En una de nuestras recientes pláticas vespertinas con los compañeros de Oro y Grana, alguien preguntó si un presidente podía declarar por decreto campeón a un equipo de fútbol. No solo puede: ¡ha sucedido muchas veces! El militar, torturador y déspota Emilio Medici, “presidente” de Brasil entre 1969 y 1974, decretó que el Vasco da Gama fuese campeón carioca en 1970. El equipo no ganaba nada desde hacía doce años, y el tirano necesitaba congraciarse con su torcida (una de las más copiosas de Brasil). Y fue así como un día cualquiera, el Vasco amaneció campeón por decreto presidencial. No más partidos.
Pero Medici intentó ir más lejos. Quiso que el técnico de la Selección, Joao Saldanha -militante del partido comunista- incluyera a toda costa en el equipo a su protegido, Darío “maravilla”, y sacase a Pelé. Para ello, propagó todas las infamias imaginables: Pelé estaba ciego, renco, acabado. Saldanha le respondió: “yo pongo a Darío y saco a Pelé, pero usted me deja elegir a todos los miembros de su gabinete, diputados, munícipes y asistentes”. Finalmente, el pueblo clamó masivamente por Pelé. Medici tuvo que ceder, y el tal Darío “maravilla” se quedó en casa viendo el Mundial 1970 por televisión.
En Rumania, el tirano Nicolae Ceaucescu, uno de los más “eficaces” violadores de los derechos humanos que el mundo ha conocido, decretó campeón en varias oportunidades al Steaua de Bucarest. ¡Y ay del que chistara! Ceaucescu quería que el Steaua emergiera como el proto-equipo, el equipo de los equipos, el modelo del equipo absolutamente invencible y por poco sobrehumano que solo el régimen comunista podría producir. Ceaucescu trato de meter sus sucias manos para que el Steaua ganara también la Copa de Campeones, pero no lo logró. Cuando el equipo se alzó con el cetro, en 1986, lo hizo en buena lid, y con un Ceaucescu completamente menoscabado en su poder político.
¿Qué podría suceder en Costa Rica? Don Abel Pacheco nos prometió que bajo su égida Cartago sería por fin campeón. No sucedió. Soy honesto, cuando sostengo que, por solidaridad con su fervorosa, conmovedoramente leal afición, alguien debería otorgarle a Cartago un campeonato por decreto. Yo lo celebraría con profundo y genuino entusiasmo.