprender a nadar fue parte de la infancia de José Faustino, quien, a simple vista, parece preferir caminar por tierras húmedas que por el concreto.
En esa misma Costa Rica conoció a Yorleny, quien trabajaba como ama de casa en distintos hogares de la zona, una de ellas la casa de su hermano: allí se conocieron y el amor se forjó eterno. Se casaron un día antes de cumplir el primer año de noviazgo y, a la fecha, suman 35 años de matrimonio y tres hijos.
Al crecer rodeados de árboles que tapan el cielo con un clima frío y calor tenue característico de las montañas heredianas, el anhelo de querer cuidar su entorno se volvió algo natural para la pareja.
Eso sí, desde que se convirtieron “aprovirenos” —para lo cual deben recibir capacitaciones ambientales y judiciales—, han sido testigos de cómo los tiempos han cambiado.
Antes, contaban con un grupo significativo de voluntarios de todas las edades; hoy, solo quedan 20 veteranos. Convencer a los jóvenes de unirse como voluntarios resulta complicado, puesto a que perciben las caminatas como paseos. También han observado la disminución de guardaparques; lo que hace habitual que requieran la ayuda de los voluntarios.
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Costa Rica se jacta de sus tesoros naturales. Paradójicamente, olvida que esos símbolos de grandeza, que exhibe ante el mundo, no serían más que simples sedimentos sin quienes los protejan. Poco se habla de aquellos que realizan una labor minuciosa detrás de escenas: los voluntarios que dedican sus vidas a salvaguardar los recursos ambientales, como Yorleny y José Faustino.
Al final del día, recorrer interminables cuestas empinadas, sea cual sea el objetivo, es un gusto. Los mueve la oportunidad de cuidar al medio ambiente, en beneficio de toda la población.
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