Es el jueves por la mañana. El Liceo de Costa Rica está casi vacío. En el edificio este del colegio público, dos secretarias continúan sus trabajos calladas. No hay estudiantes.
El encargado de prensa del Ministerio de Educación Pública (MEP) coordina con premura el ingreso de periodistas y camarógrafos por los pasillos mudos.
Desde el 28 de febrero, todos los días llegan canales y periódicos para cubrir el suceso que golpeó a profesores, estudiantes y familias asociadas con el Liceo.
Se suspendieron clases durante toda la semana pasada y, este lunes, recibirán con cautela a los 800 estudiantes.
Ahora, en el portón cuelga un lazo negro discreto, como no lo son los recordatorios de la muerte de su estudiante Sebastián Díaz.
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“El equipo del MEP vino a apoyar el trabajo de atención de la crisis”, dice la directora de Vida Estudiantil, Kattia Grosser, sentada en una de las aulas. Todavía en la pizarra está escrita la fecha del 28 de febrero pero los pupitres están cubiertos por una capa fina de ceniza.
Junto a Grosser, hay otros nueve profesionales –psicólogos, orientadores, trabajadores sociales y sociólogos– en el lugar.
Durante la investigación del Organismo de Investigación Judicial, fue desestimada –preliminarmente– que existiera causalidad entre un presunto bullying y la muerte del niño en las vías vecinas del tren.
El equipo del MEP no tiene en sus manos la investigación forense del caso, eso le corresponde al OIJ.
Su tarea es suturar las heridas del luto: la pérdida, la tristeza, la culpa.
“Cuando usted tiene un trauma, naturalmente se lo cuenta a su mamá, a su hermana, a su novio, a su amigo. Contarlo genera un descargue y por eso es que es necesario”, dice Grosser.
Sin embargo, para el MEP, mitigar esta crisis es extraordinario.
“El énfasis del trabajo del MEP es la prevención. Cada uno de los centros educativos deben definir planes y estrategias de trabajo para que este tipo de situaciones no se den. Así es como surge Convivir (2011)”, detalla la coordinadora del programa Lilliana Rojas.
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Cómo se ve el bullying
En el 2016, el MEP reporta 41.370 casos de violencia en los centros de educación pública. La cifra disminuyó en casi 22% desde el 2012 (52.528).
Esta es violencia que incluye bullying y casos aislados de peleas físicas y altercados verbales.
Datos de la Contraloría de Derechos Estudiantiles del MEP establecen tres categorías para las denuncias específicamente por bullying entre estudiantes (es decir, con intencionalidad de herir a la víctima y reiteración del abuso).
En el 2015, la cifra de denuncias fue de 248 –157 de ellas fueron por agresiones físicas, 83 por maltrato psicológico–.
En los últimos dos años, esa cifra disminuyó considerablemente.
En el 2017, contabilizan tan solo 35 denuncias . Pero la mayoría de ellas –21– ocurrieron por bullying psicológico.
El protocolo de acción del MEP tiene 8 pasos para que los maestros sigan desde el momento en el que identifican la violencia.
“Los docentes deben intervenir para frenar cualquier acción que se esté dando y que violente un chico. Ni siquiera hay que saber las causas: alguien está siendo violentado y hay que frenarlo inmediatamente. Hay que brindarle protección a la víctima”, dice Grosser.
Su programa KiVa aplica herramientas de aprendizaje, incluso juegos de computadora, para que los niños conecten con las emociones de otro niño agredido e identifiquen a un bully (matón).
Su metodología ataca específicamente la “ley de silencio” que rodea a los casos de violencia estudiantil.
El programa Convivir del MEP se enfoca en la “cultura de paz” y el respeto por la diversidad de diferencias de los estudiantes –de clase social, raza, género, orientación sexual o religión–.
“Estamos haciendo énfasis en que quienes nos pueden ayudar a romper con la violencia es el grupo de espectadores. Hay que fortalecer a estos chicos porque muchos de ellos temen ser ellos víctimas de violencia. Eso lo trabajamos en talleres con estudiantes” asegura Lilliana Rojas.
La idea del MEP es que los niños no identifiquen en la personalidad ni las características físicas de sus compañeros a ninguna vulnerabilidad explotable con burlas o humillaciones.
Sin embargo, dice Grosser, es aún muy difícil romper con esas percepciones. Después de todo, un aula es una representación diminuta de lo que ocurre en las casas, las calles, las ciudades. Un país.
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